Uno de los placeres vengativos que más pueden satisfacer a alguien que se sienta agraviado es rechazar un premio con mucha frialdad y argumentaciones. Esto es lo que acaba de hacer Paolo Vasile, el mandamás de Mediaset España. Rechaza un premio al «talento», le da una patada en los dientes a Manuel Campo Vidal y de paso desacredita un poco más al ente que se lo concedía, la Academia de las Ciencias y las Artes Televisivas. Y lo argumenta con deleite, por carta, agradeciendo a la Junta Directiva que se lo conceda, pero añadiendo inmediatamente «lo cierto es que la coherencia me impide aceptarlo».

Y a partir de ahí viene la defensa, o el ataque, según se mire, con argumentos bien claros: «Desde Mediaset España hemos criticado en diversas ocasiones el sistema de votaciones que desconoce sistemáticamente grandes éxitos de las televisiones privadas, por lo que no sería razonable recibir una distinción a título personal». Y esto, dicho así, es una declaración de guerra, una acusación de clientelismo, de elitismo, de sectarismo. Y es que esta asociación de profesionales siempre ha estado dominada en sus juntas directivas por personas provenientes de los entes públicos, especialmente TVE, algo que probablemente tiene bastante sentido al pensar de dónde se viene en la historia de la televisión y de la cantidad de profesionales que han crecido el ente público estatal.

Se me olvida, están hablado de los Premios Iris que concede esa singular Academia. ¿Que qué son los premios Iris? Pues unos premios que se dan entre ellos, que se entregan en una penosa gala que ninguna cadena ni canal quiere retransmitir porque es ocupar unos minutos con algo que no interesa nada más que a ellos mismos y tiene unas audiencias paupérrimas. Y la pregunta siguiente sería saber quiénes son ellos, o al menos cuántos son, porque es proverbial la falta de afiliación en sindicatos y organizaciones profesionales, como para entender que se apunten muy pocos a una cosa tan poco específica como esta Academia. Que, por otro lado, es bueno que exista aunque debería tener un funcionamiento más dinámico y práctico y menos simbólico y representativo. Por coherencia, como diría Paolo Vasile.