YASMINA KHADRA | ESCRITOR
«La democracia es un deseo piadoso que tenemos que reformular»
Aunque comenzó a publicar sus primeras obras a mediados de los años 80, no sería hasta una década después cuando sus novelas alcanzasen un éxito notable. Para entonces Mohammed Moulessehoul (Kenadsa, Sahara argelino, 1955), comandante del Ejército y escritor en ciernes había desaparecido del mapa quedando su identidad absorbida por la de Yasmina Khadra, el pseudónimo que utilizó desde 1989, cuando una circular ministerial obligó a los militares a someter sus textos literarios a la censura antes de ser divulgados.
Jaime IGLESIAS | MADRID
Desmovilizado en 2001, tras haber luchado contra las guerrillas islamistas en la Guerra Civil que asoló su país, pudo por fin ver cumplido su sueño de dedicarse íntegramente a la literatura. Aunque la revelación de su identidad causó una notable polémica, él se siente a gusto bajo el influjo de su propio personaje, hasta el punto de exigir que le llamen Yasmina (en árabe jazmín). El autor visitó Madrid para presentar su última, y más ambiciosa obra, «Los ángeles mueren por nuestras heridas» que acaba de ser publicada en castellano por Destino apenas dos semanas después de aparecer en el Estado francés.
«Mi deseo fue crear la más grande novela jamás escrita sobre la Argelia colonial», comentó Yasmina Khadra sin que por ello quepa atribuirle rasgos narcisistas. Más bien el concepto «grandeza» se ajusta a una visión canónica de la novela como género concebido en términos de epopeya. Porque eso, y no otra cosa es «Los ángeles mueren por nuestras heridas», una vasta crónica de la Argelia de entreguerras donde «no hay figurantes, donde todos los personajes son importantes, donde la búsqueda exhaustiva de la palabra precisa es la que hace fluir la narración», según su autor.
Un ejercicio de creación literaria «que me ocupó durante casi tres años y que abordé exento de prejuicios, de estereotipos. Esta novela resulta de un proceso de negociación con mi propio pasado y con la Historia de mi país donde no quise dejarme llevar por el odio, sino por el amor».
¿Se considera entonces Yasmina Khadra un escritor ambicioso? «No, para nada, más bien soy un escritor generoso: alguien que ofrece lo mejor de sí mismo, que busca en el fondo de sus entrañas aquello que cree que es capaz de conmover al otro, en este caso al lector. Los escritores ambiciosos no hacen este esfuerzo, no negocian con el lenguaje, ellos viven en otro mundo. Están en las redes, en los lobbies, tienen amigos en la prensa... Les basta con eso». Semejante puya es su manera de arreglar las cuentas con el mundillo editorial francés con el que Khadra nunca ha tenido muy buenas relaciones.
Para Yasmina Khadra «hoy en día, desgraciadamente lo que cuenta es defender la propia imagen, no las propias ideas. Cualquier charlatán que dé buena imagen es convertido en profeta por la complicidad de unos medios entregados, en exclusiva, a la generación de espectáculo». De ahí su resistencia a dejarse manipular en el debate político e ideológico y su deseo de que sean sus libros los que hablen por él, no en vano, casi siempre suele escribir en primera persona: «El escritor es casi como un actor. Su deber es meterse en la piel de un personaje y llegar a lo más hondo de su alma, para eso debes sentirlo, no juzgarlo. Mi propia experiencia como autor me hace pensar que las novelas escritas tras vivir este proceso son las que mejor funcionan».
Poco amigo de formalismos y etiquetas y exageradamente sincero, el escritor argelino no duda en enmendar la plana a los periodistas cuando éstos se aventuran a usar con ligereza determinadas palabras que, a base de repetirlas, terminan por quedar vaciadas de significado. Tal es el caso del concepto de «democracia»: «Ah ¿pero es qué realmente la democracia existe?» -espeta Khadra con evidente sarcasmo-. «Miren, nosotros los argelinos, fuimos en cierto modo los primeros que organizamos una primavera árabe. Aquello ocurrió hace veinticinco años y los resultados a la vista están».
«La democracia es un deseo piadoso que tenemos que reformular -agrega-. Es como hablar de revolución ¿qué revolución? Lo que ha habido en los países del Magreb ha sido una insurrección no una revolución. Una revolución debe obedecer a una doctrina, a un proyecto de sociedad, no simplemente al deseo de derrocar a un régimen sin siquiera tener, por otra parte, un repuesto preparado».
Yasmina Khadra dice mantener, actualmente, una «relación de afecto filial» con su propio país, «primero lo defendí con las armas y ahora lo hago con la pluma». De esa relación surgió la necesidad de escribir «Los ángeles mueren por nuestras heridas»: «Elegí los años de entreguerras para ubicar la novela porque en aquél período Argelia estaba en pleno proceso de reconstrucción. Entre los escombros y las miserias que dejó la I Guerra Mundial estaban muy latentes sentimientos como el odio, el racismo, la codicia y, sobre todo, la exclusión social, huellas que aún hoy permanecen entre nosotros. Para mí es muy importante dar a conocer lo que hemos sido para entender en qué nos hemos convertido».
De ese ejercicio de introspección memorística el autor dice haber asumido dos enseñanzas: «Primero, que una sociedad no se construye sobre la base de una identidad compartida, sino sobre un sentimiento de ciudadanía. En segundo lugar, que la vocación esencial de todo ser humano es ser útil en algo. Si logramos asentar nuestras aspiraciones sobre estas dos premisas, entonces conseguiremos progresar como colectividad».
Boxeo como integrador
Esa vocación de progreso, de encontrar su lugar en el mundo, es la que sostiene los sueños de Turambo, el protagonista de «Los ángeles mueren por nuestras heridas», un joven púgil que en su entereza por salir del agujero al que parece condenado, convierte la novela en un clásico relato de iniciación con afanes de gran fresco social: «En una sociedad tan fragmentada como la de la Argelia colonial, el deporte y, singularmente el boxeo, representaba el único medio de integrarse socialmente y de obtener reconocimiento para muchos jóvenes autóctonos.
No es de extrañar que Argelia produjera en aquellos años tantos boxeadores notables. Incluso mi padre fue púgil amateur, le rompieron la cara en varias ocasiones, y bien merecido se lo tenía», evoca el escritor entre risas mientras asegura que no le importaría que esta nueva novela suya fuera también adaptada al cine como ocurrió con «Morituri» «El atentado» y «Lo que el día debe a la noche»: «Ojalá. Que te adapten al cine te permite ampliar tu número potencial de lectores. De hecho mucha gente ha llegado a mis novelas a través de las películas que han hecho a partir de ellas», reconoce.
«Es un proceso de negociación con mi mi propio pasado y con la Historia de mi país, donde no quise dejarme llevar por el odio, sino por el amor»
«Una revolución debe obedecer a una doctrina, no simplemente al deseo de derrocar a un régimen sin tener, siquiera, un repuesto»