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narrativa

Desmutilar a las féminas

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Iñaki URDANIBIA

Hay en la contracubierta de esta audaz novela alguna referencia a la enfurecida feminista Germaine Greer que escandalizó hace años a más de uno, subráyese el masculino (aunque no solo), con sus gritos plasmados en obras atrevidas e irreverentes como «La mujer eunuca» o, treinta años después, volviendo a la carga con su «La mujer entera» (pongo los títulos en castellano aunque no sé si están traducidas por acá). En tales escritos no dejaba títere (masculino) con cabeza alzándose contra las castraciones y mutilaciones, hasta en sentido estricto y cirujano, a que eran (son) sometidas las mujeres para entrar dentro del conjunto de mujeres comme il faut: bellas, dóciles y usando ortopedias con las que, ceñirse a las medidas debidas (¿eran 90-60-90,?) y así conquistar a los varones. Pasaba revista la dama a las cuestiones relacionadas con el cuerpo, la cabeza, el amor y el poder. Si la profesora de literatura comparada en la Warwick University afirmaba que «las mujeres privadas de palabra sufren pruebas, sufrimientos y penalidades sin fin, en un mundo que crea millares de perdedores por cada puñado de ganadores» y anunciaba que «el tiempo de la cólera había vuelto», la británica Caitlin Moran toma el relevo y embiste sin tapujos con insolencia e indolencia, llamando a las cosas por su nombre... lo cual le ha llevado a vender cantidad de libros tanto en su país como en otros del área anglosajona, del mismo modo ha debido escuchar las airadas protestas de algunos colegas, hombres todos ellos, como Martín Amis.... la mujer en casa, la pata quebrada.

Las mujeres siempre están sometidas a prueba para demostrar su capacidad con mayor exigencia que la de sus semejantes masculinos, pero para más inri han de cumplir además ciertos modelos en el vestir, en el campo de la seducción: productos cosméticos al por mayor, escotes, sujetadores, minifaldas, tangas, tacones de aguja, depilación que cada vez se extiende a más partes del cuerpo, retoques quirúrgicos para quitarse o ponerse pechos, para disimular arrugas; modas muchas de ellas que varían de unos años a otros en un vaivén similar al de las olitas del mar... Todos estos recursos son considerados como las necesarias «armas femeninas» para evitar engrosar las filas de las invisibles. Si muchos de estos aspectos habían sido señalados con tino por la mujer antes nombrada (y por otras), las cosas no han ido a mejor a pesar de que cierto triunfalismo vende que al fin se ha conseguido la igualdad entre hombres y mujeres. Las mujeres siguen estando obligadas a cumplir ciertas normas para responder a la imagen y al rol que la sociedad, machista, dicta.

La escritora repasa con humor, teñido de rabia, los aspectos que señalo y muchos más y lo hace basándose en su propia experiencia y la de otras amigas o parientes cercanas y llama a la rebelión ante las incómodas, ridículas y discriminadoras normas que son impuestas a las mujeres para competir en un mundo de muñecas y modelos... sin olor, sin sabor, sin vello, con morritos o morrazos. Caitlin Moran desenmascara las redes que hacen que ciertas de las medidas nombradas sean vividas como esenciales necesidades por las víctimas y por los verdugos -potencialmente todos los hombres- que se dejan llevar por los modelos dominantes que son aquellos que gustan a los creadores de moda y convierten en bellos adornos, lucidos floreros, a las mujeres, como si éste fuese su papel en este mundo falócrata; obligadas además a disculparse por ser «feministas» como si tal cosas fuese una aberración, en vez de una postura necesaria y justa.

La novela es una bocanada de aire fresco y un intento por hacer que el feminismo supere los límites académicos, empeño que se cumple con la ayuda de un desbordante descaro de la escritora. A la combativa dama de la que hablaba al principio no cabe duda de que le ha gustado el libro: «Una crónica ocurrente y atrevida de la feminidad contemporánea...Una escritora con talento, verdaderamente original»... A servidor le parece lo mismo.

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