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Iker Bizkarguenaga Periodista

Fontanero

En pleno amodorramiento vacacional el otro día encendí el televisor para ver qué tal la Diada y me enteré de que el Congreso español tenía goteras. Así llamaron a lo que desde la distancia parecía una riada. El presentador, muy profesional, explicó que el vetusto edificio de la Carrera de San Jerónimo había sido sometido a una reforma recientemente y que de ahí la fuga. La obra, supongo que adjudicada a una joint venture entre Benito y Manolo y Pepe Gotera y Otilio, le ha costado al erario cinco millones de euros. Se dice pronto.

No es mal resumen, pensé, con la mente todavía en Catalunya y en las consecuencias del Onze de Setembre. Desde luego, no se me ocurre mejor manera de representar que el Estado hace agua por todas partes.

Y es que, sin ánimo de exagerar, si hacemos balance de situación, ¿qué tenemos? Por un lado, al partido gobernante sometido a una causa general por corrupción con implicaciones al más alto nivel, incluido el presidente. Una formación a la que, además, le han pillado borrando pruebas. A Rajoy, Arenas y cía se les está poniendo cara de golfos apandadores. Y en la bancada de enfrente, el presidente y el expresidente del principal partido de la oposición -es un decir- están en trance de ser imputados si el fiscal no lo remedia. Sin liderazgo y con las navajas afiladas en cada esquina, el PSOE es la principal razón de que el PP gobierne.

Del Jefe de Estado mejor ni hablamos; hace poco unos generales anduvieron listos para evitar que volviera a darse de bruces contra el suelo en un acto oficial. Parece que el Borbón tiene un problema de equilibrio.

Y el facherío anda tan sobrado que un día adorna una plaza de toros en fiestas con esvásticas y al siguiente arremete contra cargos públicos en Madrid a plena luz del día.

España, que tan pronto carga contra molinos gibraltareños como hace un ridículo olímpico, es un chiste. Como proyecto no hay por dónde agarrarlo, tiene las trazas de un castillo de arena en la playa el 15 de setiembre. Poco le queda.

Difícilmente podrá hallarse este pueblo ante una tesitura más favorable para soltar amarras. Por eso, abrir el periódico y leer que PNV y PSE han suscrito un pacto de país -de cuál, si Patxi López es ciudadano del mundo- produce una mezcla de pereza y hastío indescriptible. ¿Eso es lo que toca ahora? ¿Reivindicar a Ardanza?

Miro a Iñigo Urkullu y veo a un fontanero.

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