Raúl Zilbechi | Periodista
Zapatismo: de la solidaridad al hermanamiento
El periodista uruguayo relata lo visto y vivido en la «escuela zapatista» del pasado mes de agosto. Zibechi participó en esta experiencia en una comunidad, conviviendo con familias, y alaba los logros alcanzados por esta «revolución en marcha» en la que el pueblo manda.
La primera edición de la «escuelita zapatista» en el mes de agosto convocó a 1.700 personas en cinco caracoles, en decenas de municipios autónomos y comunidades en los territorios que controlan los zapatistas en el Estado de Chiapas. Un centenar largo permanecieron en las instalaciones de la Universidad de la Tierra, entre ellos algunos de los más destacados intelectuales mexicanos. Los demás fuimos a comunidades a convivir con familias y realizar así nuestro aprendizaje denominado «La libertad según l@s Zapatistas».
La creatividad y capacidad de innovación que caracterizó al EZLN sigue vigente, como pudimos comprobar durante una semana en la que observamos cómo transcurre la vida cotidiana y cómo se sostiene la autonomía del movimiento. En cada comunidad, de las miles que apoyan al zapatismo, han construido un tejido autonómico integrado por una economía no capitalista, escuela y salud controladas por la comunidad, y un sistema de poder en el que las decisiones se toman de abajo a arriba y mandan las bases.
Los quince alumnos que fuimos recibidos en la comunidad «8 de Marzo», en la región autónoma Morelia, vivimos durante una semana en casas de familias zapatistas. Hubo un patrón común, según comprobamos luego: una parte de la vivienda fue destinada a albergar a los visitantes mientras la familia se apretaba en una habitación. Por las mañanas compartíamos el desayuno, café, tortas de maíz y frijol. Luego salíamos a trabajar en el campo y después del almuerzo tocaba estudiar junto al Votán (guardián) destinado a acompañar a cada visitante.
Cada familia tiene una milpa de unas dos hectáreas, con frijoles, maíz, bananos y café. La organización los impulsa a diversificar cultivos, de modo que comienzan a cosechar frutas y hortalizas aunque en pequeña cantidad. La familia que me alojó tiene unas 20 gallinas y cultiva café que venden para comprar sal, azúcar, jabón y aceite. Pero no compran en el mercado sino en tiendas zapatistas en la ciudad de Altamirano, cabecera municipal de la región.
La familia ahorra comprando ganado a partir de la venta del café excedente. Ahora tienen cuatro cabezas además de tres caballos. Como me explicaron, cada vez que necesitan gastar por razones de salud o de alguna emergencia familiar, venden una cabeza, de modo que el ganado funciona como una suerte de caja de ahorros.
En cada comunidad hay una escuela y un puesto de salud. En el caracol de Morelia funciona una escuela secundaria con magníficas instalaciones donadas por la solidaridad internacional. Están construyendo un hospital, inspirados en el que ya funciona y realiza operaciones en La Realidad, el más completo con que cuenta el movimiento. En la comunidad los cuidados de salud los ejercen cuatro personas elegidas por la asamblea, un varón y tres mujeres. Hay una partera, una huesera y una especialista en plantas medicinales, con las cuales elaboran jarabes y pomadas para curas básicas. Además cuentan con medicamentos comerciales que compran con sus recursos.
Lo que más me llamó la atención son los trabajos colectivos, tanto los que realizan los varones como los que hacen las mujeres. La tierra donde se asienta la comunidad fue una finca de cinco mil hectáreas de nombre Los Tulipanes, propiedad de Pepe Castellanos, miembro de una familia de terratenientes y caciques que humillaron durante siglos a los indios. Eran propietarios de miles de cabezas de ganado, de las mejores tierras del Estado y de peones a los pagaban miserablemente y eran golpeados sin piedad por los guardias privados del patrón.
El 1 de enero de 1994 los hacendados huyeron despavoridos, sobre todo después que el EZLN secuestrara a Absalón Castellanos, dueño de catorce fincas, general de división del Ejército Federal Mexicano y exgobernador de Chiapas, acusado de «haber reprimido, secuestrado, encarcelado, torturado, violado y asesinado a miembros de las poblaciones indígenas chiapanecas que luchaban legal y pacíficamente por sus justos derechos», según un comunicado del EZLN de la época.
A medida que los patrones fueron escapando, comunidades cuyas tierras fueron despojadas ocuparon las haciendas abandonadas. En las tierras que fueron de Pepe Castellanos, hermano de Absalón, viven hoy varias comunidades zapatistas. Sólo la «8 de Marzo» cuenta con 150 caballos y casi 200 vacunos, una parte de ellos propiedad colectiva y otra parte de las familias. Tienen además amplios cafetales colectivos que trabajan los varones, en tanto las mujeres tienen un gallinero comunitario y también un cafetal, aunque más pequeño, y empiezan a comprar su ganado. Sin trabajos colectivos no hubieran conseguido ninguno de los logros de los que pueden enorgullecerse y que, además, les permiten gozar de un nivel de vida superior al de las comunidades oficialistas.
El punto fuerte de la escuelita fue el modo como se propusieron mostrar su experiencia. No hubo clases ni cátedras sino un compartir la vida cotidiana, desde el desayuno hasta los trabajos colectivos y familiares. Una enseñanza que empieza por la piel, una pedagogía del hacer y del volverse hermanos en la vida diaria. Los textos que nos entregaron son transcripciones de relatos de los comuneros, en particular quienes participan en las Juntas de Buen Gobierno que funcionan en cada uno de los cinco caracoles. Tuvimos la posibilidad de preguntar todo lo que deseábamos a los Votán, quienes trasladaban las preguntas que no podían responder a los cargos de la comunidad.
En cada región las juntas tienen una cantidad variable de integrantes. La de Morelia tiene doce integrantes, mitad varones y mitad mujeres, que son elegidos en los municipios de modo que cada una de las doce regiones que integran los tres municipios estén representadas a nivel de gobierno. En total los consejos municipales tienen 60 miembros y entre ellos rotan cada ocho días la titularidad de la Junta de Buen Gobierno, para que todos y todas aprendan a gobernar durante los tres años que duran los cargos. No hay salarios. A los cargos, así como a los maestros y a los responsables de salud, la comunidad los mantiene, les cuidan la milpa y les aseguran los alimentos.
Hay muchos problemas y cosas pendientes para resolver. Una de ellas es el acoso militar, visible a través de los sobrevuelos aéreos que se produjeron durante la escuelita. El otro, no menor, son las políticas sociales contrainsurgentes. Al lado de cada comunidad zapatista hay comunidades que fueron seducidas por el oficialista PRI, fácilmente identificables por las casitas de bloques que les construyó el gobierno. En esas comunidades poco se cultiva la tierra porque les regalan bonos para alimentos y los machos golpean a sus hijos y mujeres cada vez que se emborrachan. Un abismo de dignidad separa ambos mundos.
El zapatismo es una revolución en marcha. Donde los niños y las mujeres son los grandes ganadores, donde los varones se liberaron del látigo del patrón (en sentido literal), donde el poder lo ejerce la asamblea de la comunidad y donde de verdad el pueblo manda. Seguramente más de un lector o lectora tendrá dudas sobre lo que está leyendo. Dudar es necesario, sobre todo cuando los medios mienten descaradamente. Para salir de dudas, lo mejor es acudir a la escuelita zapatista, que seguirá funcionando en diciembre y enero. En Euskadi hay muchos colectivos solidarios que le indicarán los pasos a seguir. Al retornar, podemos compartir las dudas. Y la conmoción del hermanamiento.