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Txema Mauleón, Joseba Eceolaza | Batzarre

Otra mirada a las banderas

Tras constatar la pluralidad «rica en matices» de la sociedad navarra y lamentar que no se haya encontrado una fórmula que «atempere» los conflictos que existen en su seno, Mauleón y Eceolaza creen trascendental acordar «unas bases identitarias comunes». Los miembros de Batzarre abogan por un reconocimento explícito de los símbolos de las diferentes identidades existentes en Nafarroa.

La pluralidad de nuestra sociedad es un hecho constatable a lo largo de los años, es una pluralidad secular, rica en matices y sobre todo es un valor en una sociedad moderna como la nuestra. Pero hasta la fecha no hemos encontrado una fórmula satisfactoria que atempere, hasta donde se pueda, los conflictos que han ido surgiendo.

Básicamente debemos tener en cuenta varios rasgos a la hora de abordar este asunto. En primer lugar, la profunda heterogeneidad de la sociedad navarra en sus sentimientos de pertenencia. En segundo lugar Navarra, la gente que la habitamos, tenemos una personalidad propia muy acusada y marcada. En tercer lugar, es un hecho la insatisfacción de la comunidad vasquista con el actual status, a la vez que son un hecho las afinidades que tenemos con la CAV y, por último, los vínculos profundos de una mayoría de la Comunidad Foral con el Estado Español son evidentes.

Por lo tanto lo importante, a nuestro juicio, son la mirada y la actitud con las que abordamos los conflictos que tienen que ver con la pluralidad de símbolos, banderas e identidades. Está claro que la polarización ha sido un elemento perjudicial para nuestra convivencia, por eso tendríamos que tener en cuenta que los asuntos que tienen que ver con las identidades, con la convivencia, son cuestiones prepolíticas, que tienen que ver con nuestra cultura común, con nuestras reglas mínimas para la convivencia. Por lo tanto, tratar de tejer una cultura pública común respetuosa con la pluralidad y que sirva para atajar algunos de nuestros problemas colectivos debería ser un objetivo principal.

Por eso es trascendental acordar unas bases identitarias comunes entre los diversos sentimientos de pertenencia para construir una identidad compleja, transversal, plural y mestiza, para situarse en la perspectiva de regular el conflicto en una permanente negociación, que parta sobre todo del respeto al otro. Después de más de 35 convocatorias electorales y varios navarrómetros, están claras las mayorías y las minorías sociológicas, pero en cuestiones identitarias, o religiosas, sólo la regla de la mayoría no vale para regular estos asuntos. Por eso mejor ser creativos, tener una actitud constructiva y fomentar la imaginativa de los terceros espacios que seguir bloqueados en visiones frentistas que nos atascan.

En Navarra existe una derecha muy intransigente y partidaria de excluir en cuanto puede a la comunidad vasquista de Navarra, de azuzar el enfrentamiento inter-identitario y de una línea provocadora contra el euskara. La Ley Foral de símbolos, ejemplo de exclusión identitaria, establece que en Navarra no hay más que una sola identidad, bandera o símbolo; quedan así excluidos, por tanto, los símbolos de la población vasquista de Navarra, que se excluyen por vía legal y de modo activo: sin permitirlos por omisión legal como antes de aprobarse la Ley y sin dejar resquicio alguno para su uso, salvo como gesto de cortesía hacia una autoridad de la Comunidad Autónoma Vasca. Únicamente se otorga legitimidad y legalidad a los símbolos de la mayoría, mientras que los símbolos de la identidad minoritaria quedan expresamente prohibidos y perseguidos.

Por otro lado, frente a este exclusivismo se ha solido responder con otro exclusivismo de signo opuesto. Y esto sucede cuando no se reconoce la legitimidad de la identidad navarro-española, que tiene igual derecho y que además representa a la mayoría de la ciudadanía navarra en la actualidad. También este es un antipluralismo excluyente cuando afirma que una es la identidad impuesta y de «fuera» y la otra es la de «aquí», en una secuencia de ideas cargadas de simplificaciones o deformaciones y desde una mirada poco tolerante con el diferente. Y mirar a lo que esta parte ha hecho, respecto a los símbolos, donde es mayoría no resulta desde luego muy edificante.

Así pues, nos encontramos con tres décadas de enfrentamiento sin salida, que han transcurrido sin aportar nada positivo a la sociedad en valores o en claves de calidad democrática, de satisfacción para sus diferentes identidades y para las generaciones futuras, en claves de arreglo de los conflictos y problemas, en claves de constituir un cauce negociador para dirimir los intereses y las aspiraciones legítimas y a veces contrapuestas de ambas sensibilidades. Por ello tenemos claro que si se sigue imponiendo una política de confrontación, de polarización o de hiper afirmación nacional tenderemos a consolidar una sociedad navarra dualizada, fragmentada y con un mala calidad en su convivencia interna.

Desde Batzarre abogamos por el reconocimiento explícito de los símbolos de las diferentes identidades existentes en nuestra sociedad, apoyándonos en tres criterios: El primer criterio es atender y satisfacer a la pluralidad de identidades existente en Navarra, lo cual exige tener en cuenta la aceptación común de la identidad navarra así como su diversidad de expresiones. Segundo, corregir el desequilibrio existente hoy en día, mientras sigan sin ser reconocidos oficialmente los símbolos vascos (la ikurriña principalmente), cosa que provoca una justa insatisfacción e indignación. El tercer criterio es fundar la necesaria convivencia de identidades en el respeto mutuo, en el reconocimiento de la legitimidad de todas ellas y de sus símbolos, en la adopción de valores integradores y no excluyentes, en unas reglas democráticas que respeten a la mayoría y también los derechos de la minoría.

Por último creemos interesante ir caminando hacia un modelo de laicismo nacional, que trate institucionalmente las expresiones identitarias de forma neutra (como se debería hacer con los asuntos religiosos). Es nuestra mirada la que muchas veces encierra a los demás en su pertenencia más limitada o contigua; ha existido y, lo que es peor, se ha reivindicado sin rubor una hostilidad irracional hacia el diferente.

Merece la pena, por eso, cambiar esos hábitos y esas expresiones que tan arraigadas están, por culpa de esa concepción simplona y simplista que reduce toda identidad a una pertenencia, que se proclama con pasión.

Amin Maalouf se pregunta si acaso no es la principal virtud del nacionalismo, de cualquier signo, hallar para cada problema un culpable antes que una solución. La pregunta, además de certera, es desde luego descriptiva, porque, en la mayoría de ocasiones, los nacionalismos se muestran atados a los complejos de la comunidad de creyentes que lo nutren, donde en ocasiones no sólo hay un miedo al cambio, sino que hay también una tentación al desprecio de las cosas que identifican a «los otros».

Por eso debemos tener otra mirada hacia las banderas, una mirada más creativa, mestiza, respetuosa con la pluralidad, que acepte la voluntad de la mayoría y reconozca a la minoría y sobre todo una mirada que trate de solucionar los asuntos más difíciles de la convivencia de identidades en lugar de azuzarlos.

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