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Colapso
Carlos GIL | Analista cultural
No se puede volver atrás. No es que la vida te persiga, es que te espera ahí delante, entera, toda, absoluta: la vida. El destino es un colapso emocional, una estación término con salida de emergencia. No se llega a otra parte que no sea la exaltación de la vida: la muerte. Mientras tanto nos queda la responsabilidad, la inquietud, la comprensión o esa alternativa extrema: la locura. Locura que todo lo cura. Una frase apéndice de una evacuación de entrañas.
Aquí estamos porque hemos venido, a quedarnos un rato. Es a ese rato al que debemos prestar atención. Lo que se nos fue entre los anhelos, las frustraciones y los imposibles puede darnos para una sonata crepuscular o para una canción de repertorio. Eso que queremos abrazar antes de que se haya puesto en pie es una angustia, una proyección de un deseo, una figura retórica o un embarazo creativo que bien puede desembocar en un aborto provocado o un sietemesino con el perímetro craneal sin acabar de cerrar. Las musas parecen estar de vacaciones o excluidas por tu condición social y tu poder adquisitivo.
Y al fondo, muy al fondo, la silueta de un hermoso centauro que no sabemos si baila, vuela o simplemente atiende a la flauta mágica. Siempre será un drama la elección. Ese colapso de ideas, análisis, estrategias, intuiciones y certificaciones de estar al corriente de los pagos con Hacienda y la Seguridad Social. En ese punto en donde se cruza la veta artística con la administrativa empiezan las crisis existenciales, el cuestionamiento de tu capacidad. Cuando se intenta maridar la creación con la gestión. El arte dominado por la dictadura de una página de Excel. Una condena a la eterna mediocridad.