GARA > Idatzia > Iritzia> Gaurkoa

Antxon Lafont Mendizabal | Peatón y empresario

Cambios para todos

Los conceptos que estructuran la noción de vida material humana, económica y social, ya no corresponden a aquellos que generaron nuestros reflejos de percepción. Por la sanción, resultante de la gran flaqueza original tendremos que ganar la pitanza con el sudor de la frente. Freud, machacón, nos quería convencer que un ser normal ama y trabaja. En el primer caso se trataba de la necesidad de trato entre individuos y en el segundo la de relación entre el individuo y la realidad. La sociedad ha cambiado tanto en un siglo que ni el amar, ni el trabajar parecen, a pesar de su transcendencia, tener la importancia estructurante que Freud les atribuía.

Estamos inmersos en un careo permanente entre niveles dispares de poder alimentado por la noción de evolución histórica de las clases sociales. La aportación de Marx al estudio materialista de la historia exige hoy un análisis en perspectiva, el concepto producción estando dominado por el de especulación. La reflexión marxista se desarrolló en un entorno de abuso de poder en la producción, originando confrontaciones y contradicciones entre valor generado y poder adquisitivo de los asalariados. Coinciden los defensores de esa reflexión con Smith y Ricardo sobre la noción de mercancía a la que reconocen un valor función del tiempo de trabajo social necesario a su producción. La noción de trabajo es común a todas las mercancías. La fuerza del trabajo posee un valor superior a ella misma creando la plusvalía que se reparten el beneficio y la renta del capital. El salario es determinado independientemente de la plusvalía y no es la remuneración de un servicio. El salario no es el pago de la aportación del trabajador a la plusvalía sino del valor de su fuerza de trabajo estimado independientemente de la generación de plusvalía. Las «primas de producción», calculadas sin proporcionalidad alguna, no son más que reajustes salariales.

Refiriéndonos a nuevos conceptos macroeconómicos no podemos ignorar la revolución de datos que determinan el sistema mundial de hechos económicos, de actividades específicamente económicas constatando que todo hecho social reviste un aspecto económico. La economía empírica la ejercemos repasando la realidad, clasificándola y midiéndola con la intención de orientar tanto nuestra economía doméstica como la acción de los que parecen decidir. ¡Ilusos!

A partir de esa observación la sociedad política se da como objetivo la descripción del mundo «como tendría que ser» y pone las bases de la economía normativa rápidamente barrida por la economía positiva que describe «lo que es». A partir de ese momento el político se pierde en el tráfico y comprende que su poder se lo ha apropiado el especulador con su reiterado estribillo: «¡que si no me voy!» El problema no es su redundancia, el quid está en el modelo que se ha construido.

El sistema se reduce a la observación de los hechos previstos por el materialismo dialéctico asesorado por los llamados principios de oposición y de totalidad que confirman «la inversión dialéctica de Hegel»: el esclavo y el señor se regeneran perpetuamente. El materialismo histórico trata de dar un sentido al materialismo dialéctico con herramientas de un modelo deformado por la intrusión del factor monetario mundial antes insuficientemente considerado. Ya Engels precisaba que el concepto de materialismo histórico se desvanece si no se estudian las sociedades tomadas como colectivos dotados de identidad específica y transformable. Se constataba entonces el valor pertinente pero fragmentario del análisis de Marx y se resaltaba su rigidez. La adaptación a la que aspiraban Engels y Lenin tenía en cuenta la no perennidad de la obra humana y de sus consecuencias. Pero pasó la historia por ahí, y...

En cualquier análisis de un fenómeno si el principio teórico procede a la organización de los conceptos, la regla práctica gobierna la organización de la acción. A partir de esta obviedad podemos imaginar el desastre resultante de la integración de un concepto caduco en un discurrir elemental.

Marx pretende haber aportado al estudio materialista de la historia la evidencia de la importancia de la lucha de clases, agentes del cambio social, debida a fases históricas del desarrollo de la producción. Para Marx la lucha de clases toma su apoyo en el concepto de plusvalía creada en un sistema de Producción-Trabajo-Salario que conduciría necesariamente a la dictadura del proletariado. El análisis de Marx se asocia con el de Ricardo en la teoría del valor pero diverge de él profundamente en la teoría de la explotación. Todo ha cambiado y parte de los materiales de los que los análisis estaban hechos son obsoletos. El mundo ha realizado su propia revolución más basada en las exigencias del consumismo y de las aspiraciones cuantitativas que en la esperanza de bienestar cualitativo. La recalificación de la plusvalía ha generado un nuevo «orden» mundial. La plusvalía especulativa está desbaratando la plusvalía de producción. El factor primordial de la plusvalía de producción era el trabajo cuando el elemento orgánico de la plusvalía especulativa es el tiempo y puede prescindir del trabajo. Conocidas son las plusvalías especulativas o burbujas generadas con un mínimo de aporte de actividad productiva.

Limitando el par trabajo-capital a cada uno de sus componentes es evidente que las modificaciones objetivas han cambiado afectando, como es normal, a la relación entre ambos. La producción exige cada vez menos mano de obra. La automatización de los medios de producción ha aportado menos sufrimiento físico al trabajo manual pero ha suprimido puestos de trabajo. Es evidente que hoy hay menos necesidad de mano de obra que la que necesitan los planes de producción automatizable. Es evidente el aumento de la desocupación de los trabajadores, muestra que hay más disponibilidad que la necesaria. La sociedad política tendrá que repensar la gestión pública habiendo pasado de la sociedad del negocio a la del ocio.

En lo que respecta al capital, las unidades de producción cambian de propietario con tal frecuencia que en algunas multinacionales, las que disponen del verdadero poder, es decir de medios de presión coercitivos, algunos directores de fábrica ignoran el nombre de los principales accionistas. La huelga en una unidad de producción «anónima» es totalmente inútil cuando el propietario tiene veinte o más empresas y/o fábricas en el mundo. Los afectados por las huelgas son los talleres y otras pequeñas empresas sin interés para los especuladores. Antes los trabajadores y el «dueño» de la fábrica se conocían, ahora el «amo» es un fondo de inversión de origen y de paraderos desconocidos.

La especulación y la plusvalía especulativa generada necesita poca mano de obra y se despreocupa de la acción sindical. Algunos empresarios de pequeñas y medianas empresas creen que su condición de empresarios les integra en el colectivo de los empresarios multinacionales cuando estos pasan de solidaridades en la vida económica local. En los colectivos capitalistas también hay litigio de clases. El que domina es el que puede influir en la sociedad financiera y, por ende, en la sociedad política. La acción especulativa, la financiera, desmantela la economía. Los fondos de inversión no tienen patria de origen. China posee 70% de las reservas en dólares de EEUU y criticó al gobierno americano reclamando seguridad para sus intereses cuando Standard and Poor's bajó la calificación de la deuda americana por primera vez en la historia. En el ranking del PIB por habitante de la UE en 2012 llegan en cabeza Luxemburgo, Austria e Irlanda, países que se caracterizan más por su capacidad de contribuir a generar plusvalía especulativa que productiva. Se trata de purgatorios fiscales, por lo menos.

La crítica a la acción sindical es de regate corto. Enjuiciar que el mundo sindical se apoya en colectivos poco representativos por la escasez de miembros inscritos en sus centrales parece ridículo. ¿Cuántos votantes en elecciones políticas están afiliados en los partidos candidatos? Todo desequilibrio entre el capital, el que sea, y el trabajo es desestabilizador. Los responsables de la acción sindical deben tener en cuenta los cambios mundiales y adoptar su acción a la realidad internacionalizándola. La acción sindical local es necesaria y, dirigida hacia algunas pequeñas y medianas empresas, hacia algunos pequeños capitalistas que «pasen la raya», justificada pero de manera general debe ser practicada con la prudencia que exigen los sistemas frágiles generadores de plusvalía de producción tan diferentes de las mega organizaciones de vocación especulativa. Nunca la acción sindical moderna ha deseado la destrucción de la herramienta de trabajo, pero sus actores deben convencer que tienen la misión de proteger la componente «trabajo» con firmeza y sin autodestruirla.

Cuidado con los desequilibrios entre capital y trabajo. En una viñeta de «El Roto» un «peatón» afirmaba «¿pero qué clase de orden económico es ese, que produce desorden social?».

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo