La que se presentó como una «metedura de pata» del secretario de Estado de EEUU, John Kerry, como un desliz retórico fuera de micrófonos, se ha convertido en una propuesta balsámica a la que todos se agarran con afán. Como dijo Kerry, aparentemente a botepronto, y como Rusia aceptó, la ONU animó y Siria dio por bueno, esta pondrá bajo control internacional su arsenal de armas químicas para que tras ser verificado se proceda a su destrucción. Aunque a efectos prácticos presenta dificultades, las consecuencias inmediatas son evidentes. Se ha creado una pausa en la acción militar, el alivio se respira en las principales capitales del mundo, se hace más factible una solución política. Obama tiene percha para sostener su figura ante la que parecía una probable derrota en la Cámara de Representantes y Putin refuerza su estatura internacional.

Si EEUU y Rusia pueden hacer que este esquema funcione, ¿por qué no pueden hacerlo en una solución de compromiso que pare las masacres y el proceso de descomposición en Siria? Quizá no sea la solución, es una apuesta incierta y arriesgada, pero es la opción menos mala, la más prudente para Siria, Oriente Medio y el planeta.