Belén MARTÍNEZ Analista social
«Gádjo dilo»
No vengo a defender las propuestas «integradoras» del partido que institucionalizó la xenofobia en El Ejido, consistentes en llevar a cabo razias, expulsar o dictar ordenanzas prohibiendo la mendicidad, la venta de pañuelos de papel o la limpieza de los parabrisas delante de semáforos en rojo. Eso es oprobio político.
Bildu considera que el asentamiento de una comunidad de origen rumano, en las laderas del Urumea, es un «proyecto de inclusión e integración».
El aprendizaje ligado a la bioconstrucción sostenible favorece el proceso de integración de la población gitana de origen rumano, ya que facilita que las personas participantes establezcan relaciones de sociabilidad, además de contribuir al reconocimiento público y a la visibilidad no desvalorizadora de quienes han hecho del trabajo a partir de materiales de recuperación un modo de vida.
Sin embargo, un asentamiento asignado en un hábitat anegable (inseguro e insalubre), para ser desmantelado dentro de cinco años, no puede ser integrador. A veces, lo provisional se hace perenne, resultando definitivo. No es fácil dar una respuesta adecuada para una población tan minoritaria como heterogénea, con prácticas espaciales que oscilan entre la itinerancia y un nomadismo más o menos pendular.
La presencia de nuevos grupos poblacionales en la periferia de nuestras ciudades debería inducirnos a reflexionar sobre la hospitalidad, la acogida, la integración, la diversidad cultural, la relegación espacial y social, la marginación, la lógica de la excepción en hábitats específicos (chabolas, barracas, taudis, bidonvilles, campamentos) y los límites de la intervención pública.