Si nos dijeran que “Enemy” ha sido realizada por David Cronenberg nos lo creeríamos. Guarda más puntos en común sobre el tema de la doble identidad con “Inseparables” que, por ejemplo, con “La doble vida de Verónica” de Kieslowski. En lo literario sí que no hay dudas, porque se basa en “El hombre duplicado” de José Saramago, y no en la novela de Dostoievski “El doble”. La  frase que abre la película, y que sirve de título a esta crítica es justamente del libro del autor portugués.

Hay más citas ilustres, aprovechando que el protagonista número 1 es profesor de historia, también igual de procedentes. En una de sus clases menciona a Hegel y su idea de que todos los hechos históricos tienden a repetirse, para acto seguido apuntar la célebre acotación de Marx, cuando aclaró que la primera vez ocurren de verdad, pero que la segunda ya son una farsa.

El protagonista número 2 no necesita recurrir a los pensadores, dado que es actor y su trabajo consiste precisamente en suplantar otras identidades, aunque él mismo acabará siendo suplantado por el otro. Quiere esto decir que la existencia puede ser reversible, como un calcetín.

«Enemy» tiene más de obra simbolista que de thriller, ya que ilustra ese deseo que todo humano puede sentir de experimentar una doble vida. El espacio arquitectónico urbano, ya de por si opresivo, se convierte en la mente del hombre duplicado en una tela de araña en la que se encuentra atrapado. No hay vías de escape, salvo en la fantasía del propio desdoblamiento, que le permite hacerse con la llave que abre la puerta de lo oculto, de lo secreto, de lo prohibido. Es allí donde la amenaza de la araña fue aplastada bajo el peso de una pulsión sexual.