No hay nada más traicionero -o certero, a veces- que la memoria. Eso que forma parte de la ficción de la cotidianidad, de lo idealizado y que es difícil de controlar. Y a decir verdad, en esas características reside precisamente su encanto desmemoriado. Pero sucede que, en ocasiones, esa memoria parece necesaria para reconciliarse con el presente y seguir adelante con la mochila de recuerdos deshilachados. Cada cual conserva la suya como puede, pero necesitamos recuperar la colectiva. Esto último muy a pesar de planteamientos que nos desvían hacia la dirección contraria. Personalmente reivindico una memoria crítica, subjetiva y creativa, que nos deje continuar, que pese poco. Ayer la cinta bosnia «For those who can tell no tales» de Jasmila Zbanic planteaba el tema de la memoria y también la maravillosa «La imagen menguante», del camboyano Rithy Panh. Contada en primera persona, esta denuncia del sufrimiento padecido por el pueblo camboyano durante el régimen de los jemeres rojos es sobresaliente. Delicadamente contada y «dibujada» mediante recreaciones de barro y celuloide recuperado se lleva al espectador de viaje por la historia y la memoria de este país y sus gentes. Un maravilloso artefacto audiovisual que consigue emocionar, transmitiendo el sufrimiento al que fue sometida toda una población. La película de Panh atrapa al mismo tiempo que cautiva, es lúcida y ajusta cuentas con la memoria camboyana ya que, como afirma el realizador, «para un país que ha surgido desde sus dificultades y años de guerra, es importante decir que aún estamos vivos».