CRíTICA: «Paraíso: Esperanza»
El amor platónico cierra en falso la trilogía de Ulrich Seidl
Mikel INSAUSTI
AUlrich Seidl le ha salido una tercera parte de su trilogía «Paraíso» que recuerda a la película griega de Giorgos Lanthimos «Kynodontas». En «Esperanza» también existe un universo cerrado que se rige por unas normas únicas y absurdas, las cuales deforman la realidad hasta pervertir el proceso educacional, generando la frustración personal en las víctimas del internamiento.
La película funciona muy bien a nivel externo, con su narrativa mecánica de actos repetitivos en un día a día tan rutinario como esclavo. Refleja la monótona vida en Diat Camp, un campamento de verano para adolescentes a los que se somete a una dieta de adelgazamiento. Se hace un seguimiento exhaustivo de los paseos militares en fila de a uno, así como de los aburridos ejercicios físicos en riguroso y monacal silencio, ya que sólo puede hablar el entrenador para dar las pertinentes ordenes.
La mayoría del internado está compuesto por chicas, que intentan comer chocolatinas o beber cerveza a escondidas, durante las escapadas nocturnas o en las fiestas improvisadas que se organizan en las habitaciones. Sus conversaciones a solas suenan naturales, ya que en general versan sobre la iniciación al sexo, la relación con otros chicos y las consecuencias directas en la que mantienen con sus padres.
La película no convence tanto en lo relativo al drama central de la protagonista, una menor enamorada del doctor del campamento, que podría ser su padre. Entre ambos surge un romance imposible y forzosamente platónico, concepto que rompe con la coherencia estilística de la trilogía, basada de forma provocativa en la explicitez. Aquí no se pasa de la insinuación en ningún momento, en contra de lo que sucedía con la madre y la tía de la catorceañera Melanie en los capítulos precedentes.
«Amor» y «Fe» eran subtítulos cruelmente irónicos, mientras que «Esperanza» ya no lo es tanto. Queda la impresión de que el desencanto producido por el fallido primer amor siempre deja un margen a la rectificación, algo que no sucedía con las dolorosas experiencias de las mujeres adultas de la familia.