Crónica | Ángel Belza, en el Instituto
Una verdadera lección de Historia de un niño exiliado
Un eufórico Ángel Belza Ventura, niño de la guerra de Lasarte que antes de cumplir 11 años partió en el carguero La Habana rumbo a la Unión Soviética, contó a las chavalas y los chavales del instituto Landaberri su periplo de Ulises. En el regreso a Itaca tras mil y un adversidades, disparó el arco de la memoria. los alumnos nunca guardaron tanto silencio y al invitado especial, a sus hiperactivos 87 años, no había quien le silenciara.
Maider IANTZI
Los jóvenes de 4º de la ESO de Landaberri disfrutaron ayer de una auténtica clase de Historia, con infinidad de detalles personales almacenados en el increíble Google de la mente de Ángel Belza. Este comenzó a escribir sus memorias por sugerencia de su nieta Elsa, joven suiza con raíces también en Italia que, emocionada, acompaña en todo momento a su abuelo en su estancia estos días en Lasarte.
A Elsa le encargaron un trabajo en el colegio de Suiza y, como desde pequeña había escuchado en casa las historias de su abuela y su abuelo, pidió ayuda a este último. «Solo le hacía falta que alguien tirara del hilo; luego ha ido todo rodado», nos comentó la joven.
El libro «Ángel Belza. Memorias de un niño en Rusia 1937-1957» (eBooksBierzo) que ha venido a presentar no incluye su vida en el país helvético, donde permaneció 44 años, antes de instalarse en la Costa Brava catalana. Por tanto, la nieta le anima a que siga escribiendo, aunque sea duro revivir los recuerdos y, en muchos momentos, le salten las lágrimas al teclear.
Sentados en una espaciosa sala, unos en primera fila, otros, más discretos, en las esquinas o detrás, como suelen hacer los más traviesos, recibieron a Ángel con pequeñas risas, callados y muy atentos, y con un aplauso lleno de fuerza y ánimo. «Egun on! -saludó el niño de la guerra-. Es una palabra que recuerdo desde cuando tenía 5 años. Nací en Lasarte, viví aquí hastalos 10 años. Fue la guerra la que nos echó. Fuimos a Bilbao y, al preguntar en el exilio, ya de mayor a mi madre por el motivo, me dice: éramos rojos. En Lasarte vivían dos bandos: el rojo y el del PNV».
«No se vivía como vivís vosotros. Los niños íbamos a una clase; las niñas, a otra. No era una enseñanza como la de ahora, con conocimientos de toda clase de ciencias. Solamente teníamos lectura y matemáticas. Un maestro nos castigaba duramente. Espero que a vosotros no os maltraten así...», prosiguió. En ese momento todos miraron con una sonrisa a los profesores. «Estoy emocionado», admitió el exiliado.
Museo de los horrores
Habló de la falta de una alimentación adecuada, de compartir zapatos con su hermano y quedarse uno en casa si llovía, de comer huevo solo al enfermar y de la marcha, por miedo, de todos aquellos que se consideraban del bando de los rojos.
«Viví casi diez meses en Bilbao. Aquello era el museo del horror. Los horrores que ví a los 10 años hubieran bastado para varias vidas», describió. Explicó que la comida era un triángulo pequeño de pan, en el que a veces hasta se notaba el serrín, y recordó los grandes bombardeos que sufrían.
A medida que el ejército fascista avanzaba, el Gobierno de Aguirre decidió evacuar a los niños, entre otros países, a Rusia. El 12 de junio, día en que cayeron los peores bombardeos, Ángel y su familia (padre, madre y tres hermanos) pasaron una odisea hasta llegar al puerto de Santurtzi. Entre gritos de «¡cuerpo a tierra!», avanzaron medio a rastras, corriendo. Cuando despertó en el barco, llorando, el protagonista de esta historia pensaba que no volvería a ver a su hermano de cuatro años, que no se subió al carguero y le decía: «¡Angelito, quédate aquí, no te marches!».
Precisamente, cuando los alumnos tomaron la palabra, fue esta la primera pregunta que le hicieron: «¿Volviste a ver a tu hermano pequeño?». La respuesta fue muy dura: «No. Doce años después me enteré de que murió en un bombardeo en la evacuación de Santander. No había cumplido 5 años».
Los jóvenes también le preguntaron si estuvo con su otro hermano en Rusia. Durante los cuatro años que duró la paz en la URSS permanecieron juntos, pero luego la guerra los separó.
La enorme tormenta en «La Habana», el primer desayuno en Rusia -que a Ángel no le gustó, porque llevaba mantequilla (hasta entonces no la había probado) y unas bolitas negras, «¡qué asco!» (era caviar)-, la vida «en las casas especiales de niños españoles», el contacto con los niños rusos, que les enseñaron mucho -«nosotros a ellos también: cómo hacer tirachinas, cómo atrapar pájaros...», recordó provocando la risa de los jóvenes-... Secuencia a secuencia, este niño de la guerra fue hilvanando un discurso duro y ameno. Con 87 años, enérgico.
En otro momento, cuando señalaba con una flauta el trayecto realizado en un mapa, apareció un mensaje del ordenador que tapaba la imagen y enseguida exclamó: «¡¿Me pueden quitar esto?!».
Los chavales, que en principio no tenían mucho conocimiento de esta historia y han trabajado el tema estos días en el instituto aunque por el temario aún no les tocara, agradecían con un aplauso, todavía más grande que el del principio, a Ángel Belza, mientras este se disculpaba: «Lo siento, no os he podido contar más...».
Rodeado de familiares y amigos, desde el instituto se dirigió al ayuntamiento, que antes fue la escuela donde estudió en los primeros años (recordaba hasta el rincón donde permanecían castigados). Se reunió con el equipo de Gobierno, con el alcalde a la cabeza, y los miembros de la asociación Islada Ezkutatuak, que están trabajando en la recuperación de la memoria histórica, especialmente recogiendo testimonios como el de Belza. Luego, tenía cita con otros niños de la guerra. En su repleta agenda, hoy dará otra charla en el Instituto de Educación Secundaria Lasarte-Usurbil y, a las 19.00, presentará el libro en la casa de cultura.