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Zugarramurdin ufaka

Iratxe Fresneda | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Ella era menuda. Delgada, rubia y armoniosa, bailaba siguiendo el ritmo, dejándose llevar por los sonidos que retumbaban en las cuevas. Estábamos cerca de la pareja, los observábamos por detrás, mirábamos emocionados como él la grababa con su teléfono móvil, viéndola disfrutar de la música, dejándose llevar. Ella aparecía en primer plano, el concierto no era más que atrezzo.

Ambos rondarían los setenta años y parecían felices en el akelarre de los Crystal Fighters. Quizá éste fuera el momento más especial de una noche para recordar, en Zugarramurdi. Un lugar-lugar donde es fácil dejarse llevar por la imaginación, un entorno natural que nos empuja a continuar abducidos por el sendero de la obsesión por los espacios, lugares, localizaciones y por todo aquello que nos puedan contar y que podamos imaginar y evocar a través de ellos.

Pocas cosas, salvo alguna culebra embriagada en exceso, podría arruinar una noche como la del pasado jueves. Una velada en la que las tres bandas -Wilhelm & The Dancing Animals, Belako y Crystal Fighters- fueron capaces de hacer los honores al título del último disco que presentaba la banda inglesa: «Cave Rave». Postmodernismo musical para una noche ecléctica en la que en algún momento me sentí teletransportada hasta el Seattle de Nirvana y, en otras, aterricé como pude en un concierto de Johnny Clegg & Savuka. Jóvenes músicos pero sobrados de talento consiguieron que antiguos cantos de las montañas vinieran a cuento, y que viejas canciones revivieran en mi memoria: «Neronek ikusi dut neure begiekin, Azkarregiko maldan zazpi mila sorgin, ufa egiten zuten denek elkarrekin...», cantaba Dolores Irazoki. Esta vez no hubo miles de brujas, pero sí cientos que acudieron seducidos por una proposición difícil de rechazar. Mereció la pena acudir al Akelarre de los Crystal Fighters.

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