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1813, La guerra contra Napoleón deja un «annus horribilis»
Pello GUERRA
En la primavera de 1813, el duque de Wellington partía de Portugal con el objetivo de expulsar a las tropas napoleónicas de la Península Ibérica. Los primeros efectos de esa campaña en Euskal Herria se iban a producir en territorio alavés. A mediados de junio llegaban a las inmediaciones de Gasteiz los 78.000 soldados del mariscal Jean Baptiste Jourdan que protegían la retirada hacia Francia del soberano sentado en el trono español por Napoleón, su hermano José Bonaparte. Pisándoles los talones aparecían las tropas del duque de Wellington, con las que terminaron combatiendo el 21 de junio en la Llanada alavesa y los montes que rodean la capital. Después de doce horas de lucha, los aliados se impusieron a las tropas de Jourdan, que se batieron en retirada generando una auténtica desbandada tras dejar en el campo de batalla unas 8.000 bajas entre muertos y heridos.
La derrota napoleónica fue contundente, pero los soldados del emperador todavía no estaban vencidos, ya que los triunfadores de la batalla de Gasteiz prefirieron hacer un buen botín con los objetos de valor que portaban los carruajes de la comitiva del rey José I antes que dar la puntilla a su enemigo. Por lo tanto, una vez que consiguieron rehacerse de lo ocurrido, las tropas del emperador siguieron combatiendo a sus perseguidores mientras intentaban alcanzar las dos plazas fuertes que todavía estaban en su poder: Donostia e Iruñea.
En esa retirada, el 23 de junio tuvo lugar un choque de armas en el barrio de Senpere, en la muga entre Beasain y Lazkao, en el que las tropas del general Graham alcanzaron y batieron a un grupo de soldados napoleónicos en plena retirada y contra los que ya se había librado una batalla en la zona de Arrasate.
En su camino hacia Donostia y los Pirineos, las tropas francesas alcanzaron Tolosa, dejando a su paso un rastro de saqueos y rapiña. El 25 de junio, los 15.000 hombres del general Foy intentaron frenar el avance aliado en la citada población, un punto estratégico. Sin embargo, lo tenían muy difícil, ya que se enfrentaban a los 30.000 hombres de Graham. El general inglés atacó por el camino real que enlazaba Madrid y Baiona, mientras que el militar Gabriel de Mendizabal, que venía desde Azpeitia, tenía como objetivo Albistur y Hernialde, y el guerrillero Francisco de Longa atacaba desde Ibarra. Tras una sangrienta jornada de lucha que se cobró 1.600 vidas, los franceses aprovecharon la noche para retirarse hacia Andoain. El camino estaba despejado para Wellington, que poco después inició el sitio de Donostia.
Una situación parecida se vivía en el otro gran punto de resistencia francesa: Iruñea. En la capital del todavía Reino de Nafarroa habían recalado el rey José I y el mariscal Jourdan tras la batalla de Gasteiz antes de cruzar los Pirineos. Tras ellos, habían penetrado en suelo navarro los soldados de Wellington, que se encontraron un panorama dantesco, ya que «los franceses, al tener que huir prácticamente con lo puesto, echaron mano de todos los recursos que encontraron a su paso. Arrasaron cosechas, cogieron todos los animales domésticos que encontraron a su paso y para hacer fuego arrancaron puertas, marcos de ventanas y vigas de los tejados. Algunos pueblos aparecían medio quemados», según señala Carlos Santacara en su libro «1813. El país que vieron los soldados británicos de Wellington». Por ejemplo, en Arbizu, los franceses dieron fuego a 45 casas, la mitad de las existentes entonces, después de que sus vecinos huyeran al monte, la táctica más común entre los civiles para escapar de la lucha.
Los 40.000 soldados que penetraron en Nafarroa fueron suprimiendo con fuego artillero los focos de resistencia francesa que encontraban en su camino hacia la capital, a la que llegaron la tarde del 24 de junio. Wellington decidió iniciar un bloqueo sobre Iruñea. Esta táctica le permitía mantener aislada la ciudad, en la que se había atrincherado la guarnición francesa, y, al mismo tiempo, disponer de más tropas para el resto de frentes que seguían abiertos, especialmente Donostia. En la ciudad guipuzcoana, la guarnición napoleónica, integrada por unos 2.600 hombres dirigidos por el general Emmanuel Rey, desalojó a los afrancesados que se habían refugiado en ella, tomó el convento de San Bartolomé e incendió las casas existentes fuera de las murallas. Por su parte, los ingleses emplazaron sus cañones y empezaron a castigar las defensas donostiarras hasta abrir una brecha por la que se lanzó un primer ataque el 25 de julio que fue rechazado por los franceses y que provocó 600 muertos.
Mientras Wellington procuraba acabar con esos dos principales focos de resistencia, Napoleón había reorganizado sus fuerzas con el objetivo de frenar la ofensiva aliada. Al frente de sus tropas puso al experimentado mariscal Soult, quien, a finales de julio, se sintió preparado para contraatacar. Sus hombres lanzaron una ofensiva masiva por Orreaga y Baztan con el fin de levantar el bloqueo de Iruñea y más adelante acabar con el sitio de Donostia y empujar a Wellington más allá del Ebro. 60.000 hombres divididos en dos grupos penetraron en Nafarroa el 25 de julio. La columna de Baztan fue frenada en Otsondo, mientras que los hombres de Soult avanzaron a buen ritmo hacia Iruñea. La tarde del 27 de julio, los aliados decidieron hacer frente a los franceses en las inmediaciones de Sorauren, a nueve kilómetros de la capital y donde se presentó Wellington para tomar las riendas de su ejército en retirada. Al día siguiente, las tropas imperiales atacaron, pero no consiguieron romper la línea de defensa aliada.
El 29 de julio la columna de Baztan llegó a Ostiz, lo que incrementaba las fuerzas atacantes, pero Soult había decidido desistir de romper el bloqueo de Iruñea y prefirió centrar sus esfuerzos en levantar el sitio de Donostia, así que ordenó la retirada. Wellington adivinó sus intenciones y el día 30 lanzó una ofensiva sobre Sorauren, que, tras dura resistencia, fue tomada por los aliados. A partir de ahí, las tropas imperiales iniciaron una retirada total hacia los Pirineos, a donde llegaron el 2 de agosto. Una semana después, los franceses se encontraban en el punto de partida tras sufrir 15.000 bajas.
Esta victoria permitió a Wellington centrar sus esfuerzos en Donostia, que seguía resistiendo. Sin embargo, a finales de agosto, la artillería aliada había castigado suficientemente las murallas de la ciudad como para intentar un nuevo asalto. El mariscal Soult sabía que ese ataque podía ser inminente y decidió intentar evitarlo lanzando una ofensiva por el monte San Marcial, mientras una parte de sus fuerzas hacía una maniobra envolvente por encima de Bera para llegar hasta Oiartzun.
La madrugada del 31 de agosto y envueltas por la niebla, siete divisiones francesas cruzaron el Bidasoa y atacaron las posiciones aliadas en el monte San Marcial. Tras realizar dos asaltos masivos, terminaron retirándose sin haber logrado alcanzar la cima, lo que provocó también el repliegue de las tropas que habían llegado hasta las inmediaciones de las peñas de Aia. La retirada fue desastrosa, ya que una fuerte tormenta hizo subir el caudal del río Bidasoa súbitamente y muchos soldados se ahogaron al intentar cruzar el curso de agua por los mismos puntos que habían empleado a primera hora del día.
El ataque fue un nuevo fracaso, aunque, en realidad, la suerte de Donostia ya estaba echada. El mismo día que se combatía por el monte San Marcial, las tropas de Wellington se lanzaban al asalto definitivo de la ciudad. «Los desesperados», una columna de voluntarios, atacaron por una de las brechas que había conseguido ensanchar su artillería. Cuando alcanzaron la parte superior de la grieta, descubrieron que se encontraban a cuatro metros del suelo del interior de la ciudad, lo que generó un desconcierto entre sus filas que fue aprovechado por los defensores para acribillarlos. Parecía que los franceses habían conseguido salir airosos, pero un incendio fortuito alcanzó un depósito de munición de las tropas imperiales y la consiguiente explosión sembró el caos entre los napoleónicos, momento que fue aprovechado por los asaltantes para penetrar en la ciudad. Ante la imposibilidad de frenar esa avalancha, los soldados franceses se refugiaron en el castillo de la Mota, dejando a la población civil a su suerte.
Entonces comenzó un trágico episodio que hoy en día sigue generando controversia. Durante los siguientes seis días, las tropas aliadas camparon a sus anchas por la ciudad saqueando, violando y dando muerte a muchos de sus habitantes. Y se desató un incendio tan pavoroso que solo se salvaron de las llamas las 35 casas y las dos parroquias existentes en la calle Trinidad, el lugar donde se encontraban alojados los oficiales británicos y portugueses mientras preparaban el ataque al castillo, que terminaría rindiéndose el 8 de setiembre. El resultado final de la «liberación» de Donostia fue abrumador: toda la ciudad destruida salvo la calle que en estos momentos se conoce como 31 de agosto en recuerdo de lo ocurrido, y la muerte de unas 1.200 personas.
Con Donostia ya tomada, los aliados centraron su atención en Iruñea, donde continuaba el bloqueo a la guarnición francesa. El paso del tiempo y la falta de alimentos habían generado una situación dantesca en el interior de la ciudad, donde se había llegado a comer caballos, perros, gatos, ratas y todas las hierbas que se podían encontrar. Finalmente y en vista de que ya nadie aparecería para socorrerles, el 31 de octubre, los 3.500 soldados imperiales dirigidos por el general Cassan se rindieron a los 12.000 hombres de las tropas españolas que los habían mantenido sitiados durante tres meses.
Con los últimos focos de resistencia eliminados en Hego Euskal Herria, el 10 de noviembre Wellington lanzó una gran ofensiva al norte de los Pirineos con 90.000 hombres y que generó un amplio frente de lucha que iba entre Donibane Lohizune y Donibane Garazi. Durante los siguientes meses, la guerra se cebaría con Ipar Euskal Herria, donde las tropas imperiales resistirían los sucesivos ataques de los aliados, como en el bloqueo de Baiona, hasta que a primeros de abril de 1814, con sus enemigos atacándole por diferentes flancos, Napoleón abdicó. Así se ponía un primer final a su imperio y a un largo conflicto que había dejado una Euskal Herria muy castigada por los desastres de la guerra.
En la primavera de 1813, el duque de Wellington partía de Portugal con el objetivo de expulsar a las tropas napoleónicas de la Península Ibérica. Los primeros efectos de esa campaña en Euskal Herria se iban a producir en territorio alavés. A mediados de junio llegaban a las inmediaciones de Gasteiz los 78.000 soldados del mariscal Jean Baptiste Jourdan que protegían la retirada hacia Francia del soberano sentado en el trono español por Napoleón, su hermano José Bonaparte. Pisándoles los talones aparecían las tropas del duque de Wellington, con las que terminaron combatiendo el 21 de junio en la Llanada alavesa y los montes que rodean la capital. Después de doce horas de lucha, los aliados se impusieron a las tropas de Jourdan, que se batieron en retirada generando una auténtica desbandada tras dejar en el campo de batalla unas 8.000 bajas entre muertos y heridos.
La derrota napoleónica fue contundente, pero los soldados del emperador todavía no estaban vencidos, ya que los triunfadores de la batalla de Gasteiz prefirieron hacer un buen botín con los objetos de valor que portaban los carruajes de la comitiva del rey José I antes que dar la puntilla a su enemigo. Por lo tanto, una vez que consiguieron rehacerse de lo ocurrido, las tropas del emperador siguieron combatiendo a sus perseguidores mientras intentaban alcanzar las dos plazas fuertes que todavía estaban en su poder: Donostia e Iruñea.
En esa retirada, el 23 de junio tuvo lugar un choque de armas en el barrio de Senpere, en la muga entre Beasain y Lazkao, en el que las tropas del general Graham alcanzaron y batieron a un grupo de soldados napoleónicos en plena retirada y contra los que ya se había librado una batalla en la zona de Arrasate.
En su camino hacia Donostia y los Pirineos, las tropas francesas alcanzaron Tolosa, dejando a su paso un rastro de saqueos y rapiña. El 25 de junio, los 15.000 hombres del general Foy intentaron frenar el avance aliado en la citada población, un punto estratégico. Sin embargo, lo tenían muy difícil, ya que se enfrentaban a los 30.000 hombres de Graham. El general inglés atacó por el camino real que enlazaba Madrid y Baiona, mientras que el militar Gabriel de Mendizabal, que venía desde Azpeitia, tenía como objetivo Albistur y Hernialde, y el guerrillero Francisco de Longa atacaba desde Ibarra. Tras una sangrienta jornada de lucha que se cobró 1.600 vidas, los franceses aprovecharon la noche para retirarse hacia Andoain. El camino estaba despejado para Wellington, que poco después inició el sitio de Donostia.
Una situación parecida se vivía en el otro gran punto de resistencia francesa: Iruñea. En la capital del todavía Reino de Nafarroa habían recalado el rey José I y el mariscal Jourdan tras la batalla de Gasteiz antes de cruzar los Pirineos. Tras ellos, habían penetrado en suelo navarro los soldados de Wellington, que se encontraron un panorama dantesco, ya que «los franceses, al tener que huir prácticamente con lo puesto, echaron mano de todos los recursos que encontraron a su paso. Arrasaron cosechas, cogieron todos los animales domésticos que encontraron a su paso y para hacer fuego arrancaron puertas, marcos de ventanas y vigas de los tejados. Algunos pueblos aparecían medio quemados», según señala Carlos Santacara en su libro «1813. El país que vieron los soldados británicos de Wellington. Por ejemplo, en Arbizu, los franceses dieron fuego a 45 casas, la mitad de las existentes entonces, después de que sus vecinos huyeran al monte, la táctica más común entre los civiles para escapar de la lucha.
Los 40.000 soldados que penetraron en Nafarroa fueron suprimiendo con fuego artillero los focos de resistencia francesa que encontraban en su camino hacia la capital, a la que llegaron la tarde del 24 de junio. Wellington decidió iniciar un bloqueo sobre Iruñea. Esta táctica le permitía mantener aislada la ciudad, en la que se había atrincherado la guarnición francesa, y, al mismo tiempo, disponer de más tropas para el resto de frentes que seguían abiertos, especialmente Donostia. En la ciudad guipuzcoana, la guarnición napoleónica, integrada por unos 2.600 hombres dirigidos por el general Emmanuel Rey, desalojó a los afrancesados que se habían refugiado en ella, tomó el convento de San Bartolomé e incendió las casas existentes fuera de las murallas. Por su parte, los ingleses emplazaron sus cañones y empezaron a castigar las defensas donostiarras hasta abrir una brecha por la que se lanzó un primer ataque el 25 de julio que fue rechazado por los franceses y que provocó 600 muertos.
Mientras Wellington procuraba acabar con esos dos principales focos de resistencia, Napoleón había reorganizado sus fuerzas con el objetivo de frenar la ofensiva aliada. Al frente de sus tropas puso al experimentado mariscal Soult, quien, a finales de julio, se sintió preparado para contraatacar. Sus hombres lanzaron una ofensiva masiva por Orreaga y Baztan con el fin de levantar el bloqueo de Iruñea y más adelante acabar con el sitio de Donostia y empujar a Wellington más allá del Ebro. 60.000 hombres divididos en dos grupos penetraron en Nafarroa el 25 de julio. La columna de Baztan fue frenada en Otsondo, mientras que los hombres de Soult avanzaron a buen ritmo hacia Iruñea. La tarde del 27 de julio, los aliados decidieron hacer frente a los franceses en las inmediaciones de Sorauren, a nueve kilómetros de la capital y donde se presentó Wellington para tomar las riendas de su ejército en retirada. Al día siguiente, las tropas imperiales atacaron, pero no consiguieron romper la línea de defensa aliada.
El 29 de julio la columna de Baztan llegó a Ostiz, lo que incrementaba las fuerzas atacantes, pero Soult había decidido desistir de romper el bloqueo de Iruñea y prefirió centrar sus esfuerzos en levantar el sitio de Donostia, así que ordenó la retirada. Wellington adivinó sus intenciones y el día 30 lanzó una ofensiva sobre Sorauren, que, tras dura resistencia, fue tomada por los aliados. A partir de ahí, las tropas imperiales iniciaron una retirada total hacia los Pirineos, a donde llegaron el 2 de agosto. Una semana después, los franceses se encontraban en el punto de partida tras sufrir 15.000 bajas.
Esta victoria permitió a Wellington centrar sus esfuerzos en Donostia, que seguía resistiendo. Sin embargo, a finales de agosto, la artillería aliada había castigado suficientemente las murallas de la ciudad como para intentar un nuevo asalto. El mariscal Soult sabía que ese ataque podía ser inminente y decidió intentar evitarlo lanzando una ofensiva por el monte San Marcial, mientras una parte de sus fuerzas hacía una maniobra envolvente por encima de Bera para llegar hasta Oiartzun.
La madrugada del 31 de agosto y envueltas por la niebla, siete divisiones francesas cruzaron el Bidasoa y atacaron las posiciones aliadas en el monte San Marcial. Tras realizar dos asaltos masivos, terminaron retirándose sin haber logrado alcanzar la cima, lo que provocó también el repliegue de las tropas que habían llegado hasta las inmediaciones de las peñas de Aia. La retirada fue desastrosa, ya que una fuerte tormenta hizo subir el caudal del río Bidasoa súbitamente y muchos soldados se ahogaron al intentar cruzar el curso de agua por los mismos puntos que habían empleado a primera hora del día.
El ataque fue un nuevo fracaso, aunque, en realidad, la suerte de Donostia ya estaba echada. El mismo día que se combatía por el monte San Marcial, las tropas de Wellington se lanzaban al asalto definitivo de la ciudad. «Los desesperados», una columna de voluntarios, atacaron por una de las brechas que había conseguido ensanchar su artillería. Cuando alcanzaron la parte superior de la grieta, descubrieron que se encontraban a cuatro metros del suelo del interior de la ciudad, lo que generó un desconcierto entre sus filas que fue aprovechado por los defensores para acribillarlos. Parecía que los franceses habían conseguido salir airosos, pero un incendio fortuito alcanzó un depósito de munición de las tropas imperiales y la consiguiente explosión sembró el caos entre los napoleónicos, momento que fue aprovechado por los asaltantes para penetrar en la ciudad. Ante la imposibilidad de frenar esa avalancha, los soldados franceses se refugiaron en el castillo de la Mota, dejando a la población civil a su suerte.
Entonces comenzó un trágico episodio que hoy en día sigue generando controversia. Durante los siguientes seis días, las tropas aliadas camparon a sus anchas por la ciudad saqueando, violando y dando muerte a muchos de sus habitantes. Y se desató un incendio tan pavoroso que solo se salvaron de las llamas las 35 casas y las dos parroquias existentes en la calle Trinidad, el lugar donde se encontraban alojados los oficiales británicos y portugueses mientras preparaban el ataque al castillo, que terminaría rindiéndose el 8 de setiembre. El resultado final de la «liberación» de Donostia fue abrumador: toda la ciudad destruida salvo la calle que en estos momentos se conoce como «31 de agosto» en recuerdo de lo ocurrido, y la muerte de unas 1.200 personas.
Con Donostia ya tomada, los aliados centraron su atención en Iruñea, donde continuaba el bloqueo a la guarnición francesa. El paso del tiempo y la falta de alimentos habían generado una situación dantesca en el interior de la ciudad, donde se había llegado a comer caballos, perros, gatos, ratas y todas las hierbas que se podían encontrar. Finalmente y en vista de que ya nadie aparecería para socorrerles, el 31 de octubre, los 3.500 soldados imperiales dirigidos por el general Cassan se rindieron a los 12.000 hombres de las tropas españolas que los habían mantenido sitiados durante tres meses.
Con los últimos focos de resistencia eliminados en Hego Euskal Herria, el 10 de noviembre Wellington lanzó una gran ofensiva al norte de los Pirineos con 90.000 hombres y que generó un amplio frente de lucha que iba entre Donibane Lohizune y Donibane Garazi. Durante los siguientes meses, la guerra se cebaría con Ipar Euskal Herria, donde las tropas imperiales resistirían los sucesivos ataques de los aliados, como en el bloqueo de Baiona, hasta que a primeros de abril de 1814, con sus enemigos atacándole por diferentes flancos, Napoleón abdicó. Así se ponía un primer final a su imperio y a un largo conflicto que había dejado una Euskal Herria muy castigada por los desastres de la guerra.
Doscientos años después, la destrucción de Donostia sigue generando dimes y diretes, ya que existen varias teorías que intentan explicar por qué la ciudad guipuzcoana terminó arrasada por aquellos que querían «liberarla». Algunos estudiosos señalan que en esa época, el asalto de ciudades solía derivar habitualmente en un auténtico saqueo por parte de las tropas asediantes, que aprovechaban el momento para hacerse con un botín mientras sus mandos miraban para otro lado.
Desde la Asociación de Historiadores Guipuzcoanos, Miguel de Aramburu, Carlos Rilova Jericó y Álvaro Aragón Ruano ahondan en esa tesis, pero añadiéndole una motivación de corte comercial en el caso donostiarra. De acuerdo con su teoría, los oficiales británicos no habrían frenado el frenesí saqueador de sus hombres para así «acabar con un competidor comercial y con un puerto que en un futuro inmediato volvería a ser aliado francés y enemigo de la flota de su Británica Majestad». En su modo de proceder, habrían influido el hecho de que Donostia se entregó a las tropas francesas durante la Guerra de la Convención (1794-95) sin ofrecer la más mínima resistencia y las intensas relaciones comerciales entre la ciudad y Baiona, que se habrían visto fortalecidas si Hego Euskal Herria hubiera pasado a formar parte de la Francia napoleónica.
Esos vínculos comerciales y la citada sintonía con la Administración gala también son sacados a colación por los defensores de otra teoría que explica el saqueo y la quema de la ciudad como una venganza española. La iniciativa Donostia Sutan 1813-2013 asegura que los generales españoles Castaños, especialmente, y Álava (que en junio había evitado el saqueo de Gasteiz tras su batalla) habrían fomentado la destrucción de la urbe como escarmiento por haberse alineado con la Francia revolucionaria.
Para sostener esta tesis se basan en 79 testimonios recogidos durante los meses siguientes al asalto del 31 de agosto y en los que los testigos aseguran haber oído a los soldados que «tenían orden del general Castaños de arrasar la ciudad y pasar a cuchillo a sus habitantes». Las tropas inglesas y portuguesas habrían cumplido a conciencia con ese mandato, ya que en sus relatos, los donostiarras narran «el asesinato de personas indefensas, la violación de mujeres sin distinción de edad, de hijas sobre el cadáver de sus madres, saqueo de todos los bienes, incendio premeditado casa por casa...», recuerdan desde esta iniciativa.
Donostia Sutan añade que «los generales españoles Álava y Castaños, responsables de la masacre, y el británico duque de Wellington negaron su implicación en los hechos y echaron la culpa a los propios donostiarras y a las tropas francesas que habían ocupado la ciudad durante cinco años». Cuando quedó en evidencia que el saqueo había sido realizado por las tropas anglo-portuguesas, tampoco se compensó a la ciudad por lo sucedido e incluso durante un periodo de tres años las autoridades españolas no permitieron la reconstrucción que querían realizar los donostiarras, una anómala forma de proceder que vendría a reforzar la tesis de la venganza. P.G.