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udate | Carlos GIL, Analista cultural

Ciudad

Las ciudades se formaron alrededor de una arquitectura pragmática que se conjuntaba con la simbólica que acabó siendo la preponderante. La Iglesia, la plaza, el teatro, son signos ciudadanos que evolucionan desde la acción del poder y el dinero cuando se asocia a la imaginación y la voluntad transformadora de los artistas.

¿Ha llegado el fin de la ciudad como territorio creativo? ¿Hay posibilidades de volver a dotarla de contenido más allá de la especulación? El espacio de encuentro, reunión, intercambio, gestión y administración se ha ido desplazando de los centros a las periferias. Las marcas, el consumo, una idea del ser ciudadano convertido en mero cliente, va desposeyendo de sentido ese centro geográfico y nos encontramos como hay otras esferas sobre las que funciona hoy la sociedad: los centros comerciales.

Una necesidad impuesta o sobrevenida por esa migración a las residencias de extrarradio y la economía de escala. Un lugar pensado con la calculadora y el desafecto que se convierte en una concentración masiva instrumental. Y sin embargo siempre que pensamos una ciudad ideal la imaginamos alrededor de la gastronomía, la museología y el entretenimiento cultural. Quizás sea una reminiscencia renacentista, pero el modelo utópico se convierte de urgente recuperación para mantener unos niveles de sostenibilidad y de vuelta al equilibrio.

El culto, lo culto, lo administrativo y lo emocional. Reinventarse la función socio-cultural de la ciudad, apartándose de la arquitectura espectáculo y del entretenimiento de celebridad, para urdir un tejido cultural urbano que retroalimente a los ciudadanos y les devuelva su orgullo de pertenencia.

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