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Clausura tibia para un Jazzaldia pletórico

El jazzaldia de este año pasará a la historia. Las cifras no dejan lugar a dudas: record de asistencia con 155.500 espectadores. La fórmula es sencilla, aunque hay que saber prepararla: una gran variedad de conciertos de estilos muy diferentes, seleccionados cuidadosamente para servir de reclamo a todo tipo de público.

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Yahvé M. de la Cavada

La verdad es que el planteamiento del festival es imbatible, y más aún en esta dramática época de crisis: 84 conciertos en cinco días de los cuales 57 son completamente gratuitos, alternando grandes figuras internacionales con propuestas arriesgadas y, muy importante, numerosos músicos jovenes de nuestro país, algo que convierte al Jazzaldia en un evento único en su especie.

A pesar de esa excelencia, en su último día coincidieron algunos de los conciertos más flojos de esta edición, aunque la falta de sustancia de estos no impidió que estuviesen entre lo más vitoreado por el público. Solo había que ver el llenazo del Kursaal para el concierto de Diana Krall, que se benefició enormemente de la presencia especial del extraordinario guitarrista Marc Ribot (que había tocado el día anterior en el Marathon Masada de John Zorn). Ribot es un importante guitarrista de sesión, muy habitual en las producciones de T-Bone Burnett y asiduo colaborador de Tom Waits y del marido de Krall, Elvis Costello, que también se encontraba entre el público del Kursaal.

La cantante es uno de esos ejemplos afortunados del negocio musical; siendo esencialmente una cantante/pianista de hotel o restaurante, ha logrado hacerse un hueco en el movedizo terreno del easy listening para-jazzístico. No canta extraordinariamente bien ni es una gran pianista, pero construye su papel teniendo en cuenta sus limitaciones y lo hace con mucha clase, que no es poco. En Donostia, lo que debería haber sido un concierto narcótico y lineal, resultó ser un recital entretenido y con muy buenos momentos musicales, casi todos ellos a cargo de la guitarra de Ribot. Hubo también momentos para el sonrojo: Krall, en solitario al piano, llegó a interrumpir temas hasta en tres ocasiones, viéndose incapaz de continuar o equivocándose directamente. Como cualquier artista con tablas, supo salir del atolladero tirando de simpatía y conexión con el público, pero en un concierto que cuesta más de 60 euros parece lógico esperar que la estrella lleve convenientemente ensayado el repertorio.

Ya en la Trinidad, la última velada del festival comenzó con la cantante coreana Youn Sun Nah, una apuesta arriesgada y poco conocida que enganchó al público más de lo que algunos esperábamos. A pesar de su origen oriental, la cantante está fuertemente influenciada por la música europea, continente en el que reside desde hace muchos años. En realidad, tampoco es una cantante de jazz en el sentido estricto; ni muestras influencias al respecto ni su música entra en la ortodoxia del jazz. Pero posee una técnica vocal apabullante y su concepto es relativamente original, tanto por la banda con la que se presentó en Donostia (contrabajo, acordeón y guitarra acústica) como por la música que hace. Así, convenció al público de la Trinidad a golpe de virtuosismo y de exotismo vocal, pero a su propuesta le sobra excentricidad y le falta musicalidad. Talento hay, así que, al tiempo.

Lo de la pianista Hiromi puede parecer similar, pero no. Todo lo contrario. Lo suyo es pura exhibición exenta de alma, música mimética diseñada a partir de lugares comunes, capacidad técnica y mucho cartón piedra. Su pianismo es como un espectacular cuadro al que uno empieza a encontrar fallos a medida que lo mira. A partir de los primeros minutos de actuación, la evidencia señaló que la música de la pianista japonesa es todo forma, sin nada de contenido tras su desorbitado sentido estético. Sus improvisaciones no sólo son aburridas hasta la extenuación -los silencios y los matices brillaron por su ausencia- sino que carecen de veracidad o personalidad. Hay muchos músicos pirotécnicos y exhibicionistas en el mundo del jazz, pero hasta los peores tocan una frase ingeniosa de cuando en cuando. En la Trinidad, a Hiromi no le salió ninguna.

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