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La enemiga pública nº 1

Casi 40 años después de ser detenida en Nueva Jersey, aparecen publicadas en castellano las memorias de la activista y ex miembro de los Panteras Negras Assata Shakur (1947). Escrito en 2001 en Cuba, donde permanece como asilada política, «Una autobiografía» es un testimonio demoledor de un tiempo y un país que, sin embargo, trasciende límites geográficos y temporales.

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Jaime IGLESIAS

La autobiografía es un género que le plantea dudas al lector en lo referente a la aceptación de los hechos narrados. Pasa un poco lo mismo, salvando las distancias, que con el cine documental: existe un compromiso tácito para asumir que aquellas imágenes que están siendo asimiladas pertenecen al mundo real, pero aun así somos perfectamente conscientes de estar asistiendo a una representación, pues todas esas imágenes aparecen cohesionadas en forma de relato de acuerdo a un punto de vista singular. De este modo la objetividad se mantiene como supuesto aun asumiendo la existencia de una interpretación de los hechos. El problema que plantea el género memorístico es intuir hasta qué punto esa interpretación, llevada a cabo por el narrador en primera persona no resulta interesada, sobre todo cuando la autobiografía en cuestión está planteada en forma de alegato.

Todas estas suspicacias acontecen cuando uno se aproxima a «Una autobiografía», escrita por la activista afroamericana Assata Shakur y que acaba de ser publicada en castellano por Capitán Swing, mas aún si se atiende al reclamo inserto por la editorial en la portada: «Wanted: La mujer más buscada de América». Miembro destacado del Partido Pantera Negra, Assata Shakur fue enjuiciada en varias ocasiones a lo largo de la década de los 70 por acciones armadas en las que jamás pudo probarse su implicación y, finalmente, condenada por el asesinato de su compañero Zayd Shakur y de un policía en el Estado de New Jersey. Huida de la cárcel, recaló en Cuba donde habita actualmente tras habérsele concedido en 1984 el asilo político y siendo reclamada en varias ocasiones por el Gobierno norteamericano, que en 2005 añadió su nombre a la lista de terroristas más buscados, recompensando con un millón de dólares su captura.

Leyendo el prefacio de Angela Davis y el prólogo del abogado Lennox S. Hinds se puede recelar de que lo que sigue sea una suerte de declaración exculpatoria redactada por Shakur para justificar su inocencia ante la opinión pública, sospecha que se mantiene durante las primeras páginas en las que ella misma evoca su detención pasando muy de puntillas por el incidente que la originó, pero llevando a cabo un relato prolijo de las torturas y vejaciones a las que fue sometida. No obstante, las dudas que pudieran surgir ante la naturaleza del texto se despejan enseguida cuando el lector percibe que Assata Shakur no busca su complicidad apelando a espacios de afinidad emocional o ideológica y que tampoco pretende construir un relato de exculpación. No hay, por lo tanto, ningún interés espurio en la redacción de una cronología judicial que, por lo demás, constituye la parte menos interesante de estas fascinantes memorias. Con todo, lo verdaderamente conmovedor de este libro es el relato íntimo de la peripecia vital y emocional de su protagonista, plasmada, de manera harto inteligente, en capítulos intercalados sobre aquellos otros que recogen su vía crucis judicial. Un relato que es el del despertar y el de la evolución de una conciencia: desde la mirada puramente infantil de quien asume su carácter diferencial como una lacra, hasta la culminación de un proceso de desalienación que llevará a su protagonista a cultivar los rudimentos de su lucha en clave internacionalista y global, en sintonía con las causas que en pos de su emancipación llevan a cabo otros pueblos oprimidos a lo largo y ancho del mundo. Es decir, convirtiendo el conflicto racial que nutrió su primer activismo en parte integrante de un ideal de transformación social más ambicioso ajustado a los rigores de la dialéctica marxista, cuya naturaleza compleja terminó de asumir Assata Shakur, si hemos de hacer caso a lo que ella misma nos cuenta, durante su exilio forzoso en Cuba.

No obstante, lejos de hacer un retrato de sí misma próximo a la hagiografía, Assata Shakur (nacida JoAnne Chesimard, su nombre de esclava como ella misma precisa) nos muestra sus más íntimas debilidades de cara a que lector asuma hasta qué punto los individuos son permeables al discurso oficial y como el racismo, lejos de ser algo promovido desde las instituciones, se mantiene en el tiempo gracias a roles de dominación y sumisión perfectamente interiorizados.

A vueltas con el paradigma de dominación/sumisión que marca las relaciones entre los individuos en sociedades de capitalismo avanzado, Shakur articula su mirada global sobre un conflicto que reconoce «de clases» dedicando interesantes reflexiones a la escuela como centro de desaprendizaje, discutiendo la validez de la lucha armada sin acción política que la sostenga, o cuestionando la rigidez de pensamiento incluso en aquellas formaciones que, como los Panteras Negras, surgieron precisamente para oponerse y luchar contra las oligarquías. Lo que defiende la autora en este relato de su propia vida es la conquista de la propia emancipación individual como piedra angular de la lucha colectiva, como primer paso necesario de cara a lograr articular un pensamiento revolucionario.

No obstante, ninguna de estas reflexiones se lleva a cabo apelando a un carácter doctrinario o escolástico. Al contrario, como ha quedado dicho, Assata Shakur convierte su autobiografía en el relato de sus propias dudas, de todas las contradicciones que han alimentado su formación, su lucha. Son unas memorias plenas de generosidad, de calor, de sensibilidad, de belleza (imposible no emocionarse ante el modo en que resolvió quedarse embarazada mientras estaba en la cárcel en espera de juicio para pasmo y sorpresa de unos y otros). En definitiva, nos hallamos ante el autorretrato de una superviviente cuya calidad humana se impone sobre el áspero trazado de perpetuación de su propio mito.

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