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La verdad y las víctimas civiles, bajo los escombros

La guerra es una constante en la historia de la Humanidad y la constatación del fracaso monumental de la especie humana a la hora de buscar soluciones dialogadas y consensuadas a sus problemas. Solo las formas de matar han variado a lo largo de los siglos, pero ni siquiera cabe decir con rigor que la cantidad de víctimas provocadas por conflictos bélicos vaya menguando con la supuesta evolución de las civilizaciones. Más bien al contrario. El ejemplo palmario, la cara más extrema de la guerra hoy, es Siria, con una abrumadora cifra media de un centenar de muertos al día.

La guerra y sus sufrimientos es una constante histórica también en Euskal Herria, donde hoy día todavía permanece sin cerrarse el último conflicto armado de Europa Occidental. Cabe añadir que no ha tenido excesiva suerte con sus vecinos, grandes potencias con ambiciones imperialistas que bien han atacado a este pequeño país o bien lo han convertido en campo de batalla puntual para sus aventuras bélicas, ya se llamaran Carlomagno, Fernando el Católico, Napoleón, Franco...

Igual que Gernika fue en 1937 uno de los primeros casos de bombardeo aéreo indiscriminado sobre civiles, un experimento macabro, Donostia había sido en 1813 en uno de los primeros y más graves ejemplos de matanza masiva de población indefensa, con los añadidos de las violaciones, el saqueo y, finalmente, la destrucción casi absoluta de la ciudad. Se calcula que unos 1.500 donostiarras murieron por el ataque o por la hambruna, la pobreza y las enfermedades del terrible invierno posterior.

Para su desgracia, por tanto, Euskal Herria es una de las naciones que ha constatado en carne propia que los principales paganos de las guerras son las víctimas civiles, una realidad que en el siglo XX se generalizó a gran escala y que en el siglo XXI sigue reproduciéndose en muchos puntos del planeta (la listas en ambos casos serían interminables). Y también sabe muy bien que la verdad es la primera víctima de esas guerras, un aserto hoy inequívocamente admitido y constatado: la autoría de la matanza de 1813 se negó mucho tiempo, la masacre de Gernika se intentó imputar a los «rojo-separatistas», la del 11-M a ETA...

Cómo mirar hacia Siria

Como ciudadanos de un país masacrado y falseado tantas veces, aunque ciertamente no sea el único ni el mayor, los vascos observan con sensibilidad especial la situación en Siria. E intuyen que, igual que ha ocurrido en Euskal Herria históricamente, los civiles y la verdad son las primeras víctimas, y lo serán aún más si Estados Unidos pone en marcha su máquina de matar. Una máquina que ahora se rebautiza eufemísticamente como «quirúrgica», al estilo de aquellos ataques «selectivos» y «preventivos» sobre Irak que lo que desencadenaron fue justo lo contrario: matanzas indiscriminadas y un conflicto enquistado para mucho tiempo todavía.

Por un lado, el previsible bombardeo solo contribuirá a sepultar definitivamente cualquier intento sincero y serio de sacar la verdad de las tinieblas de la desinformación extendida en Siria desde el inicio del conflicto. Un diario como este tiene el objetivo de informar, y precisamente por eso debe tener también la honestidad suficiente para reconocer cuándo no está en condiciones de dar datos exactos y fehacientes sobre realidades tan opacas como la guerra de Siria, donde la propaganda reina sobre el caos. Lo ilustra el hecho de que ni siquiera los inspectores enviados por la ONU para analizar la situación sobre el terreno puedan determinar de qué bando son las personas que les disparan desde los tejados.

La imposibilidad fáctica hasta el momento de determinar con exactitud la autoría de los ataques producidos en las afueras de Damasco -ni siquiera Estados Unidos, pese a su clara intencionalidad de preparar un ataque, ha dado un diagnóstico concluyente al respecto- es evidente. Y esa ignorancia se ha convertido en el mejor escenario para que todas las partes en conflicto se den la razón a sí mismas, lo que a su vez supone la mejor forma de eternizar el conflicto. Cualquier análisis riguroso solo puede partir del reconocimiento de la realidad de los hechos, a día de hoy desconocida. Lo seguro es que las últimas opciones de rescatar la verdad del conflicto sirio se quedarán bajo los escombros de un ataque si Barack Obama lo ejecuta finalmente.

Cuando las imágenes de las víctimas del ataque químico todavía sacuden las conciencias de cualquiera en el mundo, salvo al parecer las de quienes desde los dos bandos prefieren no buscar la verdad para evitar el riesgo de que termine haciendo añicos también sus convicciones ideológicas preconcebidas, un ataque exterior solo creará más sufrimiento, bien de modo directo o a través de consecuencias que podrían afectar a muchos países y durar muchos años. Resulta significativo de la estulticia de ciertos gobernantes que se arriesguen a repetir errores históricos tan brutales y tan recientes como el de Irak, y que lo hagan en un escenario tan cercano y tan similar. Más aún en el caso de Obama, que conoce mejor que nadie aquel despropósito que, de paso, fue el que llevó a la Casa Blanca.

El impacto que está teniendo ya el conflicto sirio en toda la región es enorme, no solo en número de muertos sino también de refugiados. Al margen de los masacrados por metralletas, bombas convencionales o armas químicas, se calcula por ejemplo que un millón de niños han huido de la guerra. Los ojos de esas víctimas civiles son la manera más justa de mirar una guerra en la que la verdad fue asesinada hace mucho tiempo.

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