La valentía, desparpajo e inteligencia que demuestra Francois Ozon en esta su última joya cinematográfica, inspiran el titular de esta crónica que pretende resaltar la desarmante perspectiva que utiliza el cineasta a la hora de perfilar el código de conducta de su protagonista y que podría resumirse en su simple y no menos reflexivo «porque sí». Lejos de querer indagar en cuestiones sociales, morales, laborales, materialistas o meramente sicológicas, Ozon se ha apoyado en un discurso tan en apariencia simple para seguir de cerca el nada convencional despertar a la vida y las emociones de una mujer de diecisiete años que ejerce la prostitución con hombres maduros o ya directamente jubilados.

Está claro que bajo estas coordenadas se podría entrar en todo tipo de disquisiciones o teorías pequeñoburguesas que derivarían hacia los territorios de la siquiatría o la moral carcomida de esta sociedad tan enfermiza, pero esto es algo que Ozon dinamita gracias a una sutil y valiente serie de diálogos y secuencias antológicas que provocan la más saludable de las risas gracias a su carencia total de frivolidad. Nuestra febril protagonista no padece ningún trastorno legado por algún trauma paterno-filial, no necesita dinero para poder vivir y prolongar sus estudios, es -tal y como subraya el título- joven y guapa, cuenta con 17 gloriosos años pero le gusta ejercer la prostitución. Por todo ello, podría resultar muy chocante la actitud que enarbola el personaje interpretado por una Marine Vacth que ha sabido alternar y subvertir los arquetipos de lo sensual y la inocencia. En este sentido, mención especial merece la última y definitiva escena que la protagonista comparte con alguien que podría ser ella misma con el paso de los años, la hierática Charlotte Rampling.