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Tres minutos de lucha por la vida

Eran las 8.01 y los toros estaban aún cogiendo la curva de Estafeta cuando en la Plaza empezaban las caídas. Un minuto después, al amasijo de mozos se unían toros y cabestros, luchando por la vida a brazo partido.

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Ramón SOLA

El terror de este montón que ya nadie olvidará tiene mil caras. Algunas no se ven, como la del joven gasteiztarra y el irlandés sepultados bajo esta marabunta de brazos, piernas, patas y cuernos. Por eso son las más terribles. Otras sí se aprecian en esta imagen, como la del joven rubio  atrapado entre los pitones del toro delantero y sintiendo su aliento, o la de los que optan por cerrar los ojos para no ver la torada y quién sabe si la muerte. También están los rostros de horror de quienes intentan una salida imposible hacia el callejón o miran hacia arriba buscando oxígeno o una mano salvadora. Todas tienen algo en común: el instinto de supervivencia se ha activado, saben que en los próximos segundos se juega su vida.

Hay otras caras que no se ven en la imagen, pero cuya alarma se intuye. El miedo no les paralizó. Son las de quienes esperan para trasladar rápidamente a los heridos a la enfermería de la Plaza, como el policía foral y el mozo que llevaron en volandas al joven irlandés. O las del equipo médico liderado por Ángel Hidalgo, que consiguió resucitar auténticamente al mozo gasteiztarra tras llegar al quirófano con altos síntomas de asfixia. O las de los voluntarios de la Cruz Roja, que en la centralita en la que se gestionan los traslados miraban espantados pero callados a la retransmisión televisiva. Fueron dos minutos de angustia absoluta, total, asfixiante.

Durante la hora siguiente, en Iruñea ocurrió lo imposible: se apagó la fiesta y solo sonaron ambulancias, más de una veintena entre la Plaza de Toros y el Complejo Hospitalario. Todo el mundo contuvo la respiración hasta que llegaron desde allí noticias graves pero no tan trágicas como cabía esperar. La imagen quedará en la retina y el subconsciente mucho tiempo. Y el debate está servido. La existencia de un fallo técnico de origen fue reconocida en la Junta de Seguridad, pero el resto lo hizo una masificación muy difícil de combatir.

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