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CRíTICA: «Mi primera boda»

El gran embrollo del novio que perdió las alianzas

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Mikel INSAUSTI

Todas las comedias de bodas acaban pareciéndose, de la misma manera que ocurre en la vida real. Es así debido a que se trata de comedias corales que aprovechan el extendido concepto de la ceremonia y el banquete con muchos invitados, eso que se ha dado en denominar despectivamente «bodorrio». La tendencia a lo vodevilesco suele resultar inevitable, con continuas salidas y entradas de la novia, los familiares, los amigos, los ex, el cura y las damas de honor. «Mi primera boda» responde fielmente a tan conocido y reiterativo esquema.

La falta de originalidad se hace todavía más patente al basarse en modelos internacionales bien recientes, conocidos por parte del público de todas partes, incluido el argentino. Y es que la aplicación del modelo inglés de «Un funeral de muerte» ya había sido trasladada a los enlaces nupciales por la cinta australiana «Una boda de muerte». Me parece mucho insistir en una idea equivocada, puesto que el humor negro de una parodia funeraria no se corresponde con el humor blanco de las comedietas de casamientos.

El novio, como ya hicieran los caricaturescos personajes de la película de Frank Oz, se pasa buena parte del metraje deslizándose por los tejados, subiendo por las enredaderas y corriendo por los jardines. Lo que persigue son las alianzas que le ha confiado su prometida, y si las pierde no podrán decirse el «sí quiero». Para recuperarlas hará verdaderas locuras, hasta montar a caballo, ya que el convite se celebra en una estancia con cuadras, casualmente muy de estilo inglés.

Lo único que distingue a «Mi primera boda» es su comicidad judía, al contar con el protagonismo de Daniel Hendler, actor habitual de las películas de Daniel Burman. La gracia está en que la novia encarnada por Natalia Oreiro es católica, inconveniente que les obliga a inventarse una celebración religiosa mixta fuera de la legalidad. El rabino y el sacerdote no acaban de llegar nunca y discuten de teología por el camino, al recibir las indicaciones deliberadamente erróneas del novio, que trata de ganar tiempo en su infructuosa búsqueda de los anillos.

 

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