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ANáLISIS | pacto entre pnv y pse

El dedo es la fiscalidad, pero la luna, el reencuentro PNV-PSE

Es necesario disociar el acuerdo fiscal, que es una parte del pacto firmado por PNV y PSE, de lo que supone realmente el movimiento que ambos partidos han realizado. Pretende ser una alianza que, con distintas formas, les permitiría guiar la actuación de las instituciones vascas en los próximos años.

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Iñaki IRIONDO | GARA

Una pregunta se repite estos días en las entrevistas a políticos y tertulias de la CAV: ¿Es posible extender el pacto entre PNV y PSE a otros partidos? Si la cuestión se les formula a los firmantes, la respuesta suele ser la políticamente correcta: «estamos abiertos...», «sumar es bueno...», «siempre que lo mejoren...» Si se les plantea a EH Bildu o PP, las ansiedades son distintas. Pero lo cierto es que esa pregunta solo tiene una contestación real: No. Su extensión es imposible.

Sucede que, tal y como se han desarrollado las negociaciones y las simplificaciones a las que obliga la necesidad de reducirlo todo a titulares, se ha tomado la parte por el todo y, dado que las cuestiones del bolsillo afectan directamente a la ciudadanía, se ha acabado trasmitiendo la idea errónea de que PSE y PNV han suscrito solamente un acuerdo sobre impuestos. Pero si se repasa la literalidad escrita del pacto, no es cierto. Si además se mira mas allá y se atiende a lo que van diciendo sus principales impulsores, está claro que la fiscalidad es la letra pequeña de un acuerdo mucho más grande.

Podríamos, por tanto, decir que el pacto fiscal es el dedo que apunta a un acuerdo más profundo y de mayor calado, que en este caso sería la luna. O, si alguien quiere cambiar de metáfora, también podríamos dibujar que los % del IRPF son los árboles que se han colocado en primera línea para que no se vea el bosque del regreso a las complicidades entre PNV y PSE que se forjaron en los tiempos de los «valores compartidos», gobernados por José Antonio Ardanza para las cosas del comer y repartir, y conciliados en la Mesa de Ajuria Enea, para menesteres más profundos, algunos enterrados incluso bajo el suelo (pongan el apellido).

Como acabó recordándole el lehendakari, Iñigo Urkullu, a Patxi López por su insistencia en tocarle las narices con el fallido arranque de legislatura, «hemos firmado un pacto no para valorar el pasado, sino para construir juntos el futuro». Lo llamen como lo quieran llamar, es un acuerdo de legislatura. Por una parte, porque contiene compromisos presupuestarios que llegan hasta 2016. Por otra, porque se establece una relación preferencial para la redacción y negociación de algunos proyectos y leyes, que convierten a PNV y PSE prácticamente en socios de gobierno.

Pero hay más. Lo pactado en materia de infraestructuras e incluso en el ámbito fiscal, también se extiende hasta 2016, como aparece expresamente recogido en el texto. Dado que esas son cuestiones que afectan a otras instituciones, como las diputaciones, no es difícil ver que tanto PNV como PSE están preparando el escenario para intentar retomar el poder foral en Araba y en Gipuzkoa. Cabe suponer que después de las elecciones de primavera de 2015, siempre que los cálculos partidistas no les aconsejen ensayar arriesgadas mociones de censura en uno u otro territorio.

En el Pleno de Política General del jueves, Joseba Egibar ya dejó claro que la decisión del PSE de acercarse al PNV tenía la mirada puesta en las elecciones municipales y forales. Cabe suponer que la formación jeltzale, sabedora de esta intención, si acepta mantener relaciones con el partido que le expulsó de Ajuria Enea será porque tiene una comunión de intereses también en ese terreno.

No hay que olvidar que el lehendakari, Iñigo Urkullu, tras firmar su parte del pacto, lo analizó «desde una perspectiva histórica». Y con añoranza recordó que ««desde mediados de los años 80 se tejieron unas complicidades políticas para construir Euskadi desde la democracia y en base a valores compartidos: el autogobierno y la recuperación económica. Vivimos quince años de determinados entendimientos y acuerdos, de compromiso con un proyecto compartido».

Pese a que haya quien quiera hacer una lectura elevada o hasta metafísica sobre el significado de «proyecto compartido», lo tangible fue que aquella colaboración entre 1984 y 1998 se tradujo en gobiernos de coalición de PNV y PSE en todas las instituciones en las que los unos necesitaron de los otros.

Es más, cuando hizo falta se echó mano del Pacto de Ajuria Enea y en nombre de la democracia se asaltaron en cuadrilla alcaldías gobernadas por la izquierda abertzale, dejando para otros momentos la idea de que gobierne el partido más votado.

No conviene, por tanto, menospreciar este pacto caricaturizándolo como una mera tabla de salvación entre dos partidos en apuros. Es un proyecto a más largo plazo. Iñigo Urkullu lo presentó como la apertura de un nuevo tiempo que, en realidad, suponía la vuelta a los añorados 80 con las consecuencias antes descritas. Tiempo de certidumbre que pone fin a las «aventuras» en las que Juan José Ibarretxe «metió» al PNV, y también cura al PSE de la enfermedad de pactar con el PP, como hizo para llevar a Patxi López a Ajuria Enea.

Este es un acuerdo trascendente. Pilar García de Salazar, quién en su día fuera secretaria personal de José Antonio Ardanza en Ajuria Enea y que en la actualidad forma parte del núcleo duro del EBB, ha asegurado que el pacto «no es una fotografía más», sino que constituye el acuerdo de más «calado» de la última década. Todo un «motor» construido por ambos partidos «con iniciativas, propuestas y compromisos concretos». También Eduardo Madina, figura emergente del PSOE, destacó la importancia del documento, lo mejor ocurrido en dos años en todo el Estado, según dijo.

Estamos, abiertamente, en la recomposición de las relaciones entre PNV y PSE, en un momento en el que el primero de los partidos pugna con EH Bildu en Euskal Herria, mientras que Patxi López siente tener una misión en el PSOE que pasa por el enfrentamiento abierto con el PP. Por este motivo, y siendo este pacto el hilo que hilvana una acción de gobierno común a futuro, resulta evidente que ni PNV ni PSE quieren, hoy por hoy, más socios para esa empresa. Se saben suficientes y tres son multitud.

Por lo tanto, volvemos a la pregunta inicial y a la respuesta concluyente: Este pacto no se puede extender a otras formaciones.

Otra cosa es que en algunas de sus partes, sea la fiscal o sea la relativa a iniciativas en el ámbito del empleo y las inversiones, pueda ser necesario acumular más votos de los ahora garantizados. Ahí puede haber una mayor permeabilidad. Aunque tampoco será fácil. Habrá que ver qué ocurre en el pleno de política fiscal que se va a celebrar en el Parlamento de Gasteiz este jueves, qué resoluciones se aprueban y con qué votos. PNV y PSE tienen el compromiso de trasladar, defender y apoyar lo acordado, ahora en las Juntas Generales de los tres territorios.

En Bizkaia entre ambos suman mayoría absoluta y por tanto no hay ningún problema.

En Gipuzkoa, la lógica invitaría a pensar que no se tocará nada de lo que se ha aprobado en esta legislatura. En unos casos, porque lo pactado ahora se corresponde con lo que ya está en vigor en este territorio. Y en aquello en lo que la normativa guipuzcoana es más avanzada que la pactada con los jeltzales, porque su revisión obligaría al PSE a retractarse de medidas que él mismo ha promovido y aprobado. Más bien cabría pensar que el pacto afectará a aquellas reformas que Bildu quiera introducir de aquí en adelante, que si antes podía intentar consensuar con el PSE, ahora se encontrará a este formando un bloque común con el PNV.

Queda por ver cómo se resuelve el sudoku en Araba, donde gobierna el PP y el diputado general, Javier de Andrés, hizo una descalificación bastante gruesa de los contenidos fiscales del pacto. Quizá PNV y PSE precisen introducir algunas de las pequeñas reformas propuesta por De Andrés, y hacerle ver que su jefe, Mariano Rajoy, mantiene allende el Ebro una carga impositiva mucho más fuerte que la aquí prevista. Luego, hará falta también algún otro edulcorante o lubricante. No cabe olvidar que Araba está siendo el herrialde que peores ingresos fiscales está obteniendo.

Y en este contexto llega el supuesto debate sobre el nuevo estatus político que, no nos engañemos, desde el punto de vista de Iñigo Urkullu no es más que una reforma estatutaria. Conviene, de momento, no enredarse mucho con esta cuestión. Tendrá todavía unos titulares estos días y otros más cuando el PNV plantee en el Parlamento el debate de creación de la ponencia correspondiente.

Pero en los parámetros planteados por el lehendakari, esta es una cuestión que va para largo, puesto que su metodología es todavía desconocida y el planteamiento de salida, la búsqueda de unanimidades, una tarea titánica.

Tengamos por tanto claro que, si un terremoto social en favor de la independencia no lo remedia, la reivindicación del nuevo estatus será la bandera con la que el PNV se presentará a las elecciones autonómicas de 2016, contando que para entonces la salida de Europa de la crisis se haya traducido también en una recuperación en la CAV.

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