No dispongo de espacio suficiente para resumir lo que ha sido Atom Egoyan dentro del cine de autor, aunque tampoco resulta pertinente hablar de ello. Toca comentar la carrera comercial en la que se haya actualmente enfrascado, y la cual pasa por Donostia. Después de aquel olvidable thriller erótico titulado «Chloe», regresa con un drama judicial de tomo y lomo atribuíble a cualquier realizador del montón.

Está claro que el trabajo de encargo no es lo suyo, aunque nunca se puede saber si no lo hace bien por desgana, por falta de modestia profesional, o porque ya no es lo que era. Lo que más me sorprende negativamente es su incapacidad para resumir un caso criminal en casi dos horas de metraje. Echa mano de los rótulos finales para explicar todo cuanto ha ido quedando en el aire, y abusa tanto de la información extra que más le habría valido cortar y pegar un resumen del libro periodístico en el que se basa la película.

Malgasta el tiempo del que dispone con la cronología de los hechos y el posterior juicio, atascándose en escenas reiterativas que nunca superan el nivel de lo puramente anecdótico. No se llega a profundizar en el problema social que hay detrás del caso de los Tres de West Memphis, y las verdaderas razones por las que sirvieron como chivos expiatorios a espensas de la presión mediática.

Al retratar a los adolescentes encausados se fija sobre todo en sus rasgos externos, en cuanto chicos de aspecto gótico que contrastan con la uniformidad comunitaria representada por las familias cristianas de las víctimas. El odio resulta siempre superficial en el modo en que es descrito, según una concepción folletinesca de la tensión dramática.

Y es que tampoco hay posible suspense, al partir de una situación muy conocida y divulgada. Lejos de crear una atmósfera inquietante o enrarecida, todo es demasiado obvio desde el principio. Para decirnos que la sentencia ya estaba dictada de antemano, no hacía falta darle tantas vueltas a la idea de una nueva caza de brujas.