Los astronautas de «Gravity» se pierden a no mucha distancia de la tierra durante una operación rutinaria, la suficiente para flotar en la ingravidez. Son elementos mínimos para asegurar el mayor espectáculo que se haya contemplado en una gran pantalla de cine, que ha devuelto a muchos escépticos la esperanza en el futuro de este medio. Merece la pena hacer los kilómetros sobre la superficie terrestre que hagan falta, para contemplar la película en formato IMAX.

Incluso el propio James Cameron, que ha invertido una auténtica fortuna en experimentar con las posibilidades del 3D, ha reconocido en unas declaraciones a la revista Variety que el mexicano Alfonso Cuarón ha hecho la película más avanzada con mucho menos dinero. Se ha quedado impactado, como el resto de los espectadores, al descubrir lo nunca antes visto.

Las invenciones más revolucionarias surgen de una manera no premeditada. Alfonso Cuarón no se levantó de la cama un día diciendo voy a llegar más lejos que nadie, porque jamás se planteó una carrera con Cameron o ningún otro cineasta. Sus hallazgos visuales y sonoros en «Gravity» surgieron de las necesidades que planteaba la historia para su desarrollo.

Todo empezó con un guion de su hijo Jonás, que ni siquiera se desarrollaba en el espacio. Pero la sensación de perdida, de no tener forma de regresar a casa, aumentaba al trasladar el argumento a una misión en la termósfera, desde la que se puede ver la tierra pero estando fuera de la gravedad. La situación allí arriba es angustiosa, sobre todo para la astronauta primeriza que interpreta Sandra Bullock, en un papel por el que esta vez sí merece el Óscar. El público experimenta el peligro con ella, tanto por el suspense y la tensión narrativas, como por la utilización de nuevas técnicas para recrear la ingravidez con total realismo.