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Antonio ALVAREZ-SOLIS Periodista

Herrira

Bienvenida sea la decisión judicial que ha devuelto el aire de la calle a los recientes detenidos por su pertenencia a Herrira. Pero la máquina represora sigue ahí, a destajo. La Guardia Civil insiste contundente y reiteradamente en la cacería ¿Quién la manda?¿Quién la envía? Al parecer, Euskal Herria no es más que un gigantesco vivero de terroristas. No importa tampoco que ETA mantenga su armisticio. Ese armisticio no se acepta. No da paso a las lógicas y consiguientes negociaciones de paz. Es obvio que no se trata de ETA. Se trata de la extirpación violenta del ideario soberanista. Los que envían sus monstruosos emails a los periódicos de Madrid siguen pidiendo una intervención directa en Euskadi y Catalunya. Una intervención bélica. Nadie llama a eso apología de la violencia. Los nombres resultan sagrados o diabólicos según la pila bautismal de que proceden. La libertad de pensamiento sigue siendo en España un escarnecedor sarcasmo. Vivimos en un Estado bárbaro gobernado por rústicos apóstoles de la represión.

La persecución de la juventud de Herrira refleja, además de una crueldad que desacredita a España, la triste necesidad de un enemigo para subsistir como nación. Frente a los que tratan de velar por los presos de su país, uno de los más significativos derechos humanos, se alza un puño que resume la impotencia de un Estado para practicar la democracia y entender la libertad. Ahora comprendo plenamente la bienaventuranza: «Bien aventurados los que sufren persecución por la justicia». Porque la justicia se convierte en persecutora cuando añade dolor al castigo. Dolor para el penado; dolor para todo un pueblo. No todo es ETA, pero enfrente todo es opresión. ¡Que náusea!

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