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A diferencia de los romaníes, Valls sí se comporta como un elemento «antisocial e irrecuperable»

A seis meses del escrutinio, la campaña electoral de las municipales está lanzada en el Estado francés. Y como ocurre en cada campaña, las declaraciones sobre las personas de etnia romaní y nacionalidad búlgara y rumana que acampan en los extrarradios de las grandes ciudades se multiplican. Convertidos en caballo de batalla, la retórica inflamable, los estereotipos y las ideas preconcebidas están servidas en el menú. El ministro del Interior, Manuel Valls, ha relanzado el debate del desmantelamiento de campamentos y la deportación a escala masiva de romaníes situándolo exactamente allá donde lo había dejado Sarkozy. Valls, muy dado al derrapaje populista y con ambiciones de agrandar su figura política, ha ido demasiado lejos en su propósito. Clasificar a los romaníes como elementos antisociales e irrecuperables, además de instalar de facto una discriminación entre ciudadanos de primera y de segunda en la Unión Europea, proyecta sobre el presente la sombra de un pasado que llevó a millones de personas a los campos de exterminio.

Entonces el primer paso hacia la total deshumanización fue el estereotipo. Ahora lo repiten para fines electorales y para hacer carrera.

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