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Análisis | dos años y medio en el banquillo osasunista

Un honesto trabajador, testarudo e incomprendido

La trayectoria rojilla de José Luis Mendilibar podría ser el perfecto paradigma de un entrenador al más alto nivel: un comienzo ilusionante y cargado de apoyos, las primeras dudas en función de unos resultados que comienzan a flaquear, y una salida fulminante en tiempo récord.

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Natxo MATXIN Periodista

Soy el mejor entrenador para el estilo de juego de Osasuna» fue su tarjeta de presentación. Dos años y medio después, la salida de José Luis Mendilibar produce la engañosa sensación, pero generalizada, de que su periplo por el banquillo osasunista no va a dejar huella. Y, sin embargo, tampoco se puede decir que el zaldibartarra no haya cumplido con los objetivos que se le encomendaron, e incluso haya sido valiente -o suicida, según las valoraciones- en la aplicación de una filosofía futbolística para la que no tenía plantilla, lo que ha supuesto su perdición final.

Como suele ocurrir en estos casos, su carisma empezó por las nubes y ha acabado por los suelos, gracias a esa injusta valoración balompédica que no se caracteriza precisamente por análisis globales y sí por el inmediato resultado del último partido. El tiempo tampoco ayuda en este profesionalizado deporte, pues va horadando la labor de los técnicos y aumen- tando el número de detractores. «La gente se va cansando de ver siempre la misma cara», vaticinaba ya hace un tiempo.

De entrada, sus ideas fueron casi revolucionarias, con esa dosis de riesgo intrínseca a los métodos poco convencionales. Osasuna nunca había jugado con una defensa tan adelantada combinada con una línea de presión muy arriba. Las formas también supusieron un cambio muy importante -«nos ha mirado a la cara ya en el desayuno», señalaba Puñal- respecto a la etapa de José Antonio Camacho, al que curiosamente superó en número de encuentros en Primera -94- como técnico rojillo en su último partido contra el Villarreal, pero sin llegar por muy poco a la cifra de 96 que acumuló en Valladolid.

La imperiosa necesidad de un profundo giro en la errática trayectoria que llevaba el equipo y los números positivos avalaron la apuesta por el entrenador zaldibartarra. Mendilibar igualó el mejor arranque de un míster rojillo en sus cuatro primeros envites, que trajeron consigo una cosecha de siete puntos, con otros tantos goles a favor y dos en contra, como balance anotador. Sus peculiares entrenamientos, marcados por la intensidad y la concentración, al más puro estilo del «se juega como se entrena», no exentos de más de un grito, complementaron a los buenos resultados y complacieron al aficionado, siempre proclive a ver a sus estrellas sudar la gota gorda .

Ya enderezado el rumbo del barco rojillo, las palmadas sobre el hombro no tardaron en aparecer. La grada coreaba su nombre, agradecida al vizcaino por haber devuelto la ilusión a una escuadra que casi se consideraba desahuciada apenas un mes antes. Fueron días de vino y rosas que, desgraciadamente, no suelen durar mucho en la casa del pobre. Tres derrotas consecutivas tras un parón liguero -Atlético, Sporting y Athletic- no solo le devolvieron a la cruda realidad, sino que hicieron aparecer los primeros recelos respecto a un dibujo táctico de difícil ejecución.

El arreón final de una escuadra que ya es famosa por apretar el culo cuando vienen mal dadas -tres victorias consecutivas contra Valencia, Zaragoza y Sevilla- contrarrestó el bajón y permitió al equipo mantenerse en la máxima categoría, cuando unos meses antes parecía condenado al descenso. Sin embargo, la duda ya estaba instalada.

Dudas que quedaron maquilladas en la 2011-2012, momento álgido del periplo de Mendilibar en el banquillo osasunista. El zaldibartarra no solo mejoró las prestaciones del cuadro rojillo, sino que renovó una plantilla que necesitaba a gritos sangre joven en su vestuario. Para emprender esa nueva cruzada contó con la aportación nada desdeñable de un líder sobre el campo como fue Raúl García, un futbolista de calidad incuestionable, fidelidad a sus orígenes y todo un lujo para las posiblidades deportivas de Osasuna.

Un año después de recoger a un equipo en puestos de descenso, Mendilibar lo colocaba a un punto de las posiciones de Champions. Ni siquiera sus controvertidas declaraciones en el sentido de que «Osasuna tenía que estar agradecido al Athletic» en vísperas de un derbi contra la escuadra rojiblanca impidieron que la afición y las peñas, como así lo manifestaron en su día, estuviesen «muy contentas» con la labor del míster.

Pero el idilio se truncó en la 2012-2013. La marcha de la espina dorsal deportiva y goleadora del equipo -Sergio, Nekounam, Raúl García e Ibrahima-, el escaso rendimiento de sus sustitutos, el fútbol directo y tosco que se puso en práctica, los apuros clasificatorios, las acusaciones de no utilizar a los canteranos frente a los privilegios de otros futbolistas «sobreprotegidos» por el técnico vizcaino y, sobre todo, que la pelotita no terminaba de entrar, fueron demasiados factores para que Mendilibar conservase su buena imagen ante la parroquia osasunista.

Ahora, después de que iniciase la actual campaña entre los regañadientes de gran parte de la afición, se ve obligado a hacer las maletas a las primeras de cambio. Testarudo o coherente con sus ideas -hay interpretaciones para todos los gustos-, pero quizás sí incomprendido y menos valorado de lo que se debería por sus méritos.

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