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POESÍA

Palabras del desasosiego

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Iñaki URDANIBIA

No cabe duda de que nos encontramos ante un verdadero acontecimiento editorial: la publicación por primera vez de la obra completa del poeta bilbaíno Blas de Otero (1916-1979). Se reúnen sus textos en verso y en prosa publicados en vida, incluyendo también algún texto póstumo y hasta alguno que permanecía inédito. Una cuidada edición a cargo de quien fuese cónyuge del poeta, Sabina de la Cruz, y albacea de su obra, y un colaborador y estudioso, Mario Hernández. Ambos presentan en unos muy ubicadores textos la creación poética de Otero.

La tarea no ha sido fácil, ya que en vida el poeta se negaba a que se reuniesen sus poemas y prosas, con la dificultad añadida de que algunos fueron prohibidos por la autoridad (in)competente («no dejan ver lo que escribo / porque escribo lo que veo»); sin obviar los desdichados intentos de deshacerse de sus obras en algunos de sus episodios depresivos.

Ahora se nos brinda la ocasión de seguir la pista de este irredento humanista («Creo en el hombre. He visto / espaldas trilladas a trallazos...») que, comenzando con algunos poemas de claros tintes religiosos, finalizó por los pagos de la poesía social, pasando por medio por una etapa existencialista («Antes fui -dicen- `existencialista'. / Digo que soy coexistencialista»). Un desasosiego permanente que le llevó de esperar la felicidad con la ayuda de Dios y la consiguiente salvación de su alma, a optar por la salvación del mundo y sus habitantes. «Si no os hicierais como niños / no entraréis en el cielo de los reinos: / la tierra».

Toda una obra atravesada por la desazón, por el dolor del mundo, y ante el silencio de Dios frente a todos los sufrimientos, de los cuales el poeta fue testigo y en algún caso protagonista, alza su voz reivindicando la palabra como propiedad exclusiva de los humanos; prestaba su verbo a mostrar su dolor por España, por su Bilbao, por el rumbo desbrujulado que seguía la humanidad hacia el desastre, como si éste fuese su inevitable centro de gravedad.

Los muertos han sido el telón de fondo desde su nacimiento. Primera Guerra Mundial., luego llegaría la guerra incivil en la que le tocó combatir -contra su voluntad en los dos bandos- y acabada esta, la segunda Guerra Mundial. En su voz la rebeldía se subleva y aumenta a grandes pasos en aras de una transformación de los humanos, prestando la voz a los sin voz y detectando, como poeta, los males del siglo, el abismo al que se asomaba la humanidad, transformándose su yo en un nosotros como en el cogito de Albert Camus: «Me rebelo, luego somos». Llega así la voz del poeta hasta el pringue con asuntos bien concretos, como su apoyo alborozado a la Cuba de Fidel («Cuba valiente, invulnerable, / dueña / de tu tierra, y tu aire y tu alegría»), o su denuncia de la guerra de Vietnam y otras expresiones de la solidaridad con distintas causas perdidas.

En este necesario volumen -y si digo necesario es debido a que hace justicia a una gran obra que andaba desparramada o publicada de manera desordenada y desigual-, pueden observarse de manera explícita las distintas etapas o variaciones de rumbo que señalo. Vemos así cantos al amor, a la esperanza y también a la desesperanza que alcanzan tonalidades francamente oscuras, junto a destellos que apuntan al valor de la paz y la palabra, esta segunda como artificio para lograr la primera.

La paz no la consiguió mas le quedaba la palabra (a pesar del hambre, la sed y otros sufrimientos), que ahora no es presentada en toda su extensión. La palabra de ese ser del que dijese su colega en versos y militancia, Gabriel Celaya: «Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo ... / Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras, / con la crueldad del tiempo, con límites absurdos...».

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