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Iratxe Fresneda Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Una canción de amor

Esto iba a ser una canción de amor. Pero me he tragado las palabras que tenía para componerla, los sonidos, y ahora solo puedo vomitar el horror que se ha colado por la ventana para, una vez más, hacerme sentir culpable, impotente ante las atrocidades que viven muchas de esas personas que caminan a nuestro lado, pero invisibles. No me queda ironía hoy, se me ha gastado y espero que alguien me la resarza porque sin ella estoy perdida. Pero no, hoy no la tengo, hoy solo tengo pesadillas con el mar, con esos niños a los que por más que busco me es imposible ponerles cara y llamarlos por su nombre, abrazarlos y acunarlos, tal y como una vez hizo con mi hija una de esas madres venidas de lejos, probablemente en «patera». Fue hace años, pero el recuerdo es nítido. Mi hija menor estaba muy enferma y yo aún no sabía qué le sucedía (meses más tarde la operaron de los oídos) y lloraba y lloraba en mis brazos, sin que pudiera consolarla. Ni siquiera poniéndola en el pecho y dándole de mamar lo lograba. Era desesperante. Cerca, una mujer subsahariana me observaba cómplice, sonreía. Durante largo rato estuvimos mirándonos, hasta que por fin se decidió. Se levantó, se acerco a mí y me pidió que le permitiera a abrazar a mi bebé. Se la dejé. La meció. Le cantó a susurros, con cariño, y la niña se calmó. Me la devolvió con una sonrisa y me dijo: «La pequeña solo quería cambiar de brazos». Se lo agradecí infinitamente, su gesto solidario, natural. Nunca más la he vuelto a ver. Me acuerdo de lo que hizo, pero su imagen se va diluyendo con el paso de los días. Ojalá pudiera yo haber abrazado a alguno de esos niños a los que nadie rescató, cantarles una canción de amor. Aunque solo fuera para calmar a mi conciencia.

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