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Raimundo Fitero

Número

 

El número de personas muertas en un accidente, un hundimiento, un terremoto, unas inundaciones o un atentado terrorista perpetuo llamado guerra, ha dejado de ser un elemento fundamental para tomar importancia informativa. Los muertos se miden a través de su peso específico político, social o económico. Incluso el lugar del globo donde se produzca cualquiera de esta circunstancias se torna televisivamente algo que le da categoría. Nos ofrecen imágenes seleccionadas y se nos niegan las más conflictivas, nos conducen hacía donde les parece importante para sus intereses, pero lo que antes se enmarcaba dentro de un humanismo general ya no existe.

Cada día en Irak se producen acciones bélicas con decenas de muertos. Como mucho ocupa un rincón en los medios escritos y, a veces, una noticia de relleno, dicha en medio de caos informativo y sin ningún énfasis en algunos canales de televisión y oscuridad informativa en las radios, convertidas cada vez más, en radio-fútbol y de entretenimiento político de baja intensidad. Las decenas de guerras africanas, tan contaminadas de intereses económicos occidentales y chinos, ni se mencionan, es algo que sucede en un continente inexistente informativamente. A veces, en un aparte, si ha sido muy especial o han afectado directamente a ciudadanos del primer mundo, entonces nos dicen algo de manera tangencial.

La rutina de los emigrantes muertos y desaparecidos en el mar Mediterráneo empieza a entrar con méritos propios en la historia universal de la infamia. Según se miran las informaciones lo que se nos vende siempre es la propaganda de los servidores del estado, el buen trato con los seres humanos recién llegados, ateridos de frío, con mantas. Es una contra-información. Los muertos se nos ocultan, o se nos muestran de lejos, envueltos en bolsas negras, una exhibición impúdica del fracaso político. Es una manera de convertir la tragedia universal en un acto de supuesta solidaridad local. Sucedió con los más de cien muertos de ayer, en isla italiana de Lampedusa, donde su alcaldesa advierte: «No tenemos sitio para los vivos ni para los muertos». Una frase lapidaria. Descifrarla provoca vómitos.

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