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CRíTICA: «Emak bakia baita»

El arte encontrado en la casa surreal de Man Ray

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Mikel INSAUSTI

Los términos «vanguardia» o «modernismo» han seguido aplicándose hasta nuestros días, pero pertenecen a los artistas de principios de siglo pasado que se anticiparon de tal manera en el tiempo que sus obras no han envejecido. Y al principio de todo fue Man Ray, un dadaísta que descubrió el surrealismo en París gracias a André Breton, adelantándose a lo que vino después. «Un chien andalou» y «L' Age d'Or» de Buñuel no habrían existido, si Ray no crea antes su cinépoéme de 1926 «Emak bakia».

Una realización por demás influyente que merece ser revisada por sí misma, pero que a Oskar Alegria le ha sugerido su propia película, debido al constante fluir de las viejas vanguardias que también pasaron por Euskal Herria dejando parte de ese legado abierto a la imaginación renovada. Los tesoros artísticos de aquel rico universo nunca han desaparecido, y pienso en los trabajos del pintor Sistiaga, a la manera de Norman McLaren, hechos directamente sobre el celuloide. Man Ray también prescindió de la cámara en sus famosos «rayogramas», porque daba más importancia a los objetos cotidianos que adquirían una nueva significación cuando eran interpuestos entre el papel y la luz para dar lugar a misteriosas sombras.

De aquel misterio se nutre ahora «Emak bakia baita», que se aleja conscientemente del cine industrial para redescubrir su eterno principio artesanal del «hagáselo usted mismo». A Oskar Alegria le ha bastado su cámara doméstica para grabar imágenes y el portátil para editarlas. Son medios más que suficientes a la hora de establecer una conexión con la obra original, a partir del motor de búsqueda por excelencia que constituye el puro azar. Basta introducir una simple clave, como es el título tomado del nombre de la casa de Biarritz en la que vivió Man Ray, para establecer un juego referencial volcado a la improvisación.

Los objetos cotidianos vuelven a aparecer en escena con el simple impulso de un golpe de viento, y así nace la historia del natural sobre el guante desechable que conoce a una servilleta. Es cuestión de saber mirar, de ver el violonchello en la espalda de Kiki de Montparnasse.

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