El periodismo es en estos momentos una de las profesiones más castigadas por la tan cacareada crisis (...). Pero si a esto añadimos la salvaje actuación informativa de ciertas empresas periodísticas, basada en el sálvase quien pueda, a esta bendita profesión no le queda nada de la credibilidad ganada a pulso desde el nacimiento de la democracia. Porque ya me dirán cómo se puede calificar la actuación de ciertos diarios, televisiones y emisoras de radio con el accidente de Santiago de Compostela. Solo les preocupaba encontrar a contrarreloj al culpable del accidente olvidándose de las decenas de cuerpos sin vida que yacían en los arcenes de las vías del ferrocarril. Solo querían limpiar la cara de la empresa dueña de las infraestructuras y señalar con el dedo acusador al maquinista del convoy, la parte más débil del drama. Han demostrado que a este paso no hace falta que existan jueces, fiscales, abogados y procuradores porque ya están estos juntaletras y predicadores de la palabra para dictar sentencia antes de tiempo. Pero vivimos tiempos donde pisar al vecino como sea se impone por decreto sobre cualquier mínimo ápice de ética. El objetivo es pasar la mano sobre la chepa del poder establecido como modo de supervivencia y ensañarse con la pluma y el micrófono sobre el chivo expiatorio de turno.