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España, una distopía en estado puro

El repaso de la actualidad de la semana en el Estado español ofrece una antología de despropósitos difícil de digerir, por muy español que uno sea. En el caso de los independentistas vascos -también en el de catalanes y gallegos-, una de las referencias culturales más recordadas esta semana podría ser perfectamente aquella en la que la cuadrilla de yonquis de la película «Trainspotting» hace un viaje a las montañas escocesas y, en un arrebato garibaldesco, se quejan amargamente de estar colonizados por unos impresentables como los ingleses. Probablemente todos los pueblos dominados por imperios decadentes tengan en un momento u en otro esa sensación. Bien es cierto que, cuando Irvine Welsh escribió su novela, ni en el más lisérgico de sus viajes podían pensar los escoceses que veinte años después Escocia estaría tan cerca de poder lograr su emancipación de Londres.

En todo caso, si algo ha demostrado esta semana es que, por el momento, el ambiente político en el Estado español no es precisamente prerrevolucionario, ni siquiera reformista, y que, de darse cambios en su jefatura y estructura, es más probable que provengan de las instituciones europeas y globales que auditan sus cuentas y dictan sus leyes que por un cambio provocado endógenamente en su sociedad o en sus élites. Ni dimisión ni adelanto electoral, lo ha dicho bien claro Mariano Rajoy. De cambios más profundos, ni mención. Por eso resulta interesante situarse en el lugar de uno de los ojeadores de la Troika e imaginar sus aprietos para realizar el informe sobre los sucesos de estos días.

La semana ha estado marcada por la comparecencia de Rajoy, pero venía precedida por cuestiones que, si bien han quedado eclipsadas o directamente ocultadas, ofrecen elementos para un diagnóstico certero sobre el Estado español. Por ejemplo, colean aun las cuestiones pendientes sobre el accidente de tren en Santiago, donde es evidente que la propaganda y la burbuja de infraestructuras ha primado sobre el criterio básico de la seguridad. En esa línea, ahora sabemos que en Nafarroa las obras del TAV han comenzado sin las licencias pertinentes. El linchamiento del maquinista del Alvia ofrece también un buen ejemplo de qué clase de estado de derecho estamos hablando. Por defecto la fórmula se reduce a negar la evidencia y buscar un cabeza de turco para cada escándalo, todo sin sacar ninguna conclusión sobre los problemas estructurales. Marca España.

También se conocía a principios de semana que el FROB tiene un agujero de 36.000 millones de euros como consecuencia del rescate bancario, dinero a fondo perdido que han puesto a escote los ciudadanos españoles. De igual modo se pagará el crédito especial de 877 millones de euros que el Gobierno español ha pedido para pagar armamento de última generación, con cargo al déficit público. 2,4 millones al día, 625 euros por cada habitante, en un Estado con una deuda inabarcable y con un 26% de paro de media. Para completar el cuadro, hoy GARA recoge un informe del Tribunal de Cuentas Europeo en el que se denuncia que el coste de las carreteras en el Estado español dobla el de las alemanas, a pesar de que los materiales y los salarios son ostensiblemente más bajos. No hay que ser ingeniero ni economista para entender la «moraleja».

Por si fuera poco, a petición del rey Juan Carlos de Borbón, Marruecos amnistiaba esta misma semana a 48 presos de origen español que estaban en sus cárceles. Resulta que uno de ellos, cuya liberación habrían promovido los servicios de inteligencia españoles, es un violador pederasta con un currículum escalofriante. Otra hazaña con viento de Levante.

El colmo del esperpento venía al saberse que dos concejales del PSOE en Huelva son en realidad militantes del PP, algo que ni la más exquisita ley contra el transfuguismo podría contemplar. Una cosa es que la mayoría de españoles sea de UPyD y no lo sepa y otra que los electos del PSOE sí sepan que en realidad son del PP.

Llegados a estas alturas, ¿qué decir del debate sobre la financiación ilegal del PP? Que, como era de esperar, primó lo anecdótico sobre lo estructural. Es difícil decidir si es más grave la soberbia y estulticia del presidente y su bancada o la retórica inane de un Rubalcaba que conduce a un PSOE en caída libre. Dicen que fue como un debate sobre el «estado de la nación», y el nivel político, intelectual y cívico de la Cámara simboliza ese estado perfectamente. Un Estado en descomposición cuyo análisis debe servir a los vascos como palanca, en ningún caso como marco intelectual o político a proyectar.

A todo esto, sin necesidad de esperar al informe de coyuntura política de sus observadores, el FMI pinchaba el globo de las buenas perspectivas económicas inflado por el Ejecutivo español y, entre otras recetas que ya se han demostrado letales en otros lugares, recomendaba rebajar un 10% los salarios. Quizás la conclusión sea que, en realidad, la Troika no necesita poner a un tecnócrata cuando ya tiene una marioneta.

Una distopía que hay que combatir

Hoy GARA comienza a publicar un relato futurista de Harkaitz Cano. Tal y como explicaba el autor, por razones literarias, ha decidido concebir que a diferencia de Escocia y Catalunya Euskal Herria no sea independiente en 2112. Del mismo modo que los protagonistas de «Trainspotting» no imaginaban mirando a las Highlands que en pocos años no podrían echar la culpa de sus miserias a los ingleses, nos toca pensar cómo podemos salir los vascos de esta distopía que nos toca vivir bajo un Estado digno de una novela o de una película paródica, pero indigno de gobernar a un pueblo que aspira a ofrecer a sus ciudadanos derechos, libertades, cultura y una mínima decencia institucional y política.

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