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Félix Julio Alfonso López Historiador y ensayista, y Vicedecano del Colegio Mayor de San Jerónimo de La Habana

Joseba Macías en mi recuerdo

El Joseba Macías que conocí era un hombre culto y sensible, que creía intensamente en la prédica humanista de Ernesto Guevara, disfrutaba los fabulosos documentales de Santiago Álvaez y tarareaba como un niño las melodías inolvidables de Silvio y Pablo

Conocí al periodista, ensayista y profesor vasco Joseba Macías una tarde invernal y ventosa de finales de 1992, en La Habana del Periodo Especial más riguroso. Nos encontramos en el portal de la casa de Jose Miguel Arrugaeta, en aquel momento mi compañero de estudios en la Universidad. Ambos coincidimos en aquel lugar casualmente, y mientras esperábamos que Arrugaeta regresara, nos fuimos al Malecón a comer algo que seguramente fueron unas frituras frías y viscosas, pero que en mi apetito insatisfecho de aquellos días me supieron a gloria. En esas circunstancias dramáticas se anudó una amistad que no dejaría de crecer.

Lo vi por última vez casi dos décadas más tarde, cuando fuimos junto a un grupo de amigos a la playa de Guanabo, a cumplir la última voluntad de Miren, su esposa, de que sus cenizas se esparcieran sobre las ondas del mar Caribe. Entonces ya yo había dejado de ser el estudiante delgado y de profundos ojos miopes de inicios de los 90, tenía varios kilos de más y había encontrado un espacio entre los jóvenes profesionales de mi generación. Para mi asombro, veinte años después Joseba apenas había cambiado, seguía siendo el sempiterno joven de barba rala y facciones redondeadas, con las mismas gafas gruesas montadas al aire y aquel aire de intelectual tímido y travieso al mismo tiempo, capaz de hacer análisis profundos de política internacional y sabrosos comentarios sobre la vida cotidiana de los cubanos.

Entre sus grandes amores, Cuba fue uno de los más profundos y perdurables, porque Joseba, al igual que Eduardo Galeano, nunca confundió la Isla con el Infierno porque tampoco la creyó un Paraíso. Joseba amó a Cuba como se ama a ciertas mujeres, con rabia y con ternura, criticó tantas cosas mal hechas y fertilizó no pocos aciertos. En nuestras conversaciones era implacable con la burocracia, la ineptitud, la apatía y la indolencia que tanto daño hacen al socialismo cubano. Recuerdo con particular cariño su artículo «Cuba in extremis. El camino imparable del cambio», publicado en El Viejo Topo en 1995, una exhaustiva indagación de los años duros de la crisis, donde lanzaba argumentos y tesis que molestaron a no pocos censores y parapléjicos ideológicos. Pienso que en aquel texto seminal debe buscarse la raíz de su preocupación permanente por los avatares de la vida social, económica, cultural y política de Cuba, meditaciones que hallaron espacio en otros textos como «La revolución cubana tiene todavía mucho por hacer y alcanzar. Entrevista a Rafael Hernández (director de la revista Temas)» (El Viejo Topo, 2006), «Revolución cubana: renovarse o morir ¿bis?» (El Viejo Topo, 2011), y culminaron en una tesis doctoral sobre la sociedad civil de la Isla defendida con brillantez y talento.

El Joseba Macías que conocí era un hombre culto y sensible, que creía intensamente en la prédica humanista de Ernesto Guevara, disfrutaba los fabulosos documentales de Santiago Álvarez y tarareaba como un niño las melodías inolvidables de Silvio y Pablo. Era un lector voraz de la mejor literatura cubana, desde los versos de Nicolás Guillén y Lezama Lima hasta las novelas de Senel Paz y Leonardo Padura; consumía con avidez y conocía como pocos el cine cubano de la Revolución, y no por casualidad dedicó algunos de sus mejores esfuerzos a enseñar en la EICTV de San Antonio de los Baños.

Joseba Macías fue un ser humano excepcional, honesto, lúcido y batallador por las mejores causas de este planeta, desde Colombia hasta Palestina, pasando por su patria, Euskadi, a la que deja su legado de intelectual comprometido y revolucionario. En el plano personal, nuestra amistad perduró por encima del tiempo en que no nos veíamos y del océano que nos separaba. Tuve el placer de publicarle un ensayo a cuatro manos junto a Josemi Arrugaeta por el medio siglo de la revolución en la revista digital Caliban (octubre 2010-marzo 2011) y nunca olvidaré su generosidad al obsequiarme una enciclopedia de Historia del Cine, una biografía del Che o una pluma fuente, como aquellas con las que solía trazar las dedicatorias de libros y cartas que conservo de él, con tinta azul y letra apretada, de rasgos finos y transparentes como era el corazón del ser humano que las escribió.

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