Los trileros de Kirkuk suben la apuesta
Los más de mil iraquíes muertos durante el mes de julio llevan a Irak a niveles de violencia desconocidos desde abril de 2008. Hoy, los ecos de esta guerra olvidada se ahogan en la fría estadística, como si de meros números de lotería se tratara. En Kirkuk juegan todos los días.
Karlos ZURUTUZA | Kirkuk
Se juega por equipos y hay que encontrar la aceituna bajo una de las once copas sobre una bandeja. El sin-u-serf, -«bandeja y copa», en kurdo- es un juego tradicional que se practica únicamente durante el ramadán. Pero en Kirkuk tiene unos matices añadidos.
«Cruzamos nuestros vehículos al final de la calle para evitar los coches bomba. También hay policías de paisano entre nosotros», explica Haukar, el dueño de este cafetín en el barrio de Sorja -norte de Kirkuk-, donde esta noche se han juntado alrededor de 50. El pasado 12 de julio, un atentado suicida en la ciudad se cobró la vida de 38 personas tras un ataque a un local como éste y son muchos los que han bajado la persiana estos días.
Disputada por árabes y kurdos, Kirkuk languidece en una suerte de «limbo» legal entre Bagdad y Erbil mientras se desgarra entre constantes ataques suicidas y asesinatos selectivos. No es casual que una de las ciudades hoy más castigadas por la violencia en Irak descanse sobre una de las mayores reservas de crudo de Oriente Medio.
«Por su supuesto que tengo miedo pero mis opciones pasan por no salir de casa o emigrar. Y yo no quiero abandonar Kirkuk», explica Wasta, uno de los jugadores. Sus dos compañeros de equipo asienten.
La amenaza es todavía mayor durante el ramadán. Los continuos cortes de luz unidos a unas temperaturas diurnas que a menudo rozan los 50° durante estas fechas hace que los iraquíes salgan a la calle en masa tras el iftar, la cena que rompe el ayuno diario. Cafetines y bazares, mezquitas y plazas a rebosar son blanco fácil de ataques terroristas. Y muchos afines a Al Qaeda creen que cualquier acto de violencia se cobrará más rédito espiritual si éste se produce durante el mes santo de los musulmanes.
«¿Qué importa? Nadie en el mundo sabe cuando le llegará su hora», exclama Abu Ahmed tras encontrar la aceituna al tercer intento. Ocho puntos para el contrario. Mientras tanto, las tazas de té y los vasos de zumo de mora también se encadenan entre aquellos que son meros espectadores, como Abdul Kadir Jiand: «Hay una pugna entre partidos políticos apoyados por fuerzas extranjeras. Irán apoya a los chiítas en el poder y las potencias del Golfo a los sunitas del país», explica el que resulta ser el líder en Kirkuk de la coalición Goran, una formación que busca romper el bipartidismo imperante en la Región Autónoma Kurda de Irak (Kusdistán Sur).
«Los atentados suicidas son la firma de Al Qaeda pero también están los IED -explosivos de carretera-, los asesinatos selectivos... estos últimos pueden venir de cualquier parte», asegura tajante el líder político.
En declaraciones a GARA, Khabat Ali Ahmed, comandante de Policía de Kirkuk señalaba a Al Qaeda pero también a «nostálgicos de Hussein», matizando que estos últimos se agrupan en torno a Jaish Rajal al-Tariqah al-Naqshbandia, un grupo insurgente que reivindica atentados desde la ejecución del depuesto líder iraquí, en diciembre de 2006.
«La crisis política en Irak y la guerra en la vecina Siria están convirtiendo a Kirkuk en un auténtica pesadilla», añadía el oficial, confesando no sentirse «demasiado optimista» respecto a la seguridad en Kirkuk a corto plazo.
«Estamos construyendo una zanja alrededor de la ciudad para evitar los ataques, pero lo que realmente funcionaría es que Kirkuk pasara definitivamente bajo adminis- tración kurda y que se construyera un muro alrededor suyo como el de Gaza», aseguraba Khabat Ali Ahmed.
«Maniobras oscuras»
De vuelta en el cafetín de Haukar, nadie confía en que la zanja funcione. Además, son muy pocos los que piensan que la violencia tenga un origen exclusivamente árabe.
«La oposición y el Gobierno están detrás de todo esto, pero tanto el de Bagdad como el de Erbil», apunta este kirkukí que pide ser identificado como Mohamed. No en vano, la suya es una apuesta arriesgada: «Desestabilizar la ciudad es la única forma de evitar que ésta sea controlada por una facción rival por lo que nadie tiene aquí las manos limpias», añade este kurdo que trabajó en la clandestinidad durante el régimen de Saddam Hussein, pero que renunció a colaborar con la nueva Administración kurda por la «corrupción y las maniobras oscuras» en la misma.
Su tesis corrobora el testimonio de Farid -nombre ficticio-, un joven local que renunció a su carrera de periodista cuando su colega y amigo Soran Mama Hama fue asesinado a tiros en julio de 2008. En su último artículo, Hama destapaba una red de prostitución en Kirkuk y aportaba nombres propios de policías, agentes de seguridad y ejecutivos locales.
«Soran y yo trabajábamos juntos a menudo», recuerda Farid. «Yo renuncié tras recibir amenazas del Partido Democrático de Kurdistán -el dominante entre los kurdos de Irak-, pero el siguió trabajando».
Pasada la medianoche, Haukar empieza a recoger bandejas y copas según se van retirando sus clientes. Aquellos que circulan hacia el barrio de Arafa, al noroeste de la ciudad, buscan rutas alternativas al atasco que bloquea la avenida principal de Sorja.
Para Abu Bakr, taxista local, ya es demasiado tarde. Apaga el motor de su coche y enciende un cigarro con resignación. «Puede ser cualquier cosa, desde un sospechoso detenido un control rutinario de la Policía hasta un coche bomba», explica este turcomano enjuto que ronda los 60 años de edad. «Lo peor de todo es que en Kirkuk nunca sabes quién hará que ya no vuelvas a casa nunca más», sentencia.