Alberto Pradilla Periodista
11:30 horas
Tengo que decir, con toda claridad, que hay derechos humanos que están siendo violados en estos momentos en el mundo y que merecen más atención». Esta fue la brillante argumentación del ministro español de Interior, Jorge Fernández Díaz, ante sus colegas europeos, en defensa de la denominada «doctrina Parot». Resulta significativo que el razonamiento sea calcado al de Carmelo Barrio, parlamentario unionista en Gasteiz, ante la visita del Grupo de Trabajo de la ONU encargado de investigar las desapariciones perpetradas durante la dictadura franquista. Durante el encuentro con la comisión de Derechos Humanos, hace un mes, Barrio les vino a decir que seguro que tenían cuestiones más importantes a las que dedicarse. Ni siquiera se molestó en quedarse a escuchar lo que tenía que decir el resto.
Ambos episodios evidencian el estilo propio, heredado de un régimen fascista del que no abdican, con el que la actual diplomacia española actúa cuando alguna instancia internacional les afea sus desmanes. También son la constatación de que, para ellos, existen víctimas de primera, de segunda y de tercera. Cuando el Derecho ampara al enemigo, los sectores más ultras de Madrid siempre reaccionan con sospecha y desprecio hacia cualquier institución foránea. Para ellos, los tics garantistas no son más que vicios buenrollistas de unos tiquismiquis llegados del país de la gominola. Circulen, que no hay nada que ver a no ser que hayan venido a participar en la lapidación. En el colmo de la esquizofrenia, la AVT acusaba ayer a Amnistía Internacional (sí, sí, ¡Amnistía Internacional!) de ser «más de ETA», mientras sus ramificaciones mediáticas llamaban a la desobediencia en caso de que Estrasburgo ratifique su primera sentencia y tumbe el alargamiento artificial de las penas.
Confundir justicia con venganza y patrimonializar el dolor ha resultado una eficaz estrategia de ciertos ambientes de la derecha española. Pero, como siempre repite una amiga, «a nosotros no nos van a dar lecciones de sufrimiento». En este país muchísima gente ha pasado las de Caín. En todas las sensibilidades políticas. Por eso, lo razonable sería dar pasos destinados a poder mirarnos a la cara, no para ahondar en los padecimientos. Escribo estas reflexiones en unas horas que se eternizan, con el reloj avanzando de forma angustiosa, pesada, y acordándome de los miles de ciudadanos vascos que cuentan los minutos hasta las 11:30 horas. Que sea la hora de los Derechos Humanos y de las soluciones.