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ENSAYO

Caballero de la subjetividad

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Iñaki URDANIBIA

De «impertinente» y de ir «contra el orden establecido» califica Carlos Goñi al filósofo danés, desde el propio título de su libro. Pudiera parecer de entrada que el profesor navarro se sobra, mas bien mirado, da en el clavo en la medida en que Kierkegaard se enfrentó a dos de los pilares del pensar común de su época: en el terreno de la filosofía, el sistema hegeliano y en el de la religión, el acomodado cristianismo institucionalizado. Así pues, no se plegaba el caballero a las autoridades imperantes de distinto signo sino que se atrevió desde joven a caminar en solitario, decidiendo convertirse en un outsider, como queda dicho desde las líneas de la presentación de la obra: «crear la dificultad, no permitir el acomodo, mantener despiertos los espíritus, aguijonear las conciencias, despabilar las mentes, angustiar los corazones, desmontar el `orden establecido', dinamitar seguridades, resquebrajar el sistema».

El salirse de la norma se paga y así, en lo filosófico, presentarse como anti-hegeliano no era bien visto, del mismo modo que variar la óptica con respecto a los valores dominantes en dicho campo de las ideas (pasión versus razón, sujeto sobre el objeto...) suponía quedarse fuera de juego (y de algunas historias de la filosofía, como por ejemplo la de Bertrand Russell, en la que ni se nombra al danés); en lo religioso, Kierkegaard se quedó a la intemperie, fuera del cobijo de la institución eclesiástica.

Jean-Paul Sartre calificaba al pensador danés como consta en el título del presente comentario, y es que frente a la síntesis hegeliana entre sujeto y objeto y la privilegiada instancia histórica, el caballero nombrado privilegiaba la existencia individual, con lo que su quehacer dejaría una huella fundadora en el pensamiento existencialista: ahí está el nombrado filósofo francés, o Karl Jaspers, Martín Heidegger, etc.

Carlos Goñi nos introduce, con meridiana claridad, en el sentido de la empresa kierkegaardiana, y vemos discurrir su pensar a la sombra de su propia biografía (un padre dominante, sus amores...) plena de culpabilidades ante la muerte de su madre y de algunos de sus hermanos, que provocaron un hondo sentimiento de haber nacido bajo el signo de la desdicha y de la falta; fallecido su padre y decidida la ruptura con su prometida, Regina Olsen, el pensador ya estaba en condiciones, rotas las ataduras, de expresarse con voz propia. Un tono personal y plural, en la medida en que expresaba distintas voces de la existencia con pseudónimos varios (Victor Eremita, Johannes de Silentio, Anti-Climacus...), incidiendo en aspectos de índole personal: el amor, la angustia, la culpa... con claros y determinantes signos cristianos, y con la impronta de la ironía socrática; expresándose con diferentes modos de comunicación («indirecta» y «directa»). Los entrelazamientos entre ética, estética y religión son expuestos por al autor de la monografía. Quedan también explicitados cómo queda planteada la resistencia a la razón monológica a que conduce la vocación de sistema y a la disolución del otro que so capa de reconciliación, anula la ética en la empresa hegeliana; frente a ello Kierkegaard hace frente a la separación bajo una triple forma: el existente con él mismo, con los otros y con Dios.

Amén del ya señalado peso de cara a las corrientes existencialistas, la fragmentariedad de su quehacer y su lucha contra las omniexplicativas tendencias sistemáticas («no puede haber sistema de la existencia») también son algunas de las huellas que quedaron impresas en muchas de las filosofías posteriores.

La travesía hacia el extremo del autor del «Tratado de la desesperación» nos es expuesta, en su propia dinámica, en ese permanente vivir en medio de la síntesis entre la libertad y la necesidad que es donde se acuna la angustia y el dolor... en cuya asunción reside el único modo de renacer.

Un pensamiento vivo de quien en el pasado mayo se cumplieron doscientos años de su nacimiento.

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