Crónica coherente de una amistad
«Asier ETA biok»
Koldo LANDALUZE
Asier ETA biok” apuesta por ser mucho más que la crónica de dos amigos tan distanciados en lo físico como cercanos en lo emotivo. En esta su gran y arriesgada propuesta, el actor y realizador Aitor Merino también se desnuda ante la cámara para recordarnos un pasado no muy lejano y siempre presente resuelto mediante un discurso ágil, espartano a rabiar e ingenioso en su resolución.
Asier ETA biok” apuesta por ser mucho más que la crónica de dos amigos tan distanciados en lo físico como cercanos en lo emotivo. En esta su gran y arriesgada propuesta, el actor y realizador Aitor Merino también se desnuda ante la cámara para recordarnos un pasado no muy lejano y siempre presente resuelto mediante un discurso ágil, espartano a rabiar e ingenioso en su resolución.
Me emociona ese sentido de la amistad que planea a lo largo del metraje, esa sensación de hilo emocional íntimamente ligado entre dos personas y que tan bien supieron plasmar en la gran pantalla creadores tan rabiosamente poéticos como Sam Peckinpah; el autor de “Grupo salvaje” analizaba el valor de la amistad a través de sus traiciones y Merino lo hace desde el respeto profundo hacia la otra persona que siempre ha considerado su amigo, pero ambas opciones descriptivas coinciden en ensalzar ese valor íntimo y común que debería subyacer en la amistad entre dos personas que siempre anteponen el respeto en su discurso.
Desde una óptica libre y sin ataduras, el cineasta ha elaborado un coherente retrato humano que logra emocionar porque se esfuerza en superar cualquier obstáculo para mostrar al espectador realidades que en muchos casos han sido silenciados o tergiversados. El propio Merino se interpreta a sí mismo, opción obligada y nada condescendiente, cuando decide trasladarnos a Madrid y hacernos partícipes de lo que sus compañeros de profesión opinan sobre un tema tan espinoso como lo es el derecho a decidir de Euskal herria o, simplemente, el mero echo de ser vasco. Lo mismo ocurre cuando recorre las calles de Iruñea y nos dirige a través de la cámara cada uno de los capítulos de una amistad zurcida en una época determinante para la historia reciente de Euskal Herria.
En este encadenado de imágenes adquiere una importancia vital la otra parte de este retrato, el expreso político Asier Aranguren, y cuyo protagonismo es incluso mayor que el del propio Merino porque su existencia vital y política sirve como detonante afectivo dentro de una crónica humana y sentimental rica en matices y que provocará más de una airada crítica negativa. El autor ha sido consciente de este reto y lo ha afrontado con valentía porque, quizás, es el único modo de plantar cara al silencio o a los discursos convencionales.