Triste, muy triste el espectáculo que se está proyectando en torno a la Ponencia de Paz. Sobran críticas intransigentes, bramidos primarios y menosprecio a chorros y falta una conversación franca y adulta. La imagen de una clase política polarizada y bloqueada, incapaz de sentarse en torno a una mesa y, por momentos, empeñada en hacer del debate político una cacofonía de párvulos debería ser motivo de seria preocupación. Porque amplifica una sensación general, a saber, si ese es el nivel de los partidos políticos del país, el problema, sencillamente, es que no hay nivel.

La insistente exigencia en hacer del «suelo ético» un latiguillo para el cálculo y la confrontación partidista entierra, a corto, la esperanza de ver como la paz deja de ser utilizada para el castigo. Nadie debiera olvidar, especialmente los partidos y líderes del país, que más allá de echarse órdagos y acusaciones unos a otros, de mostrarse más o menos «campeón» en la carrera por la paz y la normalización, está la gente de este país. Y que es y debe ser ella, solo ella y nadie más que ella, la primera receptora y el último garante de un proceso de paz con mayúsculas. Que no terminen aburriéndola.