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Johnny Cash, el ritmo perpetuo de «El Hombre de Negro»

Coincidiendo con el décimo aniversario del fallecimiento de Johnny Cash, ha sido editada una edición limitada y muy cuidada que, bajo el título «El hombre de negro», recopila buena parte de sus grandes éxitos. También saldrá una reedición de la caja-recopilatorio «Unearthed» que perpetúa el legado de este cantautor estadounidense que inspiró la excelente película protagonizada por Joaquin Phoenix «En la cuerda floja»

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Koldo LANDALUZE

Al doblar la noche, en la habitación de un hotel cualquiera, un hombre vestido de riguroso negro coge entre sus manos una guitarra y susurra entre penumbras «Hoy me hice daño a mi mismo, para averiguar si todavía siento algo». La letra de esta canción no es suya, pero el desgarro de su voz y la intensidad de una crónica ya vivida y sentida, hacen que la canción «Hurt» del grupo Nine Inch Nails adquiera una nueva dimensión a través del viejo hombre de negro que deja a un lado la guitarra, bebe un trago de tequila Jose Cuervo y juguetea con las pastillas de múltiples colores que yacen dispersas sobre la mesa. Tal vez aburrido, Johnny Cash escribe sobre un papel una declaración de intenciones: «1: no fumar, 2: besar a June, 3: no besar a nadie más, 4: toser, 5: orinar, 6: comer, 7: no comer demasiado, 8: preocuparse, 9: visitar a mi madre, 10: practicar piano». Por último, «no hacer más listas». Para que de todo ello quede constancia, enciende un cigarro, apura un nuevo trago y retorna al pasado, a un 13 de enero de 1968, el día que cruzó los muros de la prisión de Folsom para espolear el ánimo de los reclusos. Aquella cita marcaría un punto de su inflexión en su carrera. Mientras las bobinas recogían esta grabación histórica, los presos obedecieron la única orden que se les dio: prohibido decir una sola palabra hasta que el cantante se acerque al micrófono y diga su consabida frase: «Hello, my name is Johnny Cash». Como si de un ritual se tratara, los presos irrumpieron en aplausos tras escuchar esta frase mágica que llegó acompañada por el tema «Folsom Prison Blues». A su lado, se encontraban June Carter (todavía no se habían casado), Carl Perkins y su banda habitual. En las paredes de la prisión retumbaron los acordes de «Cocaine Blues», «Jackson» o «Give my love to Rose» y el recital se cerró con «Greystone Chapel», un tema escrito por un preso el párroco de la prisión le dio la noche anterior. Aquella letra traducía las emociones de los demonios internos que siempre albergaba Cash, que buscaban o burlaban la luz redentora.

JFK fue asesinado en junio de ese mismo año y «Folsom Prison Blues» fue vetada en las radios por culpa de sus primeras estrofas «Maté a un hombre en Reno sólo por verlo morir». Sun Records, antiguo sello de Cash, volvió a editar parte del catalogo del cantante y Cash comenzó a planear su siguiente álbum, un directo desde otra prisión, San Quentin, Cash alcanzaba la gloria y sus demonios se juramentaban.

En la habitación del hotel, el hombre vestido de negro cumple su cuarto mandamiento, tose, mientras vuelve a incumplir el primero. Ha escrito multitud de canciones, publicado decenas de álbumes, ha actuado tanto ante presidentes como presos, ganado incontables premios e influido a artistas de la talla de Bob Dylan. En sus entrañas bulle el country, el rock and roll, el blues, el folk pero, sobre todo, el gospel. En su repertorio topamos con temas como «Ring of Fire» o «I Walk the Line», dos clásicos que siempre le persiguieron. En cierta ocasión, Cash aseguró «Lo cierto es que escribir `I Walk the Line' fue muy fácil. Tenía una pequeña grabadora y me grabé con la guitarra. Luego, por algún motivo, la banda lo interpretó mal, y eso que estaba mal tocado era justo el sonido que yo quería. Aquello me persiguió, igual que este verso: `Because you're mine, I walk the line', que siempre me venía a la cabeza».

Ha protagonizado múltiples peleas, ha bordeado los límites de lo improbable, ha montado improvisadas barras de bar en los pasillos de multitud de hoteles, ha amado y traicionado a su compañera June Carter mientras sus demonios se escudan en la excusa de que por su sangre corre la irreductible sangre de los primeros pobladores de las praderas norteamericanas. Es un referente, un icono de la cultura estadounidense que ha inspirado a todo tipo de artistas bajo los ecos de un sonido mítico que provenía de una guitarra subvertida por un trozo de papel pegado tras sus cuerdas y que provocaba un sonido que sería denominado «boom-chicka-boom».

De entre la penumbra del la habitación, Juan Cuervo le guiña un ojo y él acude a su reclamo mientras rememora paisajes vivido que cobraron forma entre estrofas de canciones. Recuerda la última vez que estuvo en la cárcel: «Yo no supe qué paso hasta que desperté a la mañana siguiente. Comencé a golpear los barrotes, pateando la puerta de la celda. El carcelero acudió, me levantó y lanzó sobre el mostrador mi dinero, mis llaves del coche y mis pastillas mientras me decía `'llévese todo. Siga tomando las pastillas, siga adelante y mátese si quiere'. Le he traído aquí para salvarle la vida, pero ahora siga adelante y mátese o cuidese. Cuando terminé de guardar mis cosas en los bolsillos, me dijo 'Mi esposa es una gran fan suya y cuando le dije que tenía a Johnny Cash en mi cárcel, ella lloró toda la noche».

Cruzada la media noche de este 12 de setiembre de 2003, el hombre de negro deposita su guitarra en un rincón de la estancia, sonríe a Jose Cuervo mientras reza a Dios, besa el retrato de June Carter -fallecida hace tan solo cuatro meses- y apaga para siempre la luz de una habitación sacudida por las pulsaciones de un ritmo que arranca como una locomotora frenética y condenada a no detenerse jamás.

 

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