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Carlos GIL Analista cultural

Quejas

El aplauso. El silencio. Los pitidos. La convención. La reafirmación. Todos somos espectadores, público, clientes. ¿Dónde está el libro de reclamaciones? ¿Cómo expresamos nuestras quejas? Con unos cuantos quinquenios acumulados de ocupar butacas en patios de teatros, salas y plazas, hace muchos años que no presencio una expresión colectiva de repudio de una obra de teatro, danza, concierto, exposición pictórica ni otra manifestación artística que requiera de la presencia de ese complemento imprescindible: el otro. El público. Los públicos.

En una primera lectura se entiende que ha crecido la educación de los espectadores, que saben comprender el error ajeno, que no quieren imponer sus gustos a base de gritos, silbidos, pataleos. Pero otra lectura nos lleva a una falta de pasión. Se trata de públicos sin criterio o con uno muy poco elaborado, por lo que dadas sus circunstancias sociales, económicas y culturales, es decir, políticas, callan y otorgan. Abandonan el hábito de ir a ver actividades de cultura en vivo. Sentencias de cumplimiento inmediato.

El espectador ideal, aficionado, pasional, sería justo el que protesta, el que grita, se encara, reacciona ante las provocaciones, entiende su función algo más activa que la de simple número en taquilla y cierto bulto en la oscuridad de la sala. Esos espectadores, esos públicos son los que dan vida. Reincidentes que van a verlo todo. El aplauso, la ovación y los vítores forman parte de la expresión libre de este tipo de públicos. El silencio doloso o el silbido, el pataleo formas de reafirmación vitalista. Es la manera de que lleguen las quejas por vía directa y no a través de intermediarios.

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