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UDATE | Iruñeko Sanferminak. Análisis: tras los encierros de 2013

El futuro del encierro se juega en la tele más que en los mozos y toros

El debate eterno sobre encierro y seguridad, dos conceptos antagónicos y por tanto imposibles de compatibilizar al 100%, se reabre tras las últimas carreras de este año. La evolución de los ingredientes objetivos de la carrera -toros, participantes, elementos de seguridad- no apuntan a que el riesgo esté creciendo, sino más bien al contrario. Pero sí se ha disparado la repercusión mediática; nunca tanta gente había visto, y en directo, la brutal secuencia de un montón de mozos y toros. Los elementos objetivos mejoran: los toros corren más y embisten menos, los corredores saben más y están mejor, y los mecanismos de seguridad funcionan salvo el error en la famosa puerta.

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Ramón SOLA

El ciclo de encierros de 2013 ha dejado varias polémicas, diferentes según desde donde se aborden. En Iruñea, el foco se pone en torno a un concepto: seguridad. Se anuncia una reflexión a partir de setiembre, pero desde la plena conciencia de que seguridad es un concepto antagónico al de encierro, por lo que hay bastante de demagógico, e incluso de hipócrita, en todo ello (para no engañarse de entrada, lo único realmente seguro sería eliminarlos, algo que no ha estado nunca ni está ahora a debate en la cuna de esta práctica).

Por contra, desde la distancia geográfica y el desapego afectivo, la discusión se centra en si esta práctica es admisible en pleno siglo XXI y también en si debe ser televisada y cómo. Ya el día 12, tras la espeluznante secuencia del mozo castellonense embestido durante 35 segundos en Estafeta, en una de las tertulias de la propia TVE -que es quien emite el encierro de Iruñea hace 31 años- se cuestionó el asunto. Y el día 13, la polémica creció en los foros sociales tras el horrible montón de la entrada a la Plaza y tétricas imágenes posteriores como la evacuación del joven irlandés Robert Thackberry en muy mal estado.

Conviene empezar por revisar algunos lugares comunes, como que los encierros cada vez son más peligrosos. ¿Es así realmente? E incluso, dando otro paso, ¿son tan peligrosos como parece? Prescindamos de adjetivos y vayamos a los datos. Tomando la referencia más negativa, la de los fallecidos en la carrera, en lo que va de siglo se han producido dos -Fermin Etxeberria en 2003 y Daniel Jimeno en 2009-, lo que se corresponde casi matemáticamente con la media anterior (quince en total en los últimos cien años, desde que existen registros fiables). El periodo más largo de encierros sin muertos está muy reciente: quince años, de 1980 a 1995. Y solo dos veces se han producido dos fallecimientos en un mismo encierro: en 1947 y en 1980.

Habrá que concluir que son pocos dramas, muy pocos, si se tiene en cuenta que este año por el largo túnel de Santo Domingo a la Plaza han corrido juntos 64 toros y más de 17.000 personas, y que lo han hecho durante 6,4 kilómetros en total (640 kilómetros en un siglo, ahí es nada). Cada mañana se lanza por esas calles un tren de 8.400 kilos -lo que pesa la manada de toros y cabestros-, lleno de aristas puntiagudas -astas, pezuñas- y que avanza a casi 30 kilómetros por hora. Solo por eso, sin contar su capacidad añadida de atacar con sus dos cuchillos, resulta sorprendente un desenlace tan incruento. Pese a su aparatosidad y brutalidad, por tanto, el encierro es más seguro -si se prefiere, menos letal- de lo que cualquiera percibe a simple vista.

Demos otro paso para preguntarnos si los encierros actuales son más seguros que los de antaño. Prescindiendo de explicaciones tan manidas y facilonas como la del capotico de San Fermín, para eso es preciso analizar la evolución de los tres ingredientes de la carrera:

1) Los toros: corren más y embisten menos. Los morlacos enviados a Iruñea sigue siendo auténticos mastodontes, como los dos de 650 kilos presentados por Miura. Sin embargo, desde hace varios años las ganaderías realizan un trabajo específico con los toros que mandarán a sanfermines, forzándoles a correr varios días por semana como entrenamiento. Y la estadística dice que se nota: se paran mucho menos, aunque a ello han contribuido también otras mejoras técnicas de las que hablaremos más adelante.

El otro dato constatado plenamente en este 2013 es que embisten menos. El día 7 provocó asombro la bondad del Alcurrucén «Deseadito», que en la parte final tuvo a muchos corredores a merced de su cornamenta, pero se limitó a mirarlos. Y otro tanto ocurrió el 13 con el comportamiento de los Fuente Ymbro ante el montón. Al contrario de lo que ocurriera en 1975 en una situación similar, en la que se revolvieron y uno de ellos empitonó de muerte a Gregorio Gorriz, esta vez solo propinaron un puntazo en una axila por pura inercia al azpeitiarra Ander Beobide.

2) Los humanos: menos que en 2012 y más preparados ante las astas. En su balance del lunes, el Ayuntamiento tumbó una de las percepciones generales al revelar que el número de corredores ha descendido un 13% respecto al año pasado, si bien los encierros del domingo 7 y el sábado 13 fueron auténticas mareas humanas y ello influyó en el peligro.

También saltan a la calle en mejores condiciones. Desde que hace un par de décadas se impidió entrar al recorrido en el último minuto a quien quisiera, es muy difícil ver a alguien ebrio.

¿Están más preparados? Aquí ya no cabe una respuesta única, porque entre los 2.200 corredores de media hay absolutamente de todo. Lo que sí se evidencia cada día es que en Estafeta y Telefónica ante las astas crece el número de corredores con experiencia dilatada en carreras ante reses -valencianos, madrileños...-. Santo Domingo continúa siendo un tramo más para los de casa. Unos y otros saben en general a qué se van a enfrentar y qué deben hacer en cada momento. Otra cosa son los extranjeros depositados por los touroperadores al pie del recorrido, y entre quienes hay personas de más de 75 años, como el suegro de un corredor californiano herido el día 14. Buena parte son precavidos y entran al ruedo antes, pero eso tampoco les salva del riesgo. Ahí está el caso citado del irlandés Thackberry.

El balance de corneados de este año evidencia que nadie que esté en la calle a esa hora se encuentra a salvo. El castellonense David Miralles y el catalán José Manuel Blázquez, empitonados el día 12, son corredores habituales de bous en su tierra. El estadounidense Patricks Echols y la australiana Jessica Escarlet no lo eran, pero también fueron empitonados -y de gravedad- pese a refugiarse muy cerca del vallado. Como anécdota -o no-, entre los seis corneados este año no hay ningún navarro.

Entre tal cantidad de participantes ha habido lógicamente muchos casos de ignorancia total de las reglas básicas de comportamiento, pero no parece que las imprudencias más graves -situarse ante el toro citándole, por ejemplo- estén aumentando, sino al contrario.

Por otro lado, equiparar masificación a aumento del riesgo no resulta exacto del todo. Esa misma masificación fue la que hizo que hasta tres corredores rescataran a Miralles tirándole de las piernas el 12 en Estafeta. Se han visto decenas de quites providenciales para disuadir a los toros de lanzarse contra el vallado o para enderezar la dirección de la torada. El nivel de muchos corredores ha sido auténticamente brillante; su valentía y disposición a ayudar, emocionantes. Los corredores más veteranos recuerdan que en los años 50 ó 60 era realmente difícil que alguien socorriera a un corredor con el que el toro se hubiera cebado.

La tan comentada masificación sí influyó, indudablemente, en el montón del día 12, pero la secuencia televisiva completa deja bastante claro que no se hubiera producido de no ser por el incidente de la puerta. Los montones son producto también de un montón de causas -las mayores, el infortunio y el nerviosismo-, y por eso se han producido esporádicamente a lo largo de toda la historia del encierro, incluso en los años 20 y 40 en que la calle estaba mucho más despejada. Igualmente se registran en los sitios más insospechados, como el de 1960, masivo, en la mitad de Estafeta.

3) Los dispositivos de seguridad: un error en un dispositivo brillante. En el encierro la infraestructura es mucho mayor, y mejor, de lo que parece. Empezando por el vallado, un auténtico mecano de madera reforzada con metal que incluye 10.450 piezas: 2.800 tablones, 3.000 tornillos... Lejos queda 1939, cuando un toro escapó del recorrido, o incluso 1989, cuando otro rompió una valla en Mercaderes.

Otro tanto ocurre con el dispositivo de asistencia: hay un puesto de Cruz Roja perfectamente dispuesto cada 50 metros, que hace que en apenas cinco minutos estén completados el diagnóstico básico, la primera cura y el traslado al hospital si es necesario. La enfermería de la Plaza de Toros de Iruñea es la más preparada del mundo, con dos quirófanos y diecinueve médicos listos cada mañana. El dispositivo se puso a prueba con el montón del 13, pero antes de las fiestas ya se había hecho un simulacro de esta situación. Todo funcionó a la perfección: Jon Mendoza -que llegó con alto riesgo de muerte- y Robert Thackberry fueron reanimados. Otros 17 corredores resultaron atendidos de urgencia hasta evacuarlos a hospitales. Y otros más de cien fueron tratados en un margen de poco más de una hora, con el Patio de Caballos como hospital de campaña. La tranquilidad que transmitieron tanto el doctor Angel Hidalgo en la Plaza como Javier Sesma en el Complejo Hospitalario resultó muy representativa de la madurez del dispositivo. Poco que ver con la angustia que relataba el doctor jefe de la Plaza en 1975, en el montón que mató a Gorriz y en el que también se contaron cerca de cien heridos.

El otro gran éxito de estos años es haber encontrado la fórmula mágica para que los toros no caigan en la curva de Estafeta y con ello las manadas se rompan. El antideslizante introducido en 2006 ha funcionado a la perfección. Ni un solo toro se ha quedado atrás en ese punto.

Todo ello queda empañado por un error en cadena que pudo ser fatal. Primero técnico, ya que esa puerta de la Plaza nunca debió permanecer semiabierta, aunque así se haya hecho al parecer durante más de veinte años. Después humano, ya fuera del carpintero que la dejó demasiado abierta o de los forales que se retiraron con demasiada calma. Y luego, una vez que la marabunta impuso la ley del «sálvase quien pueda», se echó en falta un dispositivo oficial organizado que ayudara a deshacer el montón, labor que quedó en manos de los corredores. La reflexión anunciada en la Junta de Seguridad para setiembre deberá poner la lupa sobre todo tipo de contingencias y variables, incluidas las más insospechadas. En cualquier lugar y segundo del encierro acecha la muerte.

Todas las variables objetivas del encierro, por tanto, parecen ir mejorando. Pero ha entrado en liza un factor que no conviene menospreciar: la televisión y el elemento potenciador de las redes sociales. Sin ánimo alguno de alarmismo, si los toros no hubieran encontrado a tiempo escapatoria por el callejón interior y el montón se hubiera prolongado un par de minutos, el mundo entero hubiera asistido horrorizado a muertes en directo servidas a modo de espectáculo multimedia, y eso habría marcado un antes y un después en la percepción del encierro en el exterior.

La gran diferencia entre el montón de 1977 y el de 2013 es esa: nadie vio agonizar al joven José Joaquín Esparza, con el impacto emocional que conlleva. En realidad, la única muerte en directo desde que llegó la tele en directo en 1982 ha sido la de Matthew Peter Tassio en 1995, porque la caída a Etxeberria en 2003 y la cornada a Jimeno en 2009 ni se percibieron. Pero también aquello tuvo menos visibilidad televisiva (la alta definición, la cámara ultralenta, los múltiples planos... se han disparado más tarde) y mucho menor eco que el que ahora hubiera alcanzado por las redes sociales.

Asuntos así se «resuelven» en otros lares con un ligero diferido. ¿Cabe algo así en el encierro de Iruñea? ¿Merece la pena con 400 fotógrafos acreditados para retratarlo? Y, sobre todo, ¿merece la pena sin caer en la hipocresía? Preguntas complejas, pero que conviene plantearse ya.

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