REPRESIÓN EN EGIPTO
No los queremos ni ver, pero siguen ahí
Dabid LAZKANOITURBURU | Responsable de la sección de Mundua
No son pocos los que interpretan la tensa calma de las últimas horas en El Cairo como un cambio en la estrategia de los Hermanos Musulmanes, que habrían decidido volver a su histórica clandestinidad.
No es algo descartable, habida cuenta de la sucesión de masacres que han sufrido -y sufren, ahora en las cárceles- sus seguidores, y de la oleada de redadas contra sus líderes.
Ocurre que la mayoría de los análisis sobre la Cofradía han resultado normalmente erróneos. Como falsos son los tópicos que se repiten hasta la saciedad en torno al islamismo político.
Fueron muchos los que anticiparon, guiados más por deseos y prejuicios, el ostracismo de los Hermanos Musulmanes por su papel, no en primerísima fila, en la revolución de la Plaza Tahrir. Hasta que vieron, alarmados, cómo ganaban una elección tras otra. El siguiente paso fue negarles el pan y la sal cuando llegaron al Gobierno para acusarles de pretender llevar adelante por sí solos una agenda de islamización de la sociedad. El corolario, tras rechazar sus llamadas a negociar el Gobierno y la redacción de la Constitución, fue acusarles de mal gobierno. Y la guinda llegó con el golpe de Estado.
Sostienen los promotores de la asonada militar que los Hermanos Musulmanes habrían perdido todo el crédito político que desde un principio les negaron. Pero ahora hemos sabido que intentaron negociar con ellos y arrancarles el compromiso de que, en unas eventuales nuevas elecciones, solo se presentarían a un 20% de los escaños. Lo mismo hacía Mubarak, dejándoles que presentaran algunos candidatos para asegurarse una mayoría aplastante totalmente ficticia.
Mucho miedo les tienen -les tenemos- a los Hermanos Musulmanes. Al punto de exigirles que desaparezcan y nos dejen tranquilos con nuestras confortables y homologables creencias. Y es que son el espejo desormado de nuestra propia impotencia. Son la muestra terca, molesta, de nuestros propios errores. Y no quieren ser como nosotros, desagradecidos ellos. No los queremos ni ver, pero siguen ahí. Y volverán.