ANÁLISIS | Políticas anticrisis
¿Saliendo de la crisis?
Los mensajes de optimismo sobre la salida de la recesión pueden llevar a conclusiones y decisiones erróneas, según los autores, que entiende se trata de una forma de encender el consumo y la inversión, aunque advierten de que los factores que llevaron a la crisis persisten.
Ekai Group
Durante los últimos meses, las declaraciones políticas con una mayor o menor dosis de optimismo en relación con la evolución de la crisis económica son frecuentes en el conjunto de Europa. Aunque los matices de estas declaraciones son importantes, una buena parte de ellas trasladan que las fases más duras de la crisis se han superado, o bien que el crecimiento durante los próximos meses -o incluso años- «será» de un determinado porcentaje en términos de incremento del PIB.
Lo natural es que, a efectos del ciudadano común, este tipo de afirmaciones resulten -en lo sustancial- creíbles. Después de tantos años de crisis, con los tremendos esfuerzos realizados tanto en el ámbito privado como en el público, parecería lógico que ya, de una vez, la economía recuperara su evolución positiva habitual.
Sin embargo, a efectos de valorar este tipo de estimaciones, es necesario tener en cuenta una serie de elementos básicos esenciales.
El primero de estos elementos a tener en cuenta es que la ciencia económica, como Ekai Center viene argumentando repetidamente, no es una ciencia física, sino una ciencia social y, fundamentalmente, una ciencia política. Esto significa que es imposible realizar previsiones macroeconómicas de forma similar a como se prevé la órbita de los planetas. Por supuesto, pueden realizarse estimaciones, pero siempre sujetas a la imprevisibilidad derivada de su dependencia de innumerables decisiones sociales y un altísimo número de decisiones políticas, en función de las cuales puede alterarse cualquier previsión.
Esto significa que la economía evolucionará de una u otra forma en función de las decisiones que se vayan adoptando, fundamentalmente, por parte de los agentes y responsables políticos.
Un segundo elemento esencial es que, muy especialmente en este momento -a efectos de estimar la evolución futura de la economía a corto, medio y largo plazo- es imprescindible tener en cuenta no solo los factores que inciden en la evolución coyuntural a muy corto plazo, sino, muy especialmente, la situación de los factores de carácter estructural.
Evidentemente, factores relacionados con la confianza o la actividad empresarial, o la evolución de la demanda, son esenciales para estimar la evolución previsible de la economía a muy corto plazo. Y lo serían a más largo plazo si no estuviéramos inmersos en un contexto de crisis económica cuyas especiales características es imprescindible tener en cuenta.
En efecto, carece de sentido intentar realizar estas estimaciones sin tener en cuenta los factores estructurales relacionados con las específicas características de la crisis financiera en la que nos encontramos. El problema es que estos factores estructurales permanecen en coordenadas muy similares a las que existían en el año 2007 en el que se produjo el estallido de la crisis, o en el año 2008 en el que esta crisis generó la caída de actividad en la economía real.
Recordemos los dos factores de riesgo fundamentales que generaron esta crisis financiera. Por un lado, el sobreendeudamiento acumulado en el conjunto de la economía occidental y, por otro, el riesgo acumulado en el mercado de derivados financieros. Lo cierto es que ambas variables se encuentran en situación similar a la de 2007 o, según algunas estimaciones, en situación cuantitativamente más deteriorada.
Añadamos a esto que las medidas básicamente aplicadas para hacer frente a estos dos retos del sector financiero -el rescate público de entidades bancarias en dificultades y la expansión monetaria- se han agotado.
Consecuencia de este agotamiento son, por un lado, la sustitución de las estrategias de rescate público -bail out- por los proyectados rescates internos -bail in- y el casi unánime consenso -incluso en Estados Unidos- sobre la urgencia de finalizar con las políticas monetarias expansivas -aunque no se sepa muy bien cómo hacerlo sin correr el riesgo de un estallido de la economía USA-.
Todo esto significa que el riesgo de un nuevo estallido de la crisis financiera es ahora -y va a serlo durante el próximo año- muy alto. La demanda global o la posición competitiva de cada país puede generar una tendencia positiva a corto plazo pero, como nos demuestra la experiencia de los años anteriores, la gravedad y dimensión de los aspectos financieros de esta crisis pueden tener una incidencia sensiblemente más importante.
Esto no significa que este estallido tenga necesariamente que producirse. Como hemos explicado, todo depende de qué tipo de medidas políticas se adopten durante los próximos meses en el conjunto de Occidente para hacer frente a este riesgo.
Es cierto que ciertos responsables políticos entienden que su responsabilidad radica en transmitir optimismo, ya que es precisamente este optimismo el que alimenta el consumo, la inversión y, en definitiva, la evolución positiva de la economía.
Es evidente que este criterio puede tener justificación a corto plazo. No obstante, se corre con ello el riesgo de una progresiva pérdida de credibilidad a medio plazo y también de que los distintos agentes económicos adopten decisiones que, aunque mejoren aparentemente los datos económicos a corto plazo, sean -en el fondo- decisiones erróneas.
Ello puede suceder, por ejemplo, si los ciudadanos consumen por encima de lo que debieran para facilitar el incremento del ahorro global o la amortización progresiva de sus deudas. O si las empresas realizan inversiones excesivamente arriesgadas.