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Un proceso político requiere liberar energías, no controlarlas

El próximo miércoles, 11 de setiembre, Catalunya volverá a mostrar al mundo entero que el camino hacia la independencia que ha tomado va en serio, que juntos y por sus medios los catalanes tienen una fuerza descomunal, una inventiva envidiable, una capacidad de ilusionar contagiosa. Teniendo en cuenta los preparativos, las adhesiones y la dinámica social que ha generado Via Catalana, no cabe duda de que la cadena humana promovida por la ANC marcará un nuevo paso en ese camino, uno más de una larga marcha que se ha acelerado desde el fallo del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Todo ello gracias al liderazgo de una sociedad civil que ha actuado con inteligencia y perseverancia y que ha sabido aprovechar el momento.

Por eso resulta sorprendente que, a menos de una semana de la Diada, el president Artur Mas introduzca incertidumbre en la agenda política nacional, planteando en una entrevista, sin mayores matices ni suficiente claridad, la opción de unas elecciones plebiscitarias para dentro de tres años, en 2016. El hecho de que recientemente Mas se haya reunido discretamente con Mariano Rajoy ha incrementado la sospecha entre quienes dudan de la voluntad de los mandatarios convergentes de liderar este proceso en base a las demandas sociales y no a sus necesidades partidarias. Aun así, es evidente que los poderes españoles no tienen contraoferta posible y, ante todo, que la sociedad catalana ya no está dispuesta a aceptar cualquier componenda en este sentido.

Es cierto que la opción de las plebiscitarias aparecía en el primer informe realizado por el Consell Assessor per la Transició Nacional (CATN) y que se trata de uno de los mecanismos con los que los representantes políticos catalanes pueden hacer frente a la voluntad de bloqueo del Ejecutivo español. Hasta ahí ninguna pega. Pero la fecha de 2016 resulta demasiado lejana teniendo en cuenta tanto la dinámica independentista en Catalunya como el proceso de descomposición que vive el Estado español. En medio está el referéndum escocés que, pase lo que pase, marcará un antes y un después en este ámbito. Si miramos a la situación geopolítica en Europa, con una crisis política y económica estructural, nadie parece capaz de establecer con certeza en qué punto nos encontraremos en nuestro entorno dentro de tres años.

En ese sentido, el president ha marcado una posición que implica unos cálculos demasiado conservadores. Como mínimo, cabe decir que ha cometido el error de intentar condicionar un debate quizás necesario, pero que no se corresponde con el momento político. Es cierto que teniendo en cuenta las reacciones, tras matizar Mas su postura y mantener su determinación de cumplir con la hoja de ruta y realizar la consulta en 2014, la propuesta de elecciones plebiscitarias puede convertirse en otra palanca para el proceso, siempre y cuando ese mecanismo no se posponga por razones partidarias u otros intereses. Ahora todos los elementos están encima de la mesa y es muy importante situarlos en orden, gestionarlos de manera flexible e inteligente, paso a paso, pero adaptándolos a los acontecimientos que genera cada movimiento en el tablero político. Para ello es importante que los debates se den en toda su profundidad, sin condicionantes previos y con el mayor consenso posible. De lo contrario, lo que hoy es un elemento de fuerza mañana puede tornarse fácilmente en un signo de debilidad. Y es evidente que en este momento la prioridad es la consulta en 2014. Es un clamor y aquí no cabe la incertidumbre.

Un desequilibrio a favor de la sociedad

Una vez más se demuestra que una de las diferencias cruciales de este momento político en Catalunya es que la sociedad influye más en la clase política que esta en la sociedad. Así se ha llegado hasta este punto y así se avanzará en adelante. Mantener ese desequilibrio es una de las claves del proceso independentista catalán. Si la clase política no es capaz de liderar ese proceso con coraje, que al menos no lo obstaculice, aunque sea por miedo a perder su posición de poder.

Desde Euskal Herria la maniobra de Mas se ha entendido en cierta medida como un «momento Ibarretxe». Parece exagerado si atendemos al cuadro general y al momento. Quizás sea consecuencia de la manía de llevar al extremo posibles analogías entre procesos distintos, en momentos distintos, con agentes y factores distintos. Algo que ocurre por igual en Catalunya y aquí. Y si tenemos claro que «Euskal Herria no es España», deberemos tener igual de claro que Euskal Herria tampoco es Catalunya, y viceversa. Suena a tópico decir que cada pueblo tiene que encontrar su propio modelo, su camino, pero es cierto. Somos sociedades distintas, con culturas políticas diferentes, con equilibrios de poder distintos; con muchos lazos y con objetivos y adversarios comunes, cierto, pero con trayectorias pasadas y futuras diferentes. Lo cual no contradice que, desde el respeto y la solidaridad internacionalista, se deba aprender de otras experiencias, de otros errores y de otros aciertos. De hecho, es probable que Mas lo haya hecho respecto, por ejemplo, al caso de Ibarretxe.

Estos días NAIZ está publicando una serie de reportajes con profesores y expertos que han analizado el tema de la secesión en los cursos de verano de la UPV-EHU. Se trata de análisis rigurosos, que aportan datos, experiencias, ideas... Todos subrayan el papel de la sociedad. Para poder implicar a la sociedad es necesario que esta pueda aportar, debatir, compartir, criticar, participar... Es necesario que se articulen estos debates pendientes, sin complejos, sin cuitas, en clave de país y de futuro. Eso ayudaría a liberar las energías necesarias para un proceso tan difícil como ilusionante. Por el momento, la prioridad aquí debería ser que la independencia sea la prioridad.

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