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Santi Ramirez Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología

La importancia geoestratégica de Egipto

La convulsa situación que vive Egipto está llevando al país africano casi diariamente a los titulares de los medios de difusión de todo el mundo. El autor desgrana en este artículo algunas claves para entender esa realidad, que pasan por conocer por qué Egipto tiene una importancia estratégica, más allá del hecho de ser puente natural entre África y Asia.

Se trata del tercer país más poblado de África (después de Nigeria y Etiopía), con 83,2 millones de habitantes. La economía egipcia es la segunda más importante de África, después de la sudafricana. Aunque su producción petrolera no es importante, su producción de gas coloca a Egipto en el puesto quince de los países productores.

Su importancia estratégica radica, por una parte, en que es un puente entre África y Asia. Y, por otra, en que en su territorio se encuentra el canal de Suez, por el que atraviesa cerca del 14% del tráfico marítimo mundial. Anualmente cruzan por el canal de Suez unos 18.000 barcos, dos tercios de los cuales son petroleros. El paso por él acorta en un 40% la ruta marítima entre Londres y Bombay. A través del canal llegan a Europa la mayor parte de las mercancías procedentes de Japón, China y Sudeste Asiático.

Pero a través de este canal no circulan únicamente buques mercantes, sino que también sirve de paso para navíos de guerra. Hay que tener en cuenta que, en determinadas circunstancias, la 6ª Flota de EEUU (encargada del Atlántico, el Mar del Norte y el Mediterráneo, y con sede en Nápoles) puede necesitar desplazar unidades para reforzar la 5ª Flota (encargada del Golfo Pérsico, Mar Rojo, Mar Arábigo y costa oriental de África, con sede en Barhein) o viceversa.

De hecho, pocos días después de la caída de Mubarak, dos buques de guerra iraníes cruzaron el canal en dirección al Mediterráneo, por primera vez desde la Revolución Islámica de 1979, con objeto de hacer valer su derecho a la libre navegación por el canal, de acuerdo con lo que establece la Convención de Constantinopla de 29 de octubre de 1888.

Hay que tener en cuenta que el canal de Suez fue nacionalizado por el Gobierno de Gamal Abdel Nasser el 26 de julio de 1956 y que ese mismo año, tropas anglo-francesas, apoyadas por efectivos de Israel, llevaron a cabo la invasión de la zona del canal, que se convirtió en un verdadero fracaso militar y que provocó su bloqueo por parte del Gobierno egipcio mediante el hundimiento de varios barcos. El canal se volvió a abrir a principios de 1957, tras la retirada de las fuerzas invasoras. Nuevamente se volvió a bloquear en 1967, con motivo de la Guerra de los Seis Días, y fue reabierto en 1975, permaneciendo abierto desde entonces.

Por ello, EEUU necesitaba asegurarse el control del canal de Suez no solo para garantizar la navegación por él, sino para, en un momento determinado, poder bloquearlo. Y el comportamiento que pudiera tener el gobierno de Mohamed Morsi era impredecible. Constituía un factor de incertidumbre y, por tanto, de riesgo que era necesario eliminar, sobre todo teniendo en cuenta el progresivo ascenso de China en el plano internacional.

El imperialismo yanqui temía que se produjese un acercamiento de Egipto al país asiático, sobre todo a partir de un viaje de negocios que el Gobierno de Morsi organizó a China, a mediados de 2012, en el que participaron más de 80 empresarios egipcios, buena parte de los cuales habían estado vinculados al Gobierno de Mubarak, aunque dicho viaje no tuviera el fruto deseado.

Para hacernos una idea de la importancia del control de las rutas de navegación, y sobre todo del paso a través de canales y estrechos, hemos de tener en cuenta que EEUU controla, en la práctica, el paso de buques por el canal de Panamá y que, debido a ello, China proyecta construir un nuevo canal en Nicaragua, para comunicar el Océano Atlántico con el Pacífico de forma segura y así evitar, en un futuro más o menos próximo, ser sometida a bloqueo por parte de EEUU.

Egipto también tiene un interés estratégico para EEUU como «contrapeso» a la creciente influencia económica y política de China en África Oriental. En la gira que efectuó Obama a finales del pasado mes de junio por Senegal, Sudáfrica y Tanzania, advirtió en varias ocasiones contra la aceptación de las inversiones chinas por parte de los países africanos, dando así una muestra de la preocupación del imperialismo yanqui por la presencia cada vez mayor de China en aquella zona.

La penetración china en África Oriental viene de la mano de su participación (técnica y económica) en los dos macroproyectos que se están desarrollando en aquella región; el de la gran presa del Nilo Azul y el del Corredor Lapsset. El primero de ellos está siendo impulsado por Etiopía, una potencia regional en ascenso, con aspiraciones hegemónicas sobre sus tres áreas de influencia: el Mar Rojo, la cuenca del Nilo y África Oriental. Se trata de un proyecto que podría dar lugar a un enfrentamiento con Egipto en un futuro más o menos próximo. De momento, Etiopía ha logrado el apoyo para su proyecto de otros cinco países: Burundi, Kenia, Uganda, Ruanda y Tanzania, y probablemente se sumen también a él Sudán y Sudán del Sur.

El segundo proyecto, el Corredor de Lapsset, contempla la construcción de carreteras, vías férreas, oleoductos, puertos marítimos, etc. En este proyecto participan: Kenia, Uganda, Sudán del Sur, República Centroafricana y Camerún. Permitirá una nueva salida al mar para Etiopía, a través del puerto keniano de Lamu, y proyecta derivaciones a la República Democrática del Congo (desde Uganda) y a Tanzania y Etiopía (desde Kenia). Como podemos ver, hay varios países que participan en ambos proyectos.

En cuanto a la situación del Ejército egipcio, hay que decir que, en la práctica, no está subordinado al Gobierno de aquel país, y actúa como si se tratase de una entidad independiente. Se trata de un caso evidente de autonomización del aparato represivo respecto del poder político.

Es sabido que la burocracia, y no solo la administrativa, sino también la militar, constituye una categoría social y, por tanto, no se la puede considerar como una clase o como una fracción de clase. No obstante, la burocracia, como categoría social específica, cuenta con una autonomía relativa y con una unidad propia. Por ello, en determinadas circunstancias, en coyunturas concretas, puede llegar a constituir una verdadera fuerza social y actuar como si se tratase de una clase social, con unos intereses propios. Ese es el caso del aparato represivo del Estado egipcio y, en concreto de sus distintos órganos (judicial, policial y militar), especialmente del Ejército.

Este último goza de una gran autonomía dentro del Estado egipcio, y en las últimas décadas, durante la dictadura de Hosni Mubarak, ha ido estableciendo unas relaciones cada vez más estrechas con EEUU (mediante la realización de maniobras conjuntas, la asistencia a cursos para jefes y oficiales en academias militares norteamericanas, etc.) que le han llevado a recibir directamente de estos la ayuda económica y militar, sin la intervención del propio Gobierno egipcio.

La progresiva autonomización del aparato represivo egipcio ha sido estimulada por el propio imperialismo yanqui porque así convenía a sus propios intereses, y ha alcanzado tal importancia que el Ejército egipcio actúa hoy día como si se tratase de una auténtica clase social que posee empresas propias (industriales, inmobiliarias, de turismo, etc.) y que ha llegado a controlar alrededor del 40% del PIB del país.

La autonomización del Ejército egipcio responde, pues, a la necesidad del imperialismo yanqui de contar en aquel país con un instrumento de confianza, de plena disponibilidad, independientemente de qué partido sea el que gobierne en cada momento, como ya se ha demostrado.

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