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Jon Odriozola | Periodista

Carta a los sobrecogedores

 

Me gustaría ofrecer auxilio espiritual, que no acomodo material pues que este va de suyo y es consustancial a la condición de manilargo y varilarguero sobrecogedor dizque sus dineros son fundados y sudados, no sucios ni en entredicho.

Acudo, pues, súbito, en socorro de quien tal vez, por escrúpulo o remilgo, se sienta atormentado y reconcomido cual católico protestante preconciliar, por ver que su fortuna crece y se enriquece como maná celestial y le atosigan o se autolacera por mala conciencia -salvo Zaplana, que vino al mundo a lo que vino- con citas impertinentes bíblicas neotestamentarias tales como «¡Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestra consolación!» (Lc.6,24). O la clásica y demoledora (salvo para Zaplana, insisto): «Es más fácil que un camello entre en el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos» (Mt.19,24). ¿Cómo logran los señores sobrecogedores compaginar en su fe -los de derechas se supone que son o van de católicos y tienen una conciencia moral de la que adolecen los «amorales» de «izquierda» y, en efec- to, si se refieren a cantamañanas que se dicen de «izquierdas», así es. La filosofía de ambos bandos y caras de un Jano bifronte es la misma de una burguesía en descomposición: el carpe diem y el vivalavirgen y si estás en paro te jodes, como dijo una hijaputa, o si hay niños medio desnutridos, es culpa de los padres, como dijo otro- compaginar su fe, digo, la fortuna (¿recordaremos la cita de Balzac, gran conservador?) sobrevenida en diferido como sobre- sueldo sobrecogedor?

Vayan, pues, otras citas bíblicas para serenar almas turbulentas por hormigueos de conciencia. Nuestro Señor Jesucristo no fustiga a los ricos por el hecho de serlo: lo que condena es el mal uso de las riquezas. Los ricos pueden ser discípulos del Señor. A los ricachones no los aleja de sí (la expulsión de los mercaderes del Templo fue un mal día de quien no entendía la economía mercantil o economía de bazar de aquella época), sino que les advierte del peligro de la abundancia de bienes y les aconseja: «Granjeaos amigos con las riquezas» (Lucas,16,9). Este es el sentir cristiano, como atestigua el tarsiota Pablo en su carta a Timoteo: «A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas, sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquemos el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y con liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera».

No caigamos, pues, en el error de condenar a los ricos por el hecho de serlo. Hay hombres con pingüe hacienda que son buenos: trabajan y no se dedican a la buena vida; crean riqueza y empleo y viven limpiamente (o sea, se duchan. Nota de J. O.); son esposos fieles y padres abnegados. A mí me pagan en una caja de farias las coimas. Y es que ya no hay ovnis para escribir de algo en verano.

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