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ANALISIS | El proceso catalán hacia la independencia

De tomar leche de soja a querer cambiarlo todo

Llamar a este artículo análisis es mucho decir. Se trata más bien de la crónica de un viaje a Catalunya en 2011, solo que proyectada a la situación política actual. Tampoco rememora de manera exhaustiva todos los factores que han generado la marea humana en favor de la independencia, sino algunos de los que ya estaban allí cuando la noche parecía eterna.

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Iñaki SOTO Director de GARA

Cuando asumí la dirección del periódico, una de las primeras cosas que hicimos fue ir a Catalunya a recuperar relaciones, conocer experiencias, contar lo que había pasado y estaba pasando en Euskal Herria y aprender sobre lo que ocurría en Catalunya. Estuvimos con directores de diferentes medios, periodistas, líderes de opinión, activistas, profesores de universidad... con amigos y con adversarios. En general, estuvimos con gente muy educada, interesante e interesada; también con un par de cretinos.

Entre todos ellos, nos reunimos con un amigo de los vascos que, tras una carrera en diferentes cargos de responsabilidad, en aquel momento -hablamos de la primavera de 2011-, se encontraba alejado de la vida política por diferentes razones. Creo que es una persona cabal, inteligente, gran conocedor de la situación vasca y, por supuesto, de la catalana. Al preguntarle por cómo veía a nuestros respectivos pueblos, no dudó en señalar la decadencia del suyo y la pujanza del nuestro (insisto, hablamos de 2011: la resaca del fallo del TC sobre el Estatut, la decisión de ETA, el nacimiento del frente amplio vasco primero de la mano de Bildu y luego de Amaiur, la ceguera represiva del Estado...). Veía claro que nosotros nos independizaríamos relativamente rápido y que a ellos les costaría más.

Una de las frases que más me impactó decía, literalmente, lo siguiente: «Aquí el independentismo son cuatro frikies, gente que toma yogures desnatados, anda en bici, bebe leche de soja y habla contra el Estado de Israel». Ojo, aunque parezca imposible, lo dijo con cierto respeto, haciendo ver que el problema no era de esos cuatro «voluntaristas» -dejémoslo ahí-, sino de la gran masa social que, especialmente tras la sentencia del Tribunal Constitucional y tras el fracaso del experimento del tripartit, había caído en el abatimiento. Eran los primeros compases del nuevo Gobierno de CiU, ERC había tocado fondo, la órbita independentista se fragmentaba en nuevos partidos y las CUP pujaban pero seguían debatiendo si saltar con todo a la política nacional, por así decirlo. Pero en aquel momento sobre todo parecía que volvía el statu quo, la hegemonía pujolista renovada y escarmentada tras su paso por la nevera. En Madrid, acechaba el PP y la crisis lo arrasaba todo.

Vista la Diada del año pasado y la Via Catalana de esta semana, vistos en general los acontecimientos en Catalunya durante estos dos últimos años -también en Euskal Herria, pero ese es otro tema-, es evidente que nuestro amigo estaba totalmente errado.

No eran cuatro y no eran frikies. Pero tampoco eran un millón ni representaban, ni mucho menos, al establishment. Eran en cierto sentido marginales, con cierto prestigio pero enfrentados al poder establecido. Pero eran libres, terriblemente independientes. Y, quizás, la independencia solo se pueda lograr de la mano de personas libres; no vírgenes, ni sin pasado, ni sin disciplinas, pero sí sin ninguna lealtad mayor que la que tienen hacia su país y sus gentes.

La sociedad civil catalana fue durante años refugio de esas personas independientes que no se sentían cómodas en las filas de los partidos. Son esa clase de gente que asume su responsabilidad en los momentos históricos y el resto del tiempo se dedica a trabajar: por la cultura, contra la exclusión, desde las letras o las empresas, con nuevas tecnologías, en grupos de base, en fundaciones... Militantes de un país. Entre ellos había de todo, también frikies y cicloturistas, seguro, pero esa labor de hormigas, entre otros factores, ha traído esta ola social.

Recuerdo que en otra de las citas un colega nos echó en cara no haber dado suficiente relevancia a las consultas que, empezando por la de Arenys de Munt, habían logrado la adhesión de cerca de 900.000 personas en favor de la independencia y habían abierto el melón del derecho a decidir. En este punto tenía razón, pero se debe comprender nuestro escepticismo, más por nuestras experiencias -recomiendo el artículo de ayer de Fermín Munarriz en estas mismas páginas, «Un espacio común»- que por sus realidades y sus potencialidades, que es cierto que no supimos ponderar. Lo que en una mesa de partidos al más alto nivel era sencillo desechar, en los pueblos era más complicado. ¿Cómo le explica un alcalde de CiU a su base que no apoya algo tan sencillo, tan lógico, como el derecho a votar por sus objetivos estratégicos? Las CUP prendieron esa y otras muchas llamas. Arenys apenas era entonces una «pequeña aldea gala», pero es seguro que la leche de soja no era su poción mágica.

Otro factor que detectamos fue que la intelligentsia no estaba abatida sino más bien excitada. Los de siempre seguían a lo suyo. Llevaban décadas diciendo que no había otra que la independencia, solo que parecía que ahora su discurso tenía eco. Esa perspectiva traspasó fronteras, también intelectuales. Los popes del federalismo, a quienes yo había conocido en mi etapa como investigador, habían saltado la barrera, conscientes de que era inútil intentar que los dirigentes e intelectuales españoles entraran en razón. Por ejemplo, Ferran Requejo, uno de los investigadores más respetados en este área a nivel mundial, se hizo abiertamente independentista. Y así, uno a uno o en grupo, hemos visto cómo desde el más sospechoso hasta el más insospechado catalán, desde personajes a empresarios, ha ido «saliendo del armario». Claro que, durante ese tiempo, los mandatarios españoles les han dejado claro que de permanecer en el armario español su futuro era el mismo que el de David Carradine.

Ya he dicho que no solo nos reunimos con «los nuestros» (periodistas quiero decir, por supuesto). En la esfera convergente vi que habían aprovechado lapsus para generar cuadros políticos y me pareció que el rumor de que la nueva generación de líderes era abiertamente independentista era real, con todos sus matices. Al menos percibí que los más capaces de ellos se veían más como líderes de un nuevo estado en Europa que como interlocutores del presidente de turno en La Moncloa. A estas alturas ya no importa lo que pensasen entonces. Creo que esa sociedad que va por delante suya no les deja margen para la cobardía, ni siquiera para el cortejo.

A todo esto, para el 2011 el Barça de Guardiola ya maravillaba al mundo y era normal que en fotos de la intifada palestina, de una performance en una capital europea o en las calles de Donostia viésemos a gente con la camiseta blaugrana. El «factor Barcelona», no el club, la ciudad en su conjunto, y su gestión de cara al mundo, debe ser metida en la ecuación para dilucidar cómo se ha llegado hasta aquí. No solo en su vertiente naif, también desde el punto de vista de las relaciones internacionales, algo en lo que los mencionados militantes han hecho una gran labor. El salto de lo rural a lo urbano también es interesante, pero excede los límites de este texto. Lo que sí cabe señalar es que para entonces los independentistas catalanes ya habían encontrado el tono, algo muy importante y que han ido perfeccionando. Puede parecer insignificante, pero creo que en un proceso así es clave.

[Luego llegó la ANC, pero eso ya es, casi, otra historia. Eso ya es fruto de todo aquello y merece un verdadero análisis aparte].

Un apunte final. En aquella visita conocí a David Fernàndez, ahora diputado por las CUP. No sé si a David le gustan los yogures, si anda en bici, si bebe leche de soja... Su opinión sobre el Estado de Israel la conozco y la comparto. Lo que sí sé es que son gente como él, como Quim, Anna, Gemma, Vicent, Ricard, August, Oriol, Humbert... los que han traído la piedra hasta aquí, los que la subieron y la vieron caer una y otra vez y no desistieron. Perseverancia, liderazgo, responsabilidad, gestionar la discrepancia, aprovechar el momento, acertar... Queda un buen trecho para llegar a Itaca y no va a ser fácil. Pero, mirando atrás, no sé cómo no acertamos a ver que, con esa gente, lo que ahora admiramos tenía que llegar.

Rajoy busca ganar tiempo ofreciendo diálogo

Mariano Rajoy, presidente español, había dejado pasar la Diada antes de dar respuesta a la carta de Artur Mas en la que este le reclamaba una posición sobre la consulta. Y con ello el mandatario español se ha encontrado con un problema mayor, dado que la marea humana del miércoles ha fortalecido esa demanda. La carta llegó ayer, y si acaso llama la atención por su tono y su ambigüedad. Rajoy elude rechazar la consulta de modo expreso -aunque es evidente que esa es su posición final-, y prefiere ofrecer a Mas disposición al diálogo. Ni siquiera oculta su objetivo de ganar tiempo, ya que en uno de los pasajes subraya que «por mi parte el diálogo no tiene fecha de caducidad cuando se trata de atender al interés general de los españoles, y por ello de todos los catalanes».

Dentro de esta misma posición escapista, el mandatario de La Moncloa traslada al «president» que no se posiciona sobre la consulta porque «el informe jurídico y político que me ha enviado exige un exhaustivo análisis». Sí avanza, en cualquier caso, su consideración genérica de que «juntos ganamos todos y separados todos perdemos». «Pienso que los vínculos que nos mantienen unidos no pueden desatarse sin enormes costes afectivos, económicos, políticos y sociales», asevera Rajoy en otro momento.

Por si no quedara claro el marco de ese diálogo, el ministro de Interior recordó a Artur Mas que en su día «juró respetar la Constitución». GARA

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